Cual pájaros heridos y muertos yacen sobre la arena tunecina los
cuerpos inertes bajo el sol cubiertos por el azul limpio de un cielo de verano.
Semejan castillos de arena ensangrentados insomnes en su viaje hacia la muerte.
Los asesinos se erigen omnipotentes emulando con sus armas a creerse dioses:
dioses venidos del averno.
Bajo aromas de sal y vuelo
de gaviotas se han quedado varados sus días sin otro horizonte que el desolado
llanto de los que los perdieron. Cuando regresen a sus ciudades europeas, a sus
pueblos alemanes, belgas y franceses en mitad del silencio lloraran por ellos
las campanas de las iglesias de occidente. Y un estilete de amargura,
incomprensión y rabia cruzará por el corazón de los que los regresan al
dejarlos dormir en su reposo eterno. Será bajo la sombra protectora de cruces y
cipreses; allá donde sus antepasados los esperan sin asomo de arena africana.
Los que los amaron recordarán su risa, sus caricias, su piel de arena ensangrentada junto al misterio de
morir impunemente con sabor a mar y a muerte.
Y Dios, si de verdad es
Dios, llorará por aplicar los terroristas su método de horror.
Todos los que son
masacrados en nombre de sanguinaria soflama para engañar a incautos en cualquier lugar del mundo conocido, son
indignos de permanecer entre nosotros. Porque la muerte no construye puentes de
convivencia y respeto para los que son verdugos sanguinarios en nombre de
creencias e ideales adversos, desfavorables todos ellos para el entendimiento
personal. Los tiranos, grandes y pequeños, son los que abusan de su
superioridad frente a los confiados e inocentes. También lo son los que
quiebran la paz fuera de fronteras y
límites humanos que no comparten mitos ni ofrendas de sangre en nombre
da conceptos medievales en nuestra
civilización actual.
La brújula que marca la
existencia no pueden manejarla a su antojo salvajes exaltados en nombre de
identidades divinas, porque la sangre siempre reclama su venganza y la venganza
es sinónimo de guerra y destrucción.
Vertimos lágrimas por todos
los que mueren ejecutados en cualquier lugar.
Lloramos con nuestros
labios temblorosos porque nos falta percepción para comprender nuestros
sentidos tanta muerte inútil.
Y oramos pidiendo paz y
perdón para los ejecutores y asesinos porque todavía creemos en el amor a pesar
de tanto desamor.
Bajo el aire del verano los
cipreses velan el sueño de los muertos, de los que regresan con sus maletas
vacías de vida quebradas junto al mar, o en el interior de otros lugares y
espacios. Fugacidad de sueños europeos mientras Wolfgang Amadeus Mozart toca para todos ellos su Réquiem en re menor.
Silencio el de todos nosotros. Silencio con preguntas íntimas de las que
empiezo a temer su respuesta.
Natividad
Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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