
Desperdigados quedaban en el
magín aquellas leyendas perdidas en la
noche de los siglos. Les contaron que para defenderse en la llanura de tribus enemigas
construyeron con hiladas de piedra, circunferencias unidas alrededor del pozo
que habían excavado. El pozo era la vida para las familias y para los ganados.
Al pozo había que defenderlo, también al grano cosechado y, como no, a las vasijas
de aceite y de vino. Más ¿cómo ver venir con antelación al enemigo ladrón en
mitad de la tierra a cielo abierto?
Piedra a piedra surgieron
las motillas y fueron baluarte de despensa y, de guerra, si era necesario.
Conquistaron los ejércitos romanos la llanura, y antes que ellos, otros muchos
guerreros. Con piedra caliza sin argamasa ni mortero hicieron las motillas, y
con piedra labrada los castillos, los circos romanos, las iglesias románicas y
godas; los circos y teatros y las ciudades que surgían en tiempos de bonanza.
Pasaron de cien en cien los
siglos. Pasaron las epidemias y la muerte de miles de víctimas. Se derrumbaron
aldeas cuando se quedaron sin gentes porque casi todos estaban enterrados y los
que quedaron se fueron buscando sobrevivir en otros lugares.
Pasaron las estaciones y el
pozo se mantuvo intacto. El viento Abrego y el Cierzo azotaban caminos y
veredas polvorientas… Las tierras habían recobrado tomillares, allozos, higueras romeros en flor en primavera. Florecía
el cardo en su cardencha y el esparto se movía suavemente en sus ramos por aquí y por allá. Los villares, aquellos núcleos
que fueron habitados, yacían casi sepultados. Pasaban cruzando los ganados de la
poderosa Mesta y abrevaban en el pozo rodeado de tomillares.
Los sueldos eran pocos y escasos,
con los pocos dineros que tenían cansados de ser explotados, unas familias famélicas,
vieron la tierra sin labrar y la hicieron su tierra prometida. Recordaron
aquellas confortables viviendas de piedra y en vez de desechar las piedras
construyeron en hiladas y su cúpula falsa, el bombo genuino de piedra. Vivian en
el campo con sus granos y rebaños, con su plantación de viñedo y en el paisaje
agreste surgieron los bombos tomelloseros.
Piedra sobre piedra se fueron multiplicando
por los campos, y eran y son, seña de identidad de un pueblo.
El látigo del tiempo ha
destruido algunos, otros permanecen como vigías del pasado. Los amo y los
admiro. Los contemplo como se contempla la imagen de todo lo que es sagrado.
Bombos y chozos manchegos descendientes de la piedra milenaria y de todos aquellos que con ella construyeron sus
primeras viviendas. Os admiro, y con vosotros y a vuestro lado, toco esa piedra
que acoge en su interior con su termal cobijo, la vida de tantas vidas desde
ayer.
Nadie los protege. Las administraciones públicas les restan importancia y en alguna ocasión si es imprescindible, alaban las manos que los alzaron en el paisaje rural de hoy, Aunque los pobres bombos también pagan impuestos. Avaricia del fisco que no tiene emoción ni amor por esa cúpula redonda que desde la carreta y los caminos admiramos, desde esa distancia del viajero que cruza y se para a pernoctar en nuestros pueblos. Sí, porque por aquí vivir del turismo sigue siendo un sueño… Y todavía hay quien asegura que defendemos lo nuestro. Escasa memoria se tiene. Y poca cordura cuando están ahí y seguimos sin verlos.
Natividad Cepeda
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