lunes, 24 de octubre de 2011

Bombos de Tomelloso. El Símbolo Callado

Los bombos de Tomelloso pertenecen a La Mancha, son huellas de silencio de trabajo y del tesón de hombres y mujeres nacidos en esta entraña de pueblo. Al verlos, desde la lejanía, la gente que no sabe lo que significan, piensan erróneamente, que son montones de piedras: majanos.
Los campos manchegos son el orgullo de los que los labran. De los que nacieron aquí, y se quedaron sin miedo a la dura subsistencia.
Cuando se cruza por los campos de viñas, a la caída de la tarde, el alma se embarga de emoción. El verdor de las viñas acrecienta el color marrón de piedra de los bombos. El bombo es la voz de los que se fueron. Es el testigo que nos habla de una sociedad campesina coherente con el entorno. Es la identidad acentuada en un mismo objetivo; la supervivencia.
Es evidente que el bombo nos habla con su presencia de una cultura propia. De un largo periodo de arquitectura rural, que alcanza su máxima perfección en las construcciones de piedra seca, que dejaron los labradores tomelloseros en sus campos.
Sin el empuje de esa sociedad agraria, que no se arredra ante las dificultades del clima, y que amplia sus propiedades en otros términos municipales, la economía creciente de ese sector primario no hubiera sido posible.
Todos ellos, caminaron unidos para conseguir un mismo fin. El esfuerzo fue colectivo y doméstico, tan fuerte, que olvidó los prejuicios de que la mujer no saliera de la casa.
El papel desempeñado por la mujer en la sociedad agraria de Tomelloso fue fundamental para su desarrollo. Sin la unidad familiar el progreso no hubiera sido posible, pero como
los medios eran tan escasos, y el clima tan severo, el hombre del campo mira, observa su entorno y ve que anteriormente otros se sirvieron de lo que tenían a su alcance para subsistir, descubre que las edificaciones de piedra desperdigadas no supone gasto añadido a su economía familiar. De esa deducción, asume y asimila, una sabiduría ancestral y emprende la construcción de la vivienda en el campo que le dé cobijo a él y a su familia. Para lograrlo no excluye a nadie.
El labrador tomellosero jamás se ha sentido siervo, antes trabajar sin descanso que pertenecer a amo alguno.
Es más, todo buen gañán ansiaba poseer un trozo de tierra propia para labrarla y cosechar sus frutos. Ese es el principio de construir el bombo. La familia sé plega en sí misma, todos aportan su esfuerzo. Primero se ara la tierra. Hay terrenos pedregosos, de ellos hay que retirar la piedra sobrante. Esas lajas de piedra seca que obstaculizan plantar vides se amontonan y seleccionan, para cuando lleguen épocas más tranquilas empezar a edificar la vivienda. Así, la familia, en estrecha relación, ve con satisfacción que el bombo es su logro.
De ese logro nace una cultura propia, y un entramado social que da forma e identidad a una sociedad rural. Con el bombo, la dinámica del agricultor se activa, hasta pa-sar a ser su segunda vivienda. Es la vivienda unifamiliar por excelencia.
Si miramos hacia atrás, y pasamos al inter-ior de los bombos más antiguos, la estancia es de una sola "jaula" o habitación, pensada sólo para permanecer en ella como refu
Cuando se traspasa el dintel algo enigmático nos envuelve. En su interior se comprueba que de la piedra emana los opuestos de vida y muerte. Algo nos dice que podemos encontrarnos al unísono con el corazón de la tierra y con el nuestro.
Es una obra maestra. Es el testimonio de una forma coherente de colonizar la tierra desde la fe inalterable en lo que se cree.
La cámara del bombo es térmica, piedra seca sin argamasa, asentada en la base de la tierra, equilibrio y orden que no mutila la belleza donde se asienta. Todo está hecho para perdurar y ser útil.
La cuadra, con los pesebres para las mulas. La cocina, con el fuego en el centro, a los lados, los poyos, largos, anchos, que sirven para sentarse a la hora de comer, y para dejar en ellos la barja, caja de madera donde se trae la comida desde el pueblo cada semana. También, la saca, llena de paja, apoyada en la pared, que espera para ser extendida cuando sea de noche.
Y para dejar las viandas, el hueco falseado en la piedra, llamado, alambor. A lo largo de las paredes, distanciadas unas de otras, las estacas, palos introducidos en los huecos de la piedra que sirven para dejar colgada la ropa, las alforjas, la redina, los arreos de las mulas y la boti-ja. En lo alto del bombo, la falsa cúpula, el te-cho de la casa, la castidad de la piedra que no necesitó de planos y arquitecto.
Porque eso era el bombo, el lugar donde se agrupaban los que trabajaban y convivían.
Allí los niños esperaban la llegada de los pa-dres a la hora del almuerzo y la comida. Aprendían dentro de sus muros el misterio del fuego, viendo arder los sarmientos y las cepas. Por la noche, la llama del candil, lanzaba sombras incesantemente sobre las piedras, y el misterio oscuro de la noche se cernía sobre todos. Al amanecer despertaban los colores, rosa, azul, violeta, albo de la mañana, lleván-dose el sol al levantarse los fantasmas nocturnos. Soñolientos, grandes y pequeños, escuchan a los pájaros, a los gatos... Entrada la mañana es posible ver algún lagarto, o un ratón de campo, y hasta descubrir a una coma-dreja y alguna culebra. Pasan los rebaños de ovejas junto a los ladridos de los perros. Mez-cladas las emociones, el bombo se impregna de costumbre, de voces encontradas que no dejan a nadie indiferente.
gio ocasional. Pero si pasamos al interior del bombo familiar, en él descubrimos que ya guarda relación con una convivencia de personas y animales. El bombo tomellosero es tan civilizado en su concepción que no olvida los pequeños detalles que hacen la vida más grata. Todo en él es armonía. Es regresar al vientre redondo de la madre tierra. 32 El bombo es organismo vivo para todos. Es la escuela y el templo donde solo tiene cabida el infinito afán, de perdurar y mejorar la hacien-da. Piedra que entre sus muros abraza y da se-guridad cuando graniza y truena, cuando el agua borra los caminos, cuando el frío ritualiza el vuelo de la urraca, el cuervo, y los estorni-nos, y hasta las raíces de las cepas son capa-ces de tiritar.
El bombo es exageradamente austero, personi-ficación del hombre campesino, que por con-vicción y vocación, se convierte en anacoreta. Soledad imperturbable sin lamentos, porque hasta el calor de julio dignifica.
Los bombos, han marcado a su imagen y se-mejanza, el carácter de quienes los hicieron y habitaron. Dentro de su rústica estancia nació la poesía, sin otro conocimiento que el senti-miento.
Al amparo de su mágico círculo de piedra, an-tes de acostarse, se narraban sucesos acaecidos en fechas imprecisas. Se dejaba volar la fantas-ía, o tal vez, oralmente, los niños escuchaban arcanas profecías que sólo conocían los "incultos", porque el saber oficial, estaba veda-do a esos constructores de bombos. ¿De qué, si no, hubieran perdurado supersticiones y modos de sanar que solo conocían las familias del campo?
A menudo olvidamos el poder que tiene el patrimonio que nos rodea. Dejamos perder esas señas de identidad, a las que les debemos el ser como somos hoy. Y despreciamos la inmensa herencia que nos ha sido legada, y que nos habla desde el silencio de los bombos, de la larga trayectoria de los monumentos de piedra seca, que nos dicen con su presencia que hemos estado aquí, desde hace muchos siglos.

Tomelloso ha dejado en otros términos de la provincia de Ciudad Real esas construcciones de piedra: los bombos. Pero que nadie se apro-pie de lo que no hizo.
Perduraron y llegaron al grado máximo de perfección, gracias a la sabiduría de los tome-lloseros. Hoy son nuestro símbolo y nuestra firma en el paisaje. La Mancha nos debe esa contribución, preservarla para la futuras gene-raciones es un patrimonio humano. Patrimonio de La mancha, ante su contemplación las pie-dras nos muestran que esta tierra nuestra ha sido habitada desde tiempos inmemoriales; la piedra habla sin palabras
A todos aquellos constructores anónimos que lo hicieron posible, hombres y mujeres senci-llos de mi pueblo, mi admiración, mi respeto, y mi compromiso de que ese símbolo manche-go no sea silenciado.

Publicado en la revista sociocultural La Alcazaba nº 14   2010

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