martes, 18 de octubre de 2016

Dignidad y pobreza en un pergamino sin ética

                                              
  Desde los medios oficiales se dictan normas  renegando, con palabras escogidas, en contra de la pobreza. Las palabras para su definición cambian, pero el desamparo medra excluyendo del poder adquisitivo a un número cada vez mayor de personas. La Ley, abundante en retórica, incluye recovecos por donde los  que las promulgan y promueven hacen beneficiarse  a los más altos y dignatarios en poder económico y político, quedando los de abajo, el pueblo llano desprotegido, salvo para pagar impuestos salidos de nóminas, cooperativas agrícolas y ganaderas y autónomos de cualquier profesión y oficio. De tal manera que la espalda de Eva y Adán siguen cargando con el innumerable peso de todos los truhanes del mundo.
La economía rural, desmembrada en impuestos y saqueada en aras de unos planes europeos e internacionales, ha sucumbido a tanta sinrazón orquestada desde esos planes con la  convivencia de sus mismas asociaciones, tapando algunas corruptelas, que aunque conocidas, son calladas por el sector por temor a no ser atendidos si destapan la liebre los que saben de sucios manejos y prebendas.  La triste realidad se palpa en la despoblación creciente de los pueblos de España, y en los que quedarán en una década despoblados por estar habitados por personas mayores; viejos jubilados sin jóvenes ni niños a su lado, agonía  unánime parecida a un quinqué sin mecha ni aceite.
La jugada de prometer lo imposible es un juego escaso de buenas cartas; porque cuando se dice que hay que conseguir ayudas sociales para todos los habitantes  no se ignora que sin producir, esas ayudas cada vez serán más escasas. Los políticos de izquierdas  esgrimen descaradamente esa porción de dar y prometer dadivas sin trabajo; los políticos de derechas también, aunque con menos énfasis o utilizando un lenguaje menos atrevido en sus promesas, aunque ambos saben, que más pronto que tarde, sin economía sostenida en zonas rurales y en ciudades sin empresas, donde la inversión no llega ni se canaliza para que llegue, esas promesas no son ni viables ni ciertas.
Las modestas economías de las zonas rurales se desangran  en vida y en muerte, porque no caben calamidades entre las manos ásperas de quienes al morir sus padres y heredar la tierra y la  hacienda para continuar manteniendo trabajo sin tirar cohetes, han de pagar el impuesto de sucesiones con tal largueza que, es un abuso de autoridad y de poder. Junto al surco no hay  vacaciones ni  joyas adquiridas para guardarlas en cajas fuertes de bancos, tampoco sociedades que conocen como no pagar al Estado…Los míos, toda la gente del agro español llevan una existencia sin sorpresas. No escondes pingues ganancias en fundaciones y asociaciones tapaderas de encubrimientos de Euros; no,   su estuche es la caja que recoge sus cuerpos  preñados de amaneceres y desalientos cuando vuelven a la tierra de la que todos procedemos.
Los pueblos se quedan solos, abandonados por ser esquilmados, y todavía hay quien dice que los patrones no se comen la mierda por mal parecer.   El mundo se desangra en las plazas de los pueblos como antaño, como siempre, o se van cubriendo de una pátina de tristeza taponando sus calles y casas el polvo del olvido. De poco sirven, hasta hoy, así ha sido y es; las frases hechas y las arengas en favor de la extirpación del hambre: los pergaminos actuales  sin ética, no impiden el hambre y la miseria.



                                                                                                  Natividad Cepeda

Arte digital: N Cepeda

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