Realmente es tan terrible que cuando uno de
esos barcos se aleja de los puertos, sin tregua llegan otros y tan cargados de
ignominia que los remolcadores tienen que ayudarlo para que atraque.
Crecen por las ciudades y los pueblos consignas de muertes anunciadas como si el
instinto de bajeza hubiera soltado sus amarras y avanza asfixiando la seguridad
de las gentes.
Los poderosos señores recién llegados al
reino se muestran tan ufanos de su aventura que progresivamente descalabran a funcionarios de tal forma que de la mañana a la noche se
ven puestos en la calle.
Y nadie sale a protestar por las calles se
dijera que los que antes salían a plazas con carteles y ruido les parece
decente que se quite a los unos para poner a otros. Y no quedan tierras nuevas
que descubrir adonde huir para descubrir nuevos mundos.
Confieso que la extensión de esta locura es
tan amplia que temo que la cólera de los
humillados alcance su cenit en contra de los
devoradores de principios,
ellos, los que miraban todos los pormenores de corrupción y estafa en favor de
la gleba que sigue siendo ignorante y sumisa como lo fuera ayer.
Ensordecen
con su afán de poder y de avaricia desmedida hasta en las esquinas de
los pueblos semidesiertos donde solo quedan
viejos esperando la muerte sin prebendas
de pagas ni exención de tributos.
Callamos primero con los unos, soportamos ayer
las protestas de los que predicaban decencia y honradez; y cuando llegan
aplastan la delgada paciencia con su hambre de dinero y de poder.
Todo lo domina la avaricia, el escarnio y la
soez mentira que aplasta hasta la pasividad
de la ciudadanía aborregada y envuelta
en mensajes de falsos aditivos. Pero el miedo a la inseguridad y al escarnio de
repente es un murmullo apenas perceptible que empieza a ser escuchado en voz
baja.
Y cuidado con ignorar las aguas revueltas de
los que no gritan en principio porque no
es bueno atornillar con leyes injustas los silencios. Ni tampoco justificar con
humos fatuos la ausencia de decencia.
No, yo no reconozco tanta falsedad dejando
sin esperanza a los que pagan con sus
diezmos a los predicadores del buenismo,
claramente nefasto para el pueblo. A ese
pueblo que se le ofrece jugar a la ruleta en casinos surgidos en las calles y en
esos otros casinos virtuales entre el
botellón y los partidos del futbol a semejanza
de los emperadores de la antigua Roma
que fueron destruidos por los barbaros.
No, no debemos hablar de estos asuntos pues
corremos el riesgo de ser señalados con estrellas invisibles hitlerianas o acusados y metidos en los gulag stalinistas de turno; sistemas del horror
donde la libertad no existe.
Paralelismos inaceptables que con solo
nombrarlos nos inquietan.
No, no quiero que la fotografía de ir los
unos contra los otros se repitan. Ahora que voy
envejecido no quiero revivir los
testimonios escuchados de los que ya
murieron y lo vivieron en su infancia.
La casta denostada se ha marchado y en el
reino ha ascendido otra nueva con elementos desdibujados de collares
oscuros y limusinas donde acomodar a
damas y trúhanes no mejores que los que no hace mucho denunciaban.
El poder es una fiebre que corrompe y aísla de
la verdad autentica y como decían los antiguos egipcios no es posible la belleza sin verdad. Verdad en las palabras y en los hechos
porque sin la verdad se muere la esperanza.
Mendigo equidad; dar a cada uno según sus
méritos, no regalar la tarta sacada del trabajo del pueblo a quien no la merece.
Calibrar los valores personales con objetividad, justicia y prudencia es saber
gobernar.
La otra salida, es una puerta falsa. Un
portón que se reclamará abrir cuando los
espacios de las verdades secuestradas, se cierren para la mayoría y no bastarán represalias ni
fingir redimir los abusos con esqueletos
que no conocimos. En el curso de los corredores históricos a ningún gobernante le
ha beneficiado mirar para otro lado.
Y tampoco podemos perder la luz de la civilización y la convivencia. Si la perdemos, todos, absolutamente todos, perdemos.
Natividad Cepeda
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