La primera cardencha que no verán sus
ojos.
No son
muchachos tristes los que van caminando por railes y llevan en sus mochilas el
deleite de conocer ciudades del mundo, porque su mérito ha sido llegar hasta
esa meta soñada y ser un vagabundo culto e ilustrado, al menos así nos lo
creemos.
Sobrevuelan
en intercambios de un país a otro. Van y vienen con su única patria y su filosofía
de entender y opinar sobre el ecosistema
y las redes furtivas de ver con mirada
propia, lo que ocurre aquí y allá. Hay veces que ignoran los delitos de los que mancillan el planeta envueltos en
palabras de floresta imposible porque, nada se da por nada, sobre todo si los
que dicen defender los pilares donde la
sociedad humana se asienta, se destruyen. Y aunque tienen miradas claras como
el azul del cielo un día de primavera, no ven a los que trastornan el orden
establecido ofreciendo a cambio ilusiones vacías de realidad.
Curiosamente
los que no verán las cardenchas recién surgidas, creen en la paz y en el
bienestar de la primera clase de este mundo global, tan enorme en su dilatado
contorno de pueblos y frontera geográfica y, tan pequeña visto desde cualquier
ordenador o teléfono móvil. Y así, de
momento, en esos primeros atisbos de andar jugando a ser adultos no se les ocurre
sospechar ni dudar, que lo que se nos ofrece desde la publicidad del ocio y la belleza
plagada de perfección es inexistente: porque
nosotros, todos, somos imperfectos.
Se
instalan en el concepto erróneo y en la doctrina falsa de creer que el amor es
una panacea para todos los males. El amor, ese sentimiento que buscamos y
necesitamos en correspondencia con todo cuanto nos rodea y, con esa persona
idealizada, a la que nos entregamos en busca de sentir realizada el alma
nuestra, con la del otro ser humano que amamos. Y cuando no se encuentra, se
busca como si fuera un oficio de andar por la vida a su busca y captura,
olvidando las reglas de la naturaleza. Esa regla que ha de cumplirse en toda
sociedad civilizada. Porque cuando no se
cumplen los saberes que benefician desde abajo hasta arriba de toda sociedad,
su incumplimiento degenerará a un estado
primitivo, quebrándose paulatinamente el tejido social de esa sociedad.
El
deterioro del declive de las sociedades que la Historia recoge, cuando se
instala dentro de ellas es lento, tan lento y demoledor que nadie percibe su
avance destructor. Actualmente la
inseguridad en lo espiritual y en lo material
ha creado una inestabilidad, no solo física, también emocional. Y cuando
se percibe ese fracaso producido por escollos
diversos, la persona es incapaz de salir
adelante con su voluntad y capacidad para salvar escollos. Derivado de ese
conjunto de errores, cada día se suceden los suicidios en jóvenes que parecen que
lo tienen todo. Y no es cierto ya que la
primera causa de muerte en España, es el suicidio. Porque cuando el estado de ánimo cae en picado y falta encontrar resolución para lo que angustia, todo se torna negro y el
suicidio es la puerta de salida para terminar con esa confusión del alma que
destruye al cuerpo. En medio de esa terrible oscuridad se olvida la belleza que
nos regala la vida en su conjunto.
En ese
umbral ambiguo nos quedamos ante un suicidio. Dicen: o decían, que en los
países creyentes de católicos el suicidio era menor. Pero ante el laicismo y
ataque continuado de los que aseguran
poseer la razón de la no existencia de la divinidad, casi exclusivamente en cristianos
y católicos, teoría indemostrable, es fácil rebelarse a vivir y ejercer la
voluntad de continuar en una sociedad donde sus pilares se tambalean y quiebran
por la dureza de sus convicciones anti naturales. Y ante la tristeza de lo
irremediable no hay cabo donde asirse, ni se busca la mano hermana y amiga a
quien recurrir cuando falta claridad al alma. De esos andenes de soledad se nutre
el suicidio, dejando esas muertes, a los
que los aman, una agonía de incertidumbre y de preguntas que no tienen
respuesta. Excepto el amor de los que sí
creemos que el amor salva por encima de la misma muerte.
Por mi tierra manchega el calor es duro y seco; ese calor no evita que en
los campos surjan los diferentes cardos en rastrojos y cunetas. He visto
abrirse la primera cardencha y al contemplarla en su ruda belleza, he sentido que
no la verán esos ojos cerrados de los que nos dejaron.
Natividad
Cepeda