martes, 15 de septiembre de 2020

La cueva del vino

 Ayer en Tomelloso las cuevas fueron el refugio del vino y la despensa de las familias viticultoras. Las cuevas  se hicieron picando desde afuera en la tierra del trozo de la casa que no estaba habitada y, picando con picos los hombres de la familia, y las mujeres sacando la tierra sobrante con  espuertas, hicieron el milagro de la oquedad tan grande que adentro se instalaron tinajas para que el mosto  fermentara y, el vino hirviendo en sus panzas, primero de barro y después de cemento fermentara.
Yo recuerdo en mi infancia. cuando apenas era una niña de cuatro o cinco años, ver a mi abuelo paterno, y a otros hombre,s picar dentro de la cueva que ya había,  para agrandarla y así, poder poner nuevo envase porque la cosecha era mayor y la producción del vino así lo exigía.
Me sentaba en el primer escalón al lado de la pared, muy pegadita, viendo como picaban sin hablar y cuando descansaban, se limpiaban el sudor con el brazo y beban agua del botijo, y me alzaban la mano para saludarme con una sonrisa amplia en sus labios cubiertos con el polvo terroso, mientras yo embobada, veía absorta como se agrandaba el agujero sin que el techo que surgía se desplomara sobre ellos.
Lo que jamás he recordado como se hicieron adentro de la cueva las nuevas tinajas. Contaban que habían venido los tinajeros a hacerlas allí mismo. Después se encaló la cueva y  me acuerdo de ver la cal hirviendo en calderas y hombres y mujeres encalar toda la cueva hasta dejarla blanca, tan blanca que cuando la luz entraba por el hueco de la lumbrera y por la escalera del patio toda ella quedaba iluminada.
En Septiembre la casa se llenaba de gente, primero, de madrugada llegaba la cuadrilla de los vendimiadores con sus hijos y sus hatos de fardos de ropa y las sartenes que la abuela y mamá tenían preparadas con la barja y el costal con los panes de cruz, las sardinas saladas, el bacalo, pimientos, tomates, naranjas, tocino, longaniza, aceite, sal cebollas, chorizos y cajas de aun grandes apra las pipirranas y chocolate del Cristo de Villajos o del Toro, para los niños.
Las mujeres preguntaban si podían quedarse con las fundas del chocolate porque juntando  muchas les daban regalos, platos, cacerolas, muñecas, balones...   Claro que sí, les decían y riendo comentaban que como algunos y algunas eran algo golosos y galgos también comerían chocolate con pan, que bien rico estaba pues  ya se les mandaría mas con el carrero. 
Cuando se marchaban el patio grande de los carros  se quedaba en silencio y nos mandaba a acostar un rato más porque era muy temprano, aunque ya no me dormía.
La casa en vendimia tenia aroma de vino nuevo y cuando fermentaba el mosto se cerraba todas las puertas y ventanas y el abuelo y los pisadores encendían velas para bajar y así, comprobar si el tufo ya no estaba y no quedaba peligro para bajar a la cueva.
Los pisadores desayunaban en el patio. casi siempre pan con queso en aceite, que la abuela les preparaba y melón y sandia porque de eso teníamos en casa. Al medio día guisaban para todos y las gachas con tocino eran muy requeridas, aunque un puchero con judías blancas que ellos llamaban habichuelas con algo de codillo, chorizo o lo que fuera también gustaban. 
El tiempo de la vendimia era una fiestas para mi, siempre había gente y aunque no se podía bajar a la cueva, las lumbreras cuando no había tufo, eran los grandes ventanales por donde asomándome veía el trajín del jaraíz y la cueva. El jaraíz en casa el abuelo lo tenía en la cueva y era grande con las paredes, casi hasta el techo, cubiertas de cemento; donde en los veranos, nos bajábamos a jugar, siempre vigiladas, y con tiza blanca se podía pintar en las paredes si que nadie regañara.
La cueva de casa era un lugar mágico en los vernos. Subíamos y bajábamos mis hermanas y nuestras amigas como si la escalera fuera una rampa. En la cueva no hacía calor y nadie nos molestaba.
La cueva ahora no vale para nada, esta sola en una casa vacía llena de recuerdos y de nostalgia. Cuando la veo las lágrimas asoman a mis ojos con la emoción de ese tiempo perdido y con la pena de los que me faltan.
El ayer era duro, muy duro, de trabajo esforzado pero alegre, los hombres cantaban por flamenco y en la radio y los primeros transistores, aquellos de color rosa y azul claro, sonaban las canciones de los cantaores y el locutor del fútbol voceando los partidos. 
Muchas de aquellas cuevas han desaparecido, quedan algunas y ahora se enseñan como pequeñas reductos del ayer. La gente las admira y en los propietarios de segunda y tercera generación hay al mostrarlas un regusto de orgullo por ese pasado del que venimos.


Natividad Cepeda







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