sábado, 25 de julio de 2020

Los abuelos son ríos de esperanza

26 de julio de 2020 día en el santoral católico de San Joaquín y santa Ana, los padres de María Santísima, la madre de Jesús de Nazaret: en las celebraciones arcaicas a Santa Ana se la llamaba la abuelica. El Greco, pintó un cuadro donde la madre de Jesús sostiene al niño y los abuelos lo contemplan extasiados. El pueblo llano y sencillo ha venido celebrando este día con fe  en esos santos abuelos. Las redes comerciales comprendieron que celebrando ese día, el día de los abuelos, comercialmente aumentarían sus ingresos; este año lloramos la pérdida de miles de abuelos y abuelas, por el Covid-19 y la inoperancia de unos y otros.

Murieron solos en esos compartimentos aislados de las Residencias de Mayores. La vejez es la debilidad del ser humano. En la infancia necesitamos de la familia y en la ancianidad también. No se puede pedir amor por dinero, ese trato es tan inhumano que corrompe los cimientos de la bondad y el amor. Y sin amor no hay posibilidad para la existencia.

El coronavirus sigue entre nosotros y  va mutando atacando a jóvenes, no solo a viejos. Si se nos hubiera mostrado la realidad de los que se iban muriendo en hospitales y los masivos enterramientos, es probable que ahora los focos recientes de contagios fueran menores; se nos ocultó y cantamos con citaras actuales y el drama humano de muchos de los nuestros no lo percibimos. Yo, gimo y clamo por todos ellos, y ese río de lágrimas no deja de navegar hasta el mar invisible del alma. Lo dice el libro de la Biblia en el Eclesiastés, hay un tiempo para llorar y un tiempo para reír…  Nosotros sonreímos a destiempo y no lloramos a nuestros muertos y el dolor sigue enconado.

Mucho tiempo pasará hasta que el equilibrio dañado se restablezca.

Por eso, a los abuelos,


Debimos negarnos a obedecer

y no dejarlos solos, por amor,

y ahora cuando no están en la casa

nos falta el valor para reconocerlo.

 

Se fueron navegando por las sombras

de un río encenagado  de dolor

como conchas abandonadas

o barcos encallados  en un apocalipsis.

 

Todos ellos eran ríos de esperanza,

lagos donde se miraban las colinas

y sucedió que al pagarse su sonrisa

perdimos la infinita luz de sus miradas.

 

A través de los pliegues de los años

los abuelos son el regalo de Dios

sobre el bosque desconocido de la vida

y, ahora,  no podemos congregarnos a su lado.

 

En las hojas de los almanaques

habrá que escribir a pesar de la pena,

dulcemente, que cuando  crucemos

ese río, ellos vendrán  a recibirnos.

Es inútil ocultar la imagen de la muerte

su origen es la vida y el pueblo que lo olvida

carece de barcas para cruzar al otro lado.

Más allá de las lágrimas está la Tierra Prometida.

 

Todo invariablemente es un retorno

gravado en el corazón del universo.

 

 

Natividad Cepeda

 

 

 

 

 

jueves, 9 de julio de 2020

Piedras legado postergado que son parte nuestra

               

Ha llovido esta tarde y la lluvia ha lavado la suciedad de las calles de mi pueblo. Al tronar he sentido que el cielo volvía a ser el de hace años cuando la tierra del verano se mojaba y el aire olía a verdor y paja mojada en las eras. Nada queda ahora de aquél ayer lo recuerdo y me duele demasiado porque he perdido lo que fue el ayer y con seguridad jamás recuperare.

En ese pasado recuerdo que cuando las tormentas caían en mi tierra el agua del cielo limpiaba las piedras de bombos y pedrizas recobrando un brillo inexistente y una luz de pureza antigua y extinguida al estar expuesta al sol y a la intemperie. Por aquí, en mi familia y en otras muchas familias de Tomelloso en las fanegas de tierra cultivada, al  laborar salían piedras que eran agrupadas en montones de perfectos círculos a los que localmente los llamamos “majanos”. Otras piedras formaban hileras de pequeñas murallas a ambos lados de los caminos vecinales recibiendo el nombre peculiar de “pedrizas”. Y la construcción perfecta  era y es, la casa de piedra redonda terminada en falsa cúpula  de piedra caliza  tan ancestral como la vida humana que aquí llamamos, “Bombos”.

Los bombos que se pueden hoy contemplar en otros  términos   municipales fueron tierras adquiridas por nosotros, los tomelloseros, labradas y aprovechadas al máximo; casas de piedra para personas y animales. Casas redondas buscando la protección arcana del sol y de la luna. Casas de piedras sagradas buscando la protección de la olvidada Madre-Diosa de la naturaleza. Casas térmicas sin argamasa ni carrizo, sin tierra ni adobe, si tapial ni ventana por donde se pudiera escapar la energía arcaica del legado emanado de las entrañas de la tierra.

Bombos, chamizos, cucos…piedra utilizada desde el amanecer de la civilización antes que los asentamientos humanos en aldeas y antes que la construcción de muros para castillos e iglesias. Piedras nuestras olvidadas, despreciadas por la cultura actual. Piedras formando círculos, misterio y magia hoy ignorada.

Ha llovido esta tarde de julio y he sentido el olor de la lluvia en la piedra mojada. La tormenta de luz y trueno ha impregnado con su energía la energía del círculo. Llovía y yo recordaba como con piedras se hacía un círculo donde encender un fuego para cocinar en la sartén de hierro de patas en mitad del campo. Sencillamente  necesario y a la vez protector para evitar que el viento dispensara las llamas de la lumbre. Al terminar el fuego se apagaba con tierra y y agua y se dejaba el circulo para volver a guisar de nuevo.

Círculos que las mujeres hacían en las casas para plantar dentro de ellos la manzanilla y la hierbaluisa. Círculos de los pozos de nieve de las caleras, de los aljibes, del pozo escavado para encontrar agua. Círculos de las motillas manchegas perdidas…  Círculos que he visto dibujar con un sarmiento seco en la tierra mientras escuchaba contar historias humanas no escritas en los libros.

Ayer, cuando yo era niña, había casas con espacios grandes destinados para casi todo. Viviendas encaladas sus paredes de piedra tierra y cal. Con divisiones de piedra, traída en muchas ocasiones del campo en un proceso incesante  de aprendizaje  para hacer parcillas de piedra y dividirlas para gallineros, basureros, sostenimiento de palos para las gavilleras, la cuadra del cerdo y, en las más humildes se dividían esas estancias con una pared de piedra baja y una tela metálica  para evitar que el averío molestara. En ese espacio se hacían arriates junto a una pared y se plantaban plantas y alguna higuera, un olivo y la parra con las uvas de gallo: uva de mesa aclimatada muy apreciada por ser diferente a las uvas de las cepas vinateras.    

Ha llovido y el estruendo del trueno me ha devuelto aquellos saberes que casi he olvidado. Un círculo profundo en la tierra, en mitad de la tormenta y una cruz de sarmientos pelados y atados, clavada en el centro para que nos protegiera de los rayos, haciendo el signo de la cruz las mujeres y los hombres mirando sin atreverse hacerlo, pero creyendo en ese ritual porque eran los que pelaban con sus navajas los sarmientos. Piedras que colonizaron con el firme propósito de echar raíces  entre las plantas autóctonas que ellos conocían. Piedras que al contemplarlas propagan un legado postergado que hoy he querido difundir porque son parte nuestra.

 

                                                                                 Natividad Cepeda   

 


viernes, 3 de julio de 2020

Alguna vez soñé con un mundo mejor

                    

Es tan encantador soñar que al no poder hacerlo es posible que algo se nos haya roto en la música interior del corazón. Soñar es tocar o percibir la magia de lo que queremos alcanzar aun sospechando que es casi imposible conseguir. Soñar es ver la Tabla Redonda rodeada de aquellos puros caballeros con un rey Arturo justo. Soñar es ver cabalgar al héroe de Mío Cid en pos de la justicia sin importar perder fortuna y ser lanzado al destierro. Soñar es creer en el milagro de los gobernantes que prometen paz, prosperidad y respeto por la justicia sin favoritismos ni cargas sobre la espalda de sus pueblos. Pero cuando se suman años  y conocimientos diversos  los sueños carecen de cielos azulados y anocheceres de mágicos destellos de las altas estrellas.

Estamos empezando julio de 2020  entre la frontera del miedo al contagio y la muerte del Cobit19 y la desazón de cómo sobrevivir por los corredores de todas las profesiones, salvo la política,  que carece de precariedad. Reconozco que jamás tuve peores pesadillas al imaginar subsistir en esta España de mis pesares y alegrías.  Años atrás el muro de nuestras lamentaciones no estaba tan poblado y teníamos fe en los partidos políticos del pasado. La mentira e insidia que nos tiene amargados y perjudicados a casi todos los niveles, solía desvanecerse con el paso de unas elecciones a otras, regresando así a recuperar la ilusión en nuestra joven y querida democracia.

Volver a soñar ahora es casi imposible porque nuestros sueños son de a ras de tierra; poder vivir sin ir al comedor social o religioso, cobrar el ERE o ERTE, esa prestación originada por desempleo porque no hay trabajo; y además que se cobre de verdad. Soñar así es perder los sueños. Es regresar a un tiempo de miedo inmisericorde a través de los días actuales.

Andamos por sendas de soledad absoluta atendiendo con todos los sentidos a la supervivencia a campo abierto y a ciudad amurallada de inseguridad. No lo decimos en voz alta pero estamos amedrentados porque la situación actual nos ha cogido desprevenidos y casi sin esperanza de arreglo. De pronto vivimos una barbarie inhumana, se ha perdido el respeto a todo aquello que rige la civilización. Sí, la barbarie se instala cuando se pierde la cultura e ideas sobre creencias que nos han hecho evolucionar en conocimientos diversos, desde el pensamiento a los avances científicos; al respeto a toda vida, desde el nacimiento a la senectud. Y calladamente hay un miedo primario e inconsciente.

Percibimos que algo no funciona. Se perciben en todas las capas sociales.  Es una marabunta que acomete las fibras más sensibles, no solo de aquellos que están predispuestos a alborotar, animados por exaltados líderes; no, es ese miedo a la intemperie de perder el techo y la comida. Traducido a la inestabilidad en sanidad, educación, impuestos y prestaciones sociales que no pueden paliar  el daño moral que se siente.


No, nos gustan los espejos donde mirarnos, ni las formas desleales de ser tratados como ciudadanos con obligaciones y escasos derechos. Flota en el ambiente oscuros presagios y no es bueno que esto ocurra. En el bazar de la globalización hay una atmósfera de pliegues  contraídos cada vez  más visible. A pesar de todo ello hay que recuperar los sueños y volver a soñar con un mundo mejor. Creer que es posible y entender, unos y otros, que ir avasallando, desde el punto de vista moral, es malo para todos. Nuestro tiempo humano es demasiado corto para tirarlo por un dédalo de podridas salidas. Poner postigos a los débiles es crear riadas de penurias y no es aconsejable subestimar su insignificancia desde el poder establecido, porque, torres más altas han caído. Hoy arriba y mañana, puedes estar abajo. Recordarlo puede que nos haga falta para la convivencia.

 

 

                                                                                                 Natividad Cepeda