Espero mi tuno en la fila de esas
grandes superficies donde se compran productos actuales etiquetados con letras
y números que la mayoría de clientes no entienden. Era esa hora donde todos esperamos porque el
reloj nos dice que hay que salir rápido porque llegamos tarde a otras citas y,
detrás de mí dos personada hablaban de un desahucio inminente. El sonido de sus
voces eran cantarinas, frescas y sin asomo de querer esconder su rabia e
impotencia. Nombraban nombres masculinos y femeninos, lugares y juzgados,
inquilinos y constructores y la palabra paro, cual dogal al cuello de un
ahorcado. Salimos y seguí escuchándoles hasta que el ruido de la calle nos dejó
sordos e intoxicados de aire maloliente.
Horas más tarde en lugar distinto, volví a escuchar hablar de pisos y de inquilinos
listos y avispados. Los que dialogaban se quejaban amargamente de lo que les
sucedía y sus voces no eran cantarinas como agua de río saltando entre peñas, al
contrario eran voces apagadas de tono quebrado y desaliento sin apenas un asomo
de esperanza por no encontrar salida a
sus problemas. Una de esas voces aseguraba que no podía hacer nada, que cuando
llegó a su casa no pudo abrir la puerta y al escuchar voces adentro y ella,
vivía sola, llamó a la policía y se encontró con unos inquilinos no buscados
que se decían ¡!OKUPAS¡¡ Recurrió a lo que buenamente sabía y no logró nada.
Hablaban de todos los logros que tienen
delincuentes comunes, picaros actuales amparados por grupos que se dicen
justos, todos esos que van en contra de un sistema pero que no tienen
escrúpulos para adueñarse de lo ajeno.

No existe el delito de usurpación cuando esto ocurre, y los jueces, en su
alta calidad y elevado prestigio dejan abandonado al ciudadano que jamás ha
delinquido, entonces muchos nos preguntamos ¿para qué trabajar y ser honrado?

Las voces de esas gentes solo las oye el aire.
Natividad
Cepeda
Arte digital: N Cepeda
No hay comentarios:
Publicar un comentario