sábado, 19 de septiembre de 2020

Bombos de Tomelloso surgieron de las manos de hombres y mujeres

            Surgieron de la piedra del terreno y de las manos de hombres y mujeres en su afán de lograr un futuro. Llegaron y no había cuevas donde guarecerse. Tampoco alquería ni cortijo. Tomaron un trozo de tierra, escasas fanegas de tierra sin río y desmontaron, primero las marañas del monte bajo ya esquilmado, después clavaron el arado y surgieron las piedras. Esa costra caliza que fueron amontonando para que el grano sembrado al voleo no tuviera tantos impedimentos.

Desperdigados quedaban en el magín  aquellas leyendas perdidas en la noche de los siglos. Les contaron que para defenderse en la llanura de tribus enemigas construyeron con hiladas de piedra, circunferencias unidas alrededor del pozo que habían excavado. El pozo era la vida para las familias y para los ganados. Al pozo había que defenderlo, también al grano cosechado y, como no, a las vasijas de aceite y de vino. Más ¿cómo ver venir con antelación al enemigo ladrón en mitad de la tierra a cielo abierto?

Piedra a piedra surgieron las motillas y fueron baluarte de despensa y, de guerra, si era necesario. Conquistaron los ejércitos romanos la llanura, y antes que ellos, otros muchos guerreros. Con piedra caliza sin argamasa ni mortero hicieron las motillas, y con piedra labrada los castillos, los circos romanos, las iglesias románicas y godas; los circos y teatros y las ciudades que surgían en tiempos de bonanza.

Pasaron de cien en cien los siglos. Pasaron las epidemias y la muerte de miles de víctimas. Se derrumbaron aldeas cuando se quedaron sin gentes porque casi todos estaban enterrados y los que quedaron se fueron buscando sobrevivir en otros lugares.

Pasaron las estaciones y el pozo se mantuvo intacto. El viento Abrego y el Cierzo azotaban caminos y veredas polvorientas… Las tierras habían recobrado tomillares, allozos,  higueras romeros en flor en primavera. Florecía el cardo en su cardencha y el esparto se movía suavemente en sus ramos por  aquí y por allá. Los villares, aquellos núcleos que fueron habitados, yacían casi sepultados. Pasaban cruzando los ganados de la poderosa Mesta y abrevaban en el pozo rodeado de tomillares.

Los sueldos eran pocos y escasos, con los pocos dineros que tenían cansados de ser explotados, unas familias famélicas, vieron la tierra sin labrar y la hicieron su tierra prometida. Recordaron aquellas confortables viviendas de piedra y en vez de desechar las piedras construyeron en hiladas y su cúpula falsa, el bombo genuino de piedra. Vivian en el campo con sus granos y rebaños, con su plantación de viñedo y en el paisaje agreste surgieron los bombos tomelloseros.  Piedra sobre piedra  se fueron multiplicando por los campos, y eran y son, seña de identidad de un pueblo.

El látigo del tiempo ha destruido algunos, otros permanecen como vigías del pasado. Los amo y los admiro. Los contemplo como se contempla la imagen de todo lo que es sagrado. Bombos y chozos manchegos descendientes de la piedra milenaria y de todos  aquellos que con ella construyeron sus primeras viviendas. Os admiro, y con vosotros y a vuestro lado, toco esa piedra que acoge en su interior con su termal cobijo, la vida de tantas vidas desde ayer.

 Nadie los protege. Las administraciones públicas les restan importancia y en alguna ocasión si es imprescindible, alaban las manos que los alzaron en el paisaje rural de hoy, Aunque los pobres bombos también pagan impuestos. Avaricia del fisco que no tiene emoción ni amor por esa cúpula redonda que desde la carreta y los caminos admiramos, desde esa distancia del viajero que cruza y se para a pernoctar en nuestros pueblos. Sí, porque por aquí vivir del turismo sigue siendo un sueño… Y todavía hay quien asegura que defendemos lo nuestro. Escasa memoria se tiene. Y poca cordura cuando están ahí y seguimos sin verlos.

 

Natividad Cepeda

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