viernes, 4 de marzo de 2016

Desencanto.

Asistimos  al olvido del honor en esta sociedad  plural y global donde los triunfadores son aquellos que carecen de ética y moral.  Las élites actuales siguen ocupando los mismos puestos de poder que las de cualquier otro momento histórico; llámense políticos de formaciones de izquierdas con sus mensajes populistas de paraísos imposibles de cumplir,  o de los denostados centro derechas, conservadores, liberales, demócratas… todos, los que nos han decepcionado precisamente por carecer de honor.
Y sin esa primicia la claridad en los enfoques que se nos muestran carece de credibilidad. Por todo ello la duda anida en las mentes de todos nosotros como una telaraña sucia que impide ver la limpieza de los que nos ofrecen salvaciones.
Por eso en los asientos donde el pueblo habla sin miedos ni complejos; ese pueblo alienado sin otra salida que las nuevas tecnologías, donde nos miramos el ombligo, y nos dejan hacerlo, porque así nos tienen entretenidos, se queja cuando le toca sufrir la injusticia en carne propia. Cuando descubre que las grandes cuestiones no son las que se muestran por ellos, los políticos y sus élites de poder dominante, donde los otros, no cuentan, no existen, no son nada. Y sin embargo si son necesarios para alimentar a todos ellos. Porque esa es la cuestión principal, exprimir al pueblo ofreciendo falsas esperanzas esgrimidas desde los oradores en mangas de camisas, pantalón semiarrugado y cortes de pelo a lo descuidado buscando impresionar a ese pueblo del que dicen formar parte… con la discrepancia de captar adeptos mientras tienen dividendos para esas campañas de corte revolucionario sin explicar de dónde les viene el oro para tanta movida tan bien orquestada.
Indudablemente que todos ellos necesitan al pueblo para poder subir hasta el podio donde se sienten señores y no siervos.
De ahí nace ese desencanto  que nos ahoga y ensordece de comprobar que los unos y los otros nos utilizan para su propio beneficio con planteamientos de excelentes profesionales del deshonor y  la codicia, aliñados con el toque sutil de la vanidad más depurada dentro de sus atuendos y palabras. Y las tribulaciones del pueblo carecen de importancia. Alcanzar  riqueza es la meta y para conseguirlo el poder es el camino ideal sin honor, y sin otro principio que el de conseguir el acatamiento y el beneficio logrado de los impuestos a ese pueblo que se deja en los papeles oficiales el esfuerzo de su trabajo y de su pobreza creciente día a día.   ¿Desencanto? Sí. Mucho desencanto y demasiada cobardía por miedo a decir la verdad y que se nos castigue aún mucho más de los que aún lo estamos. Porque cuando se detecta parte del cieno en el que vivimos los que carecemos de rango social o cotas de poder político, el miedo a ser castigados nos atenaza y sucumbimos a esa maquinaria del poder  callando tatas veces lo que jamás se debiera callar.
España se empobrece y todavía se nos dice que hay que dar a los que llegan algo de lo que carecemos. Pregunten e indaguen la realidad de las listas de espera de hospitales, la economía flaca de las familias que con pudor se callan y como hacían los hidalgos hambrientos del Siglo de Oro ocultan el derrumbe de agricultura y ganadería, de tantos autónomos y familias sin ayudas reales. Si, preguntes sin palabras, miren los pueblos que envejecen y se despueblan, los niños que no nace, y los viejos que se mueren solos.
Ese desencanto existe no solo en las grandes ciudades donde hay manifestaciones en plazas y tribunas de intelectuales con aires de salvadores, también existe en el silencio unánime de los que pueblan los puntos cardinales de esta España que se mira el ombligo para evitar verse el verdadero rostro de su realidad.

                                                                                                       Natividad Cepeda     

Arte digital: N Cepeda

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