Sin amor no hay
poesía. Sin juglares enamorados de cuanto les rodea no hay poetas.
Tampoco son poetas
los que escriben sin sentir. Ni los que ignoran la pasión de cuanto les rodea.
No lo son, aquellos que someten su escritura al gusto del momento impuesto en
ocasiones, por banales artistas que por circunstancias tiene cotas de poder e
imponen su criterio sobre la misma poesía. Como si escribir del alma y de lo
que esta siente en su interior se aprendiera en las aulas magnas oficiales. Hay
poetas que sufren el olvido, otros la indiferencia, y muchos los halagos de los
que buscan por ese camino llegar al
éxito. Como si escribir poesía fuera racionalizar la belleza.
Pero los poetas
forman parte de la vida y la vida no siempre es fácil.
Algunos de nosotros
llevamos heridas por ser poetas; sobre
todo si se es poeta y además mujer. Porque los hombres no envejecen y las
mujeres sí.
Un poeta masculino
presenta un nuevo libro de poemas y es exultante en toda la presentación y su
entusiasmo es compartido por compañeros poetas y, en las revistas y periódicos cercanos
se escriben comentarios literarios elogiando el nuevo poemario. Es la actitud
esperada porque el grupo de escritores y poetas masculinos se ayudan y respetan
a pesar de que el autor no guste a todos.
Un poeta masculino si
es autodidacta se le reconoce su obra porque ha luchado y formado en la soledad
de su entrega no reglada y se le galardona y admite en tertulias y foros… Pero
si es poeta femenina la cuestión cambia. La poesía de esa poeta se juzgará con
lupa y los viejos dictámenes sobre estilos y decálogos se le aplicarán a toda
su poesía. Lo terrible de esta realidad es que no es una ensoñación si no una
repetida actualidad.
Del mismo modo en los
jurados importantes apenas si hay mujeres y por lo mismo en los múltiples certámenes
la mayoría de premiados son hombres. Es éste un tema silenciado porque ¿quién
se atreve a ponerle el cascabel al gato? Nadie. Las mujeres mayoritariamente no
son apoyadas por las mujeres más aún si no son proclives al alago y a estar
continuamente en sesiones continuas de promoción mediática.
Los poetas masculinos
frecuentan lugares y espacios desde antiguo. El pasado está plagado de todos
ellos al igual que el presente. La poetas femeninas hace poco que se
incorporaron a esos círculos y son admitidas con reservas disimuladas. En ese espejo la corriente admite la ambición
de los poetas y aunque sus libros sean aburridos por estar los poemas saturados
de tecnicismos y exentos de emoción se admiran y aplauden. Las movidas literarias son así un malecón donde hay que
defenderse de las turbulencias ajenas. Por las que a veces el vacío de la
poesía es un vacío de triste soledad.
Los libros, esos
tesoros que se acarician con el alma cuando se leen quedan solos, muy solos,
entre las manos y los ojos de quien los lee; es entonces cuando inunda el espíritu
del lector la trova. Se hace
presente y única quedando la
sensibilidad poética en las páginas del libro olvidando quien la escribió.
Publicar hoy está al
alcance de casi todos pero no lo es
llegar a romper el silencio de las presentaciones que se quedan en eso, meras
reuniones de conocidos si el libro de poesía no rompe los pequeños reductos
donde se da a conocer. Los juglares, poetas y trovadores son necesarios porque
son testamentarios de su momento. Y también ahora se recorren los castillos ofreciendo su palabra en las
diputaciones y ayuntamientos, fundaciones y cafés como se hacían en las tabernas
y salones de antaño.
Juglares de amor de
todos los tiempos seguimos siendo los
que en los papeles escribimos retazos del corazón hecho pedazos.
Natividad Cepeda