jueves, 15 de junio de 2017

La primera cardencha que no verán sus ojos.

                                                    La primera cardencha que no verán sus ojos.

No son muchachos tristes los que van caminando por railes y llevan en sus mochilas el deleite de conocer ciudades del mundo, porque su mérito ha sido llegar hasta esa meta soñada y ser un vagabundo culto e ilustrado, al menos así nos lo creemos.
Sobrevuelan en intercambios de un país a otro. Van y vienen con su única patria y su filosofía  de entender y opinar sobre el ecosistema y las redes  furtivas de ver con mirada propia, lo que ocurre aquí y allá. Hay veces que ignoran los delitos  de los que mancillan el planeta envueltos en palabras de floresta imposible porque, nada se da por nada, sobre todo si los que dicen defender  los pilares donde la sociedad humana se asienta, se destruyen. Y aunque tienen miradas claras como el azul del cielo un día de primavera, no ven a los que trastornan el orden establecido ofreciendo a cambio ilusiones vacías de realidad.
Curiosamente los que no verán las cardenchas recién surgidas, creen en la paz y en el bienestar de la primera clase de este mundo global, tan enorme en su dilatado contorno de pueblos y frontera geográfica y, tan pequeña visto desde cualquier ordenador o teléfono móvil.  Y así, de momento, en esos primeros atisbos de andar jugando a ser adultos no se les ocurre sospechar ni dudar, que lo que se nos ofrece desde la publicidad del ocio y la belleza plagada de  perfección es inexistente: porque nosotros, todos,  somos imperfectos.
Se instalan en el concepto erróneo y en la doctrina falsa de creer que el amor es una panacea para todos los males. El amor, ese sentimiento que buscamos y necesitamos en correspondencia con todo cuanto nos rodea y, con esa persona idealizada, a la que nos entregamos en busca de sentir realizada el alma nuestra, con la del otro ser humano que amamos. Y cuando no se encuentra, se busca como si fuera un oficio de andar por la vida a su busca y captura, olvidando las reglas de la naturaleza. Esa regla que ha de cumplirse en toda sociedad civilizada.  Porque cuando no se cumplen los saberes que benefician desde abajo hasta arriba de toda sociedad, su incumplimiento degenerará  a un estado primitivo, quebrándose paulatinamente el tejido social de esa sociedad.
El deterioro del declive de las sociedades que la Historia recoge, cuando se instala dentro de ellas es lento, tan lento y demoledor que nadie percibe su avance destructor. Actualmente  la inseguridad en lo espiritual y en lo material  ha creado una inestabilidad, no solo física, también emocional. Y cuando se percibe ese fracaso producido por  escollos diversos, la persona es incapaz  de salir adelante con su voluntad y capacidad para salvar escollos. Derivado de ese conjunto de errores, cada día se suceden los suicidios en jóvenes que parecen que lo tienen todo. Y no es cierto ya que  la primera causa de muerte en España, es el suicidio.  Porque cuando el estado de ánimo cae en  picado y falta encontrar  resolución  para lo que angustia, todo se torna negro y el suicidio es la puerta de salida para terminar con esa confusión del alma que destruye al cuerpo. En medio de esa terrible oscuridad se olvida la belleza que nos regala la vida en su conjunto.
En ese umbral ambiguo nos quedamos ante un suicidio. Dicen: o decían, que en los países creyentes de católicos el suicidio era menor. Pero ante el laicismo y ataque  continuado de los que aseguran poseer la razón de la no existencia de la divinidad, casi exclusivamente en cristianos y católicos, teoría indemostrable, es fácil rebelarse a vivir y ejercer la voluntad de continuar en una sociedad donde sus pilares se tambalean y quiebran por la dureza de sus convicciones anti naturales. Y ante la tristeza de lo irremediable no hay cabo donde asirse, ni se busca la mano hermana y amiga a quien recurrir cuando falta claridad al alma. De esos andenes de soledad se nutre el  suicidio, dejando esas muertes, a los que los aman, una agonía de incertidumbre y de preguntas que no tienen respuesta. Excepto el amor de  los que sí creemos que el amor salva por encima de la misma muerte.
Por mi tierra manchega el calor es duro y seco; ese calor no evita que en los campos surjan los diferentes cardos en rastrojos y cunetas. He visto abrirse la primera cardencha y al contemplarla en su ruda belleza, he sentido que no la verán esos ojos cerrados de los que nos dejaron.

                                                                                          Natividad Cepeda 

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