viernes, 18 de marzo de 2016

La esclavitud del poder y la riqueza frente a la libertad de Jesucristo


No es fácil elegir vivir en libertad ante las dificultades diarias. Ni es fácil seguir a Jesús de Nazaret  cuando dice que dejemos todo y lo sigamos. Y resulta casi imposible abandonar las redes y la barca y seguir a quien dice que todo eso no importa. La realidad es salir al mercado de la vida y luchar por conseguir la supervivencia cueste lo que cueste. Porque Dios, es ese misterio abrumador que nos promete reinos intangibles y premios dudosos en mitad del luto y del dolor humano.
Se ha escrito que Dios lo ve todo: que no hay brizna de hierba que su ojo vea brotar ni grano de arena que su aliento no mueva.
Se nos dice, que Dios que es el primero y el último, la respuesta que buscamos desde nacer hasta morir. Y en esa historia nuestra el legado verdadero es dejarnos elegir en libertad el camino a seguir.
Nos alegramos cuando escuchamos decir que Dios ama a cada uno de nosotros,  pero convivir es a veces terriblemente inhumano. Porque cuando caemos,  porque otros nos tiran   y no hay una mano que nos socorra y ayude,  dudamos de la existencia de Dios.
En medio de nuestro mundo actual y enfebrecido por todo lo conseguido por la ciencia y el estudio de las nuevas tecnologías, nos suena engañoso la palabra Dios y la fe en él. Y el laicismo con su rostro escrupuloso de autenticidad coopera a alejarnos de ese misterio que es Dios, porque no creemos nada más, que  en lo que vemos y tocamos. Aunque ese ver, sea una pantalla de ordenador, de plasma televisivo o de nuestra argolla particular del teléfono móvil.

Soñamos con un mundo mejor. Y para conseguirlo copiamos y pegamos en muros inventados por la tecnología, citas y frases que nos dicen que con eso es más que suficiente para lograr esa felicidad buscada desde la noche perdida de los tiempos, de los que no tenemos historia atestiguada. Y en este conformismo civilizado vamos nadando contra toda corriente humanizada. Las palabras de sometimiento nos inundan. Son una riada que avanza engullendo a su paso el espíritu sagrado que busca la existencia de Dios.  La ceguera es tan usual que nuestro estilo de vida ha conformado la disculpa de los que nos hacen esclavos y medran sin ética ni culpa de pecado, gracias a la hipocresía del mercado sin fronteras, donde una vida humana solo cuenta cuando aporta riqueza a los engranajes de los que ostenta el poder y la riqueza.

La palabra que  nos fue dada por Jesús de Nazaret: Cristo Jesús –El Mesías- es la fe de todos los cristianos; en Él creemos como Redentor nuestro. Creemos cuando nos conviene dentro de nuestra envoltura egoísta. Somos sus seguidores, cuando su mensaje y enseñanza, no aborta la ambición personal. Cuando nos escondemos detrás de telones que nos ocultan la realidad macabra de los que son perseguidos por ser creyentes en Cristo. Por los que son ultrajados por carecer de derechos, cuando todos, tenemos derecho a una vida digna.  Cuando con facilidad nos dejamos seducir por los juguetes que nos proporciona el Estado, cualquier  Estado actual para impedir que busquemos soluciones a la injusticia, al abuso de poder y la corrupción de legisladores y gobernantes olvidando, dar a Dios, lo que es de Dios, y al  Cesar lo que es del Cesar. Ósea, a todos aquellos regidores, presidentes, reyes o gobernantes llamados con nombres distintos, con el mismo significado para manejar la vida de las personas que viven y mueren bajo su poder y dominio.
Y por eso Jesucristo es molesto.  Tan nocivo que olvidamos su amor. En esto momentos de comunicación constante se habla  de solidaridad como una producción de abundante cosecha fraternal,  pero olvidamos que la solidaridad no es acoger por unos días a las personas y dejarlos después sin apoyos y sin defensas. Carecemos de verdadera conciencia    responsable. Y en estos días donde la primavera desgreña de madera muerta  árboles y arbustos, cubriéndolos de brotes y flores, vuelve ese Cristo Nazareno a preguntarnos qué hacemos al seguir crucificando a otros cristos, mujeres, niños, ancianos y hombres en el monte de la calavera del mundo.


Y yo me pregunto, ¿en qué espejo nos miramos cuando no vemos los infiernos consentidos?  Si  Dios es  ese Cristo que pasea por calles y plazas, alzado y exhibido en ricos tronos del fervor popular, que reclama con su ornamento y luces quitar tinieblas y pesares a tanto sufrimiento… ¿Dónde queda la palabra de Jesús de Nazaret?  ¿Dónde el amor?  ¿Dónde el pan de cada día y el perdón?
Semana Santa en España es el fervor popular; la catequesis del ocio y la fe de los que siguen orando en templos solitarios y olvidados. Semana de Pasión,  cuando recordamos a las religiosas asesinadas, hace pocos días de la Congregación de Teresa de Calcuta  y por cobardía y complejos no se dice en medios informativos.   Semana Santa de tantos perseguidos por su fe,  y sin fe,  por el terror de los fanáticos, sin Dios y sin amor. Dolor de Viernes  Santo; de  todos los viernes sin esperanza y con dolor. Y amor fraternal de Jesucristo cuando nos dice, también hoy “Yo soy la resurrección y la vida” “Yo Soy, el que habla contigo”  
No, la Semana Santa no es sólo imágenes religiosas talladas y mostradas para recordarnos una muerte: no lo es para mí.   La Semana Santa es para meditar sobre la esclavitud que tenemos y la libertad predicada por Jesucristo, actual y vigente en cualquier esfera del mundo conocido.




                                                                                          Natividad Cepeda

 Arte digital: N Cepeda


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