
Días antes recibí
una llamada de teléfono concediéndome la entrevista con el alcalde. Cuando me
abrieron la puerta de su despacho, inmensa y alta yo sentí que me diluía entre
sus maderas nobles y al pisar el primer trozo del pavimento creí que me
tragaría la tierra. Sentado al otro lado
de la mesa el corregidor, grande en volumen físico, me miraba entre bonachón y
con una pizca de humor, casi imperceptible, en el fondo de sus ojos. Con un
ademán de su mano me invito a sentarme enfrente de él y me saludó dándome los
buenos días llamándome por mi nombre. El tema era preguntarle el por qué, se
llevaban el tren de mi pueblo. Y sin inmutarse me dijo que a nadie le importaba
si el tren desaparecía. Yo, insistí, alegando que el ferrocarril era la mejor
vía de comunicación y que creía que prescindir del tren era un error que pagaríamos
en el futuro. El alcalde, sonrió e
impasible me dijo que el tren, solo me importaba a mí. ¿Sabes, me dijo, que
ninguno de nuestros vecinos ha venido a preguntarme por qué se quita el tren?
Extrañada sostuve su mirada y solté aquello que yo había escuchado aquellos
días en tiendas y corrillos de la plaza: la gente dice que como usted obtiene
beneficios con el coche de línea que va a Madrid no le interesa mantener el
tren. La sonrisa se hizo mucho más amplia y sin embargo su mirada dejó de ser
alegre. ¿Yo, beneficios con trasporte público, quien dice esa patraña? Todos, le contesté. ¿Y tú no ignoras cual es
mi profesión, verdad? No, le contesté, usted es pediatra. Vaya, pensé que lo
habías olvidado, me dijo algo molesto. No, no lo he olvidado, pero un alcalde
tiene el deber de defender a su pueblo y parece que a usted no le interesa
ejercer esa defensa. El alcalde se echó hacia atrás hasta dar en el sillón con
su espalda y se quedó callado mirándome como
si yo no existiera. Luego serio me preguntó ¿Todo eso que dices lo vas a
escribir en tu entrevista? Sí, le contesté sin titubeos. Y él, serio me dijo: ¿Que
te importa a ti si hay o no hay tren en el pueblo, cuando tu viajas en el coche
con tu padre? Algo allá adentro de mi estómago empezó a removerse y sentía la
necesidad de salir de aquella habitación y escapar de aquella mirada que me
escudriñaba con suma atención. Por un momento el silencio pesaba entre las
cortinas de terciopelo verde y la mesa del despacho que se agrandaba hasta el
infinito queriendo escapar por el balcón que tenía a su espalada el alcalde, desde
donde llegaban los ruidos y voces de la plaza grande y redonda de mi pueblo.
Sonó el reloj de la iglesia, porque el del ayuntamiento llevaba un tiempo mudo,
decían que estaba algo escacharrado y sin saber cómo le pregunte sin respirar… ¿y
el reloj tampoco lo piensa mandar a arreglar? Me pareció que en su mirada algo había
cambiado, pero firme me dijo aquello de ¿Cuándo fue la última vez que subiste
al tren? No lo recuerdo, creo que desde la vendimia pasada que fui con mis
abuelos a Ciudad Real a que la viera don Javier Paulino a mi abuela, por
aquello de su corazón enfermo. Pero aunque no suba mucho en el tren, no quiero que
se vaya del pueblo, es donde mejor voy y es el medio de transporte público que
más me gusta. Ya sé que el tren nuestro es viejo, y hecha mucho humo, pero un
pueblo sin tren es algo así como si ese pueblo se estuviera muriendo. Y de nuevo
el silencio se aposentó en los sillones y solo se escuchaban a los gorriones ir
y venir en los árboles de la iglesia.
La entrevista se publicó en un periódico que hacíamos fotocopiado
los jóvenes bajo el nombre de “Iglesia en Tomelloso” con mucho miedo por parte
del pobre cura que lo realizaba y que me dijo; anda que en buenas nos has
metido si se enfada el alcalde con todo lo que has escrito. Pero el alcalde no
se enfadó y nadie prestó atención a aquella entrevista escrita por una joven de
dieciséis años que no quería que el tren dejara de llegar hasta su pueblo.
Años después comprendí que aquel alcalde fue el único que
me comprendió y que si no detuvo la marcha del tren fue porque cuando yo suplique por él, ya no
interesaba a nadie. Años después las vías se arrancaron y yo sentí que algo
dentro de mi alma también me arrancaban de cuajo. Sí, decir arrancar de cuajo
en mi pueblo es tanto como afirmar que lo que perdemos no volvernos a
recuperarlo jamás. Y así ha sido hasta hoy donde seguimos sin tener tren.
Natividad
Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
Me ha encantado. Un beso.
ResponderEliminarEsteban Torres Sagra