jueves, 6 de octubre de 2016

Equivocar la realidad de lo esencialmente humano

                      
Octubre  nos ha traído la incertidumbre del devenir de la socialdemocracia  española, perfilada por algunas tendencias, como si estuviera agonizando en ella misma. Como si el porvenir estuviera cerrado a la esperanza de recuperar esa parcela de moderación política y buen tino por donde debe continuar. Algunos colectivos olvidan que ir en contra de la moderación es autodestruir la convivencia y, qué toda democracia es avalada por los ciudadanos que van a votar y no, por lo que se abstienen.
No hay otro contrato que la continuidad en esta aventura de avanzar y denunciar todo lo que está mal; todo lo que entorpece y obstruye lo que es justo y razonable, venga de donde venga. Porque es cierto que estamos desencantados  de tanto bucanero de tierra adentro como si el bien común fuera un saqueo ilimitado. O como si  el enemigo es,  todo aquél que no piensa y actúa como la ley marcada por el político que no piensa en el pueblo llano, el mismo pueblo que le dio el poder y a través de discursos y arengas suscita el enfrentamiento tácito amparándose en la denuncia de los contrincantes sin reparar en la suya propia.
Enardecer a las multitudes  para que se queden sólo, con la parte superficial de la verdad que suele enmascararse tras acusaciones al contrario para así, encubrir  lo que no conviene.  Las reformas extremas  siempre nos han abocado al error y a la pérdida de valores  consensuados similares al desprecio por la persona, a la avaricia y la soberbia de querer estar por encima de los demás, al expolio ejercido por banqueros sin escrúpulos al asignarse cantidades millonarias exentas de ética de moral y de decencia. Y somos muchos los que pensamos que esos delitos no deberían prescribir ni extinguirse, además de devolver lo sustraído indebidamente  cobrándoselo en bienes propios, o en caso de alzamiento de bienes, en trabajos para la comunidad y pérdida de libertad. Y esa misma sanción aplicable para los facinerosos de cualquier grupo social, sindicatos, constructores, profesores y obreros que no cumplen con la parcela que deben dar personalmente a la sociedad donde se les protege, acoge y preserva  de todo daño. 
Octubre  nos deja el suave adiós del verano sin que nos bese la lluvia tanta sequía en el alma y en la naturaleza. Como todos sabemos, volver a señalar la fractura del PSOE es no salir  de esa nave a la deriva que debe recobrar el rumbo con un timonel  sincero y leal  que despeje los obstáculos impuestos por quien no ha querido ver, los votos perdidos en  elecciones pasadas. Votos que no han ido al partido del PP, por mucho que esa realidad no se quiera admitir ni ver. Votos desperdigados en partidos populistas, radicales y exacerbados para crear  el enojo en  ese pueblo olvidado  receptivo a revoluciones anacrónicas impropias de hoy.
Escucho, leo y sigo declaraciones sobre ese proceso demoledor desencadenado dentro del PSOE, originado por ese abuso de palabras equivocadas  de su último dirigente,  y no puedo dejar de pensar en aquél Adolfo Suárez destruido por los suyos y adonde fue a parar la UCD y el CDS. Porque el desequilibrio cuando se agita es una marea imparable. Se puede pensar que  nuestra política hay que volver a reconducirla para capear esa situación antidemocrática y exigir que los liderazgos  se sustenten en lo que es esencialmente humano, honradez y honor: cualidades que llevan en sí mismas  deberes propios y ajenos. Mientras que esas cualidades no trasciendan a la vida pública nuestra democracia carecerá de esos derechos individuales,  donde la igualdad y el respeto  por ideas y credos,  sean una máxima del poder y su  decencia.

                                                                                                       Natividad Cepeda



Publicado: Diario digital MANCHAINFORMACIÓN Natividad Cepeda | 05/10/2016
Arte digital: N cepeda


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