sábado, 31 de julio de 2021

Agosto

                        

Esta noche el aire ha llegado llamando en las persianas con un frescor inusitado del último día de julio dejando en las alcobas perfume de noche con estrellas. Por mi calle han seguido pasando los hombres jóvenes llegados del Magreb, que dicen que significa Poniente, aunque por aquí se les llama marroquís junto con africanos procedentes de ese África que conocemos por la prensa, televisión y aquellas películas de hace años que nos muestran un continente desconocido en su manera de vivir.  Han llegado en busca de un trabajo inexistente por esas falsas llamadas  que ignoro quien las alimenta y expande. Lo cierto es que con su llegada a mi pequeña ciudad hay inseguridad y calladamente los tememos porque son demasiados hombres pasando por la calle.

En el  espejo humano no es fácil adaptarse a los cambios bruscos y no es ausencia de insolidaridad, como algunos pregonan en las plazas públicas actuales de Internet, que casualmente son aquellos que viven al margen de la realidad por diferentes motivos. Al medio día el calor caliente deja las calles vacías y lo mismo ocurre a la noche, que es cuando antes en las puertas de casa la gente de aquí se sentaba hasta bien entrada la noche. Ahora el temor al robo y a los desconocidos cierra puertas y costumbres.

El estío con sus días largos y sus noches cortas en este momento histórico marcado por el Covid-19 nos tiene hartos y preocupados aunque no lo suficiente, a pesar de tantos fallecidos, por la subida en contagios en todas las Comunidades de España. Estrenamos agosto con los contagios y ese periodo vacacional que significa irse de un sitio a otro sin miedo como si la muerte fuera un ente imaginario. La catástrofe de la pandemia será recogida en los anales históricos y en ese futuro no comprenderán la irresponsabilidad de todos nosotros. Agosto es mes de fiestas y ferias las autoridades han dictaminado que se tendrán actos  con las debidas medidas de seguridad para la salud y el azogue del personal lo celebra por todos  los rincones geográficos.

Agosto y los migrantes desplazados, ahora por aquí, sin un destino definido. Caminantes al azar en busca de ese paraíso inexistente para muchos de nosotros. Migrantes en busca de un salario digno sin el vasallaje de depender de un explotador. ¿Pero cómo conseguirlo en estas tierras pobres manchegas donde el trabajo escasea y la fortuna es escasa? Los actuales privilegios concedidos por las autoridades a los migrantes son parches que no crean riqueza al haber desaparecido esa clase media generadora de puestos de trabajo con gravámenes y multas excesivas, ha sido y es, la guadaña que corta economías donde ayer fueron posibles.

Estoy segura que en Europa renaceremos pasada este periodo errático de rumbo equivocado donde dependemos de esas multinacionales que se engullen nuestros principios humanísticos de libertad y dignidad que transformó leyes arcanas en leyes de progreso en la agricultura e industria gracias a nuestra cultura desarrollada por los intelectuales en favor del estudio y el trabajo. Los europeos nos sentimos culpables del retroceso de otros pueblos gracias a esos mensajes subliminales dirigidos a nosotros con la intención de ser  manipulados desde las altas esferas del poder hasta las capas asalariadas de los trabajadores. Así hemos perdido natalidad, respeto por los ancianos, destrucción familiar desde esa imperceptible y sutil mensaje de líderes dirigidos para lograr ese fin.  David Ogilvy, el padre de la publicidad moderna, una vez dijo: «Un buen anuncio es aquel que vende el producto sin llamar la atención sobre sí mismo».

Es un hecho que no hay que volver a los nacionalismos por su pobreza inhumana y hasta en ocasiones bárbara, y sí a esa universalidad conectada por los medios actuales pero, sin destruir nuestra propia subsistencia y evitando la dependencia de otros.  No olvidemos que hasta el invento de la imprenta, salvo en los monasterios, los conocimientos se trasmitían oralmente y fue con el libro cuando las obras inmortales de los escritores europeos  nos hicieron cambiar nuestra perspectiva abriendo al pensamiento ese espacio infinito e incalculable y por descifrar aun. Más, los medios audiovisuales nos han alejado de los libros y del pensamiento occidental y en esa trayectoria es en la que ahora nos encontramos.

Agosto es de nuevo diferente a otros años. El agosto del pasado año fue nefasto y el de ahora todavía colea con la espada suspendida de la pandemia sobre nosotros. Desgraciadamente la salida económica no es todo lo positiva que debiera por lo que los migrantes venidos no tienen la suficiente seguridad en encontrar aquí su paraíso. 

 

 

 

            Natividad Cepeda

 

 

 

domingo, 25 de julio de 2021

El ritual perdido de las noches veraniegas

               


Fue un día de calor como el de hoy sin bajar la temperatura y escasamente durante la noche. Al tocar los cristales de ventanas y balcones quemaba toda la superficie. Parecía como si el calor tuviera  tentáculos porque las cosas se estremecían y se escuchaban ruidos en la casa;  la casa abrazada por la calima de julio. El calor de julio mortificaba y se perdía el interés por lo que ocurría porque la prioridad era buscar refrescarnos  para no perder demasiadas energías. Nos acostábamos algo más tarde de lo normal esperando el frescor nocturno mientras escuchábamos cantar a los grillos hasta quedarnos durmiendo. El aire traía olor a paja trillada de las eras, cuando mi infancia, y después en el aire de la calima el polvo de las segadoras que segaban de noche y de día.

La gente de los trabajos manuales olían a sudor y a tierra acida y por las camisas de los hombres, sudorosas pegadas a su cuerpo, se adivinaba los músculos de unos y la flacidez de la edad de los otros. Las posturas delataban su fortaleza o su debilidad, junto con sus movimientos un tanto primitivos, de tal manera que  parecían sacados de las películas del salvaje oeste americano.

En la noche de los sábados se les veía llegar limpios con aire de cantante de coplas al cine, los solteros en grupos, pisando fuerte, con la cabeza alzada y aires de suficiencia sosteniendo en su mano el cigarrillo negro encendido, dándole caladas  largas al tiempo que se miraban los unos a los otros como si todo el mundo fuera suyo. Los casados acompañados de sus mujeres olían a  colonia y jabón de afeitar íntimo. Caminaban orgullosos mostrando a su familia muy convencional, y a la vez  con algo de indómita fuerza pasional que se adivinaba en ellas con sus permanentes lustrosas y rizadas, sus escotes recatados por donde mostraban las medallas y las cruces de plata o de oro con los cuerpos fajados y el pecho alto, encabritado, en una austeridad que no impedía adivinar a pesar del decoro, una gran fuerza sensual. Con ellos los hijos caminado ligeros como perdigones siguiendo e imitando todo cuanto veían.

En la esquina de la antigua panera; así la llamaban, porque antaño había sido donde se compraba el trigo candeal para  hacer la harina con la que amasar el pan de cruz (ahora de aquello no quedaba nada más que el recuerdo y lo que contaban los viejos de la calle) recuerdo que en la esquina de la panera se ponían a vender helados, en sus carritos de madera, Félix y Federico; helados de vainilla o  mantecado, al corte, que ofrecían entre dos galletas de barquillo y allí se paraban todos ellos, los que iban al cine, para comprarse un helado y darse el placer de saborearlo, lamiendo despacio los lados del cuadrado dulce, hasta que las galletas eran delgadas como papel y desaparecían entre las bocas satisfechas de pequeños y grandes.

Las noches del sábado de julio, y algunas de agosto, tenían su ritual con el resultado de conocer aquella gente, hasta que se perdían al pasar al cine de verano Ideal, así se llamaba, y mamá nos mandaba ir a dormir. Desde la cama, con los ojos abiertos en la oscuridad de la noche caliente del verano escuchaba cantar a los cantantes, entre sus diálogos y la música de las películas inconfundibles, con las que terminaba durmiéndome. Por la mañana muy temprano me despertaban las golondrinas planeando y chillando en el patio grande de casa. En el patio de la abuela Chon, alrededor de la parra y sus macetas con flores, revoloteaban mariposas blancas y de colores Los gallos de los corrales se invitaban a cantar unos a otros en un duelo de belleza sonoro y las puertas de las casas, muchas de ellas, estaba abiertas sin peligro a que ningún  amigo de lo ajeno se pasara a robar.

Ayer al levantarme me sorprendió no escuchar al amanecer la algarabía en la calle de las golondrinas, que este año han llegado muy tarde y escasas. Me he preguntado angustiada el por qué se han marchado tan pronto si llegaron hace tan poco, y he buscado la causa   descubriendo que faltan en España más de un millón de golondrinas a causa de la falta de insectos. Es una triste realidad que la población en general no percibe ni tampoco las escasas mariposas que apenas se ven. He buscado las causas de estas ausencias y parece ser que los fitosanitarios empleados para las plagas en las cosechas son una de ellas.

Tampoco este verano se escucha el canto de los grillos en las calles. Es extraño no escucharlo en las noches calurosas del verano manchego. Tan extraño que algo grave está sucediendo a nuestro alrededor y parece ser que nadie lo percibe. En mi infancia era muy normal regalar a los niños grillos que ellos cuidaban con máximo respeto y la sinfonía de sus canticos nos acompañaba las noches calurosas del verano. Como otros insectos los grillos polinizan los suelos. También has desparecido las mariposas blancas y de colores y con ellas otros muchos insectos que nos son necesarios para la vida.

El verano tenía su propia sinfonía que ahora hemos perdido y del que nadie se lamenta.  Algo muy grave nos está sucediendo cuando no sabemos convivir con la naturaleza.  Es desolador que ese ritual del verano nadie lo eche en falta. Tan desolador como nuestra propia ignorancia en favor de todo el ecosistema de la vida y aquellos cines de verano donde la familia disfrutaba unida.

 

 

                                                                                            Natividad Cepeda

 

 

lunes, 19 de julio de 2021

Las nuevas torres de Babel


 

Ayer sonaron sirenas de coches policiales por la calle. Se escuchaban pasar rápidos y supuse que ocurría algo desagradable. Hoy en los periódicos digitales se  denunciaba la agresión a un joven con arma blanca que fue llevado en ambulancia al hospital. No hay nombres ni identidades de los que provocaron la pelea. En esos mismos diarios he leído opiniones quejándose amargamente de que en el parque público donde se produjo la pelea es algo cotidiano encontrarse con gentes de mal vivir. Las opiniones son de vecinos quejándose de la impotencia que sienten al no patrullar la policía por el parque y de la inseguridad que supone los grupos de hombres durmiendo en los bancos a cualquier hora del día.

Antes, jamás ocurría nada parecido por estos pueblos manchegos. Ahora la calle es parecida a la torre de Babel de que se habla en la Biblia; se escuchan diálogos en lenguas desconocidas, y lo mismo nos cruzamos con africanos, árabes, hispanos y europeos del norte que solo se distinguen si los escuchamos en otros idiomas que no es el español. Es la consecuencia de una emigración descontrolada. Llegan creyendo que aquí hay trabajo agrícola procedentes del sur, o porque les dieron un billete de autobús y se bajaron en nuestros pueblos buscando vivir mejor que de donde huyeron a causa de la pobreza. Pero  no es verdad y no hay trabajo para tantos porque el campo, nuestros campos, también llevan sufriendo la inestabilidad económica y robos continuos desde hace años. Regreso al pasado, a ese pasado donde se me educo y se me enseñó a respetar lo propio y lo ajeno.

Me educaron para no violar las leyes divinas y esas leyes fueron para mis padres, mayores y más importantes, que las leyes vigentes que teníamos en mi tierra natal. Mi pueblo era mi patria chica, donde todos los  que me amaban me marcaban el sendero histórico de mis antepasados: donde el juez supremo era Dios, al que nadie podía engañar: El que todo lo veía de noche y de día.

La patria celestial estaba por encima de la jurisdicción vigente porque las directrices políticas podían cambiarse en cualquier momento, no así las leyes que nos decían que se respetaba a Dios y a las personas sin robar, matar, injuriar o levantar falsedades en perjuicio de los demás. Y como si aquello fuera un espejismo entre nosotros y el aire, el concepto de entendimiento asociado al respeto mutuo fue desapareciendo en favor de una tolerancia basada en la desigualdad legal.  

Prescrito por ley, los ladrones se fueron protegiendo en deterioro de lo estrictamente moral, así robar y destrozar los bienes ajenos de agricultores y ganaderos en las  casas de campo, destrozando puertas, ventanas para robar enseres y aperos, motores y tractores además de robar el gasoil continuamente se convirtió en algo tan usual y cotidiano y aunque empezaron las protestas nadie en la política vigente las escuchó. Se llegó incluso a asesinar personas, pero como no sumaban cientos de labriegos   los saqueos y el temor hicieron mella en ese grupo social tan escasamente respetado y la economía del sector fue perdiendo valor. Los precios agrarios durante años fueron restando ganancias y los costes subiendo de maquinarias, sueldos, semillas, estiércol, abonos  y también los seguros de cosechas por pedrisco y heladas.

El resultado ha sido la pobreza del sector agrario y la vejez acumulada en los trabajadores autónomos del campo y la ganadería. Pero como la Ley no admite equivocarse las cargas de impuestos han sido incrementadas creando una continua huida por parte de los jóvenes que no quieren seguir los pasos de padres y abuelos. De madres y abuelas,  sometidas al vaivén del capricho inmoral de los gobernantes que dejan desprotegidas a todas las familias del campo español. Porque esas familias siempre han ido ajustadas en la economía sin demasiadas quejas, a pesar de escuchar chistes y bromas sobre todos ellos.


 

Voces perdidas en el aire de los  años con mensajes erróneos  en favor de cosechas grandes  a cambio de precios bajos. Subsistir como dicta la economía de mercado ha dejado pueblos vacíos y jóvenes que no que cogen el testigo  de la continuidad del patrimonio familiar. Jóvenes que con licenciaturas y master académicos gracias a la economía familiar y al vender cuando se ha necesitado para que una vez concluida la formación emigren a países de la Europa de mejor economía, dejando viviendas urbanas a la anarquía de los okupas llegados y atraídos por las promesas de mejor vida.

Fluctuamos en una sociedad donde el “derecho a la diversión”; derecho inexistente, es la ley, sin ley, que no respeta la salud colectiva de nuestra sociedad. Sociedad violenta alentada desde los juegos de Internet, películas de lenguaje obsceno en muchas de ellas, donde  los protagonistas siguen un guion centrado en el poder sin escrúpulos, jóvenes viviendo al margen de las familias, lujo y delincuentes masculinos y femeninos mostrados como héroes actuales. Y, corrupciones diversas en las que no siempre triunfa la bondad y los principios éticos en favor de la sociedad que nos canaliza y manipula.

Estas son nuestras nuevas torres de Babel hablar sin entendernos mientras no nos importan los seres humanos que mueres de hambre  cada día como si ellos, no formaran parte de nuestra sociedad.    

La pandemia del Covid-19 sigue dejando un rastro de enfermedad y muerte y aun así no aprendemos la lección de vivir y morir día a día.  Los violentos imperan en vagones del Metro y en la calle donde se agrede y mata por capricho de ellos, los agresores violentos que como matones callejeros se imponen a la mayoría de ciudadanos que son los que sostienen la sociedad con su esfuerzo diario de trabajo y laboriosidad.  Están por todas partes. Y lo triste es comprobar que cuando una persona es agredida por ellos el miedo paraliza a los ciudadanos que miran como matan, hieren y atacan sin intervenir paralizados por el terror.  Ignoramos cobardemente que en cualquier momento nos pueden a atacar a uno de nosotros.   

 

 

Natividad Cepeda

  

 

 

 

 

jueves, 15 de julio de 2021

Al otro lado del calor el retorno a las camas de los hospitales

           

En las noches estivales se ha olvidado el bicho que pulula por el mundo de nombre  Covid-19 y su incidencia en nuestras vidas y ciudades. Parece que el tiempo de la sensatez no existiera y bajo el sudor con aromas de desodorantes  crecen los ingresos y también las muertes. Allí, cuando se ingresa, la fiesta se termina dejando en el olvido reuniones de amigos  mientras el corazón se encoge y altera rogando a cualquier dios urbano que el médico sea algo más que un humano que nos presta su ayuda impartiendo la ciencia aprendida.

Como no disfrutar de las placidas noches veraniegas  olvidando tormentas tan cercanas plagadas de fugitivas sombras que tuvieron nombre y apellidos y, que se fueron por las sendas oscuras del olvido. Se han marchado amigos, familiares por esa puerta carente de rumores y casi nadie recuerda el vacío que hay en sus estancias. Ese silencio que pesa en las paredes, en los retratos y hasta en los paseos por donde coincidíamos y ahora ya jamás los vemos. 


Al otro lado del calor el retorno a las camas de los hospitalesAl otro lado del calor del verano parece que si no buscamos excitarnos con algarabía  resucitando ese pasado de botellón y reuniones masivas, la vida no es vida. Y sin embargo vivir no es perder  la vida y quedarse postrado en esas camas de hospital adonde no llegan los festejos de la reunión irresponsable. La enfermedad sale de nuevo a nuestro encuentro porque silenciosa permanece agazapada y nos engañamos creyendo que con la vacuna contra el Covid somos invencibles. Hace días visité el cementerio de mi ciudad y con tristeza entré al nuevo cementerio plagado de nombres conocidos, eran, son tantos los que allí descansan que no podía imaginarme cuantos se me habían ido.

En silencio fui recorriendo los paseos, leyendo los nombres y mirando las fotografías, donde las había, de tantas personas conocidas. El calor mostraba marchitas flores dejadas como señal de amor y fui saludando a los que sin vestiduras negras de luto, mostraban su luto en la mirada.  Volví al recuerdo del hospital , a sus camas y a sus largos pasillos que en la noche se quedan sumidos en penumbra y parece que el gozo de la vida en ellos no tienen cabida. Está mal visto hablar del dolor y de la muerte en nuestra sociedad amordazada de populismo absurdo. Está mal visto hablar de lo que es sagrado, aunque secretamente casi todos lo buscan porque el tiempo  es perpetuo y nosotros con él.

      Precisamente todas nuestras vivencias están plagadas de esa fuerza espiritual permanente e incesante de la que no podemos escapar, y si lo hacemos somos parias  con el deseo de regresar a nuestro origen.  Me duelen no solo las ciudades que amo, aquellas por las que anduve, y las otras; ciudades del mundo conocido  levemente imaginadas a través de mis ojos y de la lectura de su pasado y presente. Lo más nuestro es desear vivir en paz bajo las calles de las ciudades grandes y  pequeñas, yacer en nuestro habitad, admirando la vida que emerge de la que somos parte.

De pronto volvemos a olvidar que el mundo conocido es muy pequeño, igual que lo somos nosotros, viajeros  resguardados en los viejos solares de los antepasados. Residentes del cosmos, hijos de las estrellas… He pasado por muchos hospitales y en cada uno de ellos he visto y vivido la fragilidad humana en sus camas y estancias. Por eso no entiendo que se olvide lo que somos, frágiles como fino cristal que se quiebra y rompe y nadie puede reparar. Al mediodía a la hora del almuerzo bendigo la comida y ruego por los que les falta pan y techo, salud, trabajo y alegría porque no entiendo este virus, ni tampoco la muerte de miles de personas por hambre. Busco esa respuesta y no la encuentro.

 

Natividad Cepeda