Me estremezco cuando leo y escucho que una
mujer ha sido asesinada. Y presiento que hay muchas mujeres que son asesinadas
y nadie las reclama ni nombra en nuestro mundo global.
Apenas si me quedan esperanzas en esta
sociedad violenta y amortajada de mentiras.
Sociedad de liviana sonrisa porque si yo no
grito ni sollozo por tanta ignominia entonces de poco valen los símbolos
colgados, ni el recordatorio de los maestros del engaño que nos manipulan para
que nos callemos ante esas muertes de mujeres que no cesan. Ante las que nos
hemos acostumbrado como algo cotidiano.
Como si nos hubieran anestesiado ante la
masacre.
Siento el bramido de la muerte en mi génesis
de mujer.
Lo siento desde la noche oscura de los
tiempos.
Viene desde el sonido lúgubre de tambores
machados de sangre entre danzas macabras y leyes injustas. Sobre mí llevo esa
música, ese dolor inacabado, ese morir sin pausa a través de miles y miles de
años.
Muere una mujer y el mundo calla.
Todos los sollozos se olvidan. Todos los
asesinos son perdonados.
Y me pregunto: ¿Por qué la piel se rasga, se
acuchilla, se golpea, se tira por ventanas y acantilados, se trocea, se
entierra, se quema, se esconde en basureros y terraplenes?
¿Por qué?
No quiero lazos morados en mi ropa, en mi
pueblo, en mi ciudad, en mi ordenador, en mi periódico en mi vida. No, no los
quiero porque de nada sirven.
Para qué tanta parafernalia cuando se siguen
desgarrando vidas, cuando mueren niñas, niños y mujeres violadas, maltratadas,
olvidadas, vejadas, sentenciadas por esta sociedad mediocre y pusilánime, tan
metida en su total buenismo de escaparate de móviles y pantallas de necedad
absoluta.
No, no quiero más símbolos inútiles
inventados para acallar a las masas
Sobre las víctimas no hay estrellas ni
rosas, ni lágrimas solo son noticia de unas horas y después el olvido. Y
continuamos como si fuera normal.
Algo fundamental está fallando en nuestra
sociedad. Nos faltan valores humanos y nos sobra publicidad inútil.
Sólo me queda mi palabra para reclamar que
nada de lo que ocurre es normal.
Natividad Cepeda©