sábado, 8 de junio de 2019

Íconos manchegos invisibles en el día de Castilla-La Mancha


            Estoy aquí a destiempo de tantos  discursos y eventos  que van por los senderos de mi amada tierra manchega. Por todos los rincones mediáticos días pasados he escuchado mensajes de repulsa  de los representantes de los diferentes partidos políticos en su esfuerzo de convencer  para llenar su granero con nuestros votos. Ahora se reparten la dicha o la desdicha de las ganancias o  las pérdidas y yo y tantos otros esperamos ver esas promesas prometidas cumplidas, si no todas, sí algunas de ellas.  Y en esta tierra de nadie y a la vez de todos los que la habitamos, suenan los escasos clamores de la celebración del Día de la Autonomía de Castilla- La Mancha y la miramos con ojos de  esperanza un poco incrédula, por aquello de que los fastos a festejar no nos unen lo que debieran.

Y allí, bajo la tierra del olvido, yacen los íconos invisibles de esta pobre tierra que es la nuestra en espera de que alguien los nombre antes de que llegue la resurrección anunciada por la fe religiosa de cualquier época.  Difícil será nombrarlos  porque no figuran en placas de homenajes ni recibieron medallas de reconocimiento. Tampoco sus huesos descansan en mausoleos que invitan al recuerdo; no, sus huesos cansados de derrotas son todo silencio.  Todo es aire de olvido  bajo este mes de mayo que se despide con fiesta profana y con mujeres, rezando en los templos semivacíos, el santo rosario a la Santísima Virgen María, Madre  de los creyentes cristianos.  Casi todas mujeres  las que rezan, y algunos hombres como caídos por casualidad entre los bancos de madera de los templos.  Y en los campos de mayo los olivos  de un pie y los almendros alienados igual que los viñedos en líneas  largas y perfectas entre surcos arados y, el color de los tutores de los árboles niños, para evitar que los protegidos conejos, se coman el trabajo diario de estas gentes manchegas tan calladas ante tanta injusticia de unos y de otros.

El campo sin armas ni chamizos donde proteger la vida de sus labradores, hombres y mujeres anónimos que semejan sombras sin quejidos. Pero sin esa multitud  invisible nadie cobraría los impuestos. Impuestos como muros  petrificados de funcionarios que nada saben de las horas invertidas en esos vastos terrenos cultivados de soledad  en cada uno de nuestros pueblos.
Se nos mueren de pie, enjutos y quemados la piel y la esperanza cuando el pulso les falla y escuchan los reproches de que son malos y explotadores empresarios. Se nos mueren sin hijos que continúen la labranza porque no merece dejarse tanta vida para tan poco rendimiento.

Son ellos, los hombres y mujeres  de los pueblos, los íconos nuestros.  Sus huellas no se ven en el cielo lleno de sol de nuestros  cielos. Y como tejas de arcilla muerta se deshacen y desintegran rodando su polvo por horizontes de éste mayo que se nos va vestido de triunfadores y vencidos en la liza de las votaciones nacionales.

La voz de la tierra es la voz ancestral de la gente que la ama y en ella nace y muere. La voz de la mañana castellana y manchega es voz  inaudible sellada en agujeros de vejez sin niños que recojan el testigo.  Miramos los barrios del mundo, los hombres y mujeres que emigraron y muestran sus paraísos a miles de kilómetros de nosotros; esos que se fueron y no volverán y olvidamos que la vida de ellos vivida en otros pueblos, es la muerte de los nuestros.

Día de mi región, brindis al aire de balcones y plazas. Y detrás de la fiesta las manos apretadas de que hay que seguir vadeando robos o pagando seguridad privada, y por eso las placas de las aseguradoras son los escudos visibles de las calles.  Nos quedamos sin íconos manchegos y nos crecen miles de íconos diseñados.  Debería suceder algo distinto para recuperar lo que se fue: los trenes en los pueblos para viajar entre nosotros… Los trenes traqueteando, aquellos trenes nuestros rápidos y veloces sin humos. Los trenes nos dejaron al irse, aislados los unos de los otros. Y era u ícono verlos pasar por los campos y llegar a los pueblos. 

Hemos enterrado tantas cosas que la final las hemos olvidado. Y el olvido es morir incluso en mitad de la fiesta.



                                                                                                                  
         Natividad Cepeda

Arte digital: N. Cepeda