viernes, 18 de agosto de 2017

Muerte en las ramblas de Barcelona, ciudad de España, hija de Europa.


De pronto la muerte se deslizó por un paseo llamado rambla y en su suelo quedaron rotos cuerpos humanos como si fueran muñecos rotos.  Gritos de horror difundió el aire.  Los que no fueron arrollados por una furgona blanca corrían despavoridos buscando zafarse del zis zas que las ruedas a gran velocidad destrozaba la vida de los pacíficos viandantes. Cuerpos heridos quedan inermes. Un hombre baja de la furgona y se pierde entre la multitud que ha masacrado. Un hombre malo. Un mal demonio que se erigido en el verdugo de los que nada le habían hecho. Dios lo persiga hasta el infierno. Dios lo condene a seguir corriendo eternamente.  Suenan motores. Suenan sirenas de ambulancias, de policías… suena el pavor por todos lados. Sobre las ramblas muertos y heridos, hombres, mujeres; cuerpos tronchados. Se ríe la muerte. Calla la angustia. Y en las gargantas  se queda el llanto preso e impotente.
La gente se hace notario de ese momento, desde los móviles van recogiendo esas imágenes que nos conmueven. Hablan las redes, Facebook, twtter, los digitales, las emisoras lanzan al viento su voz de alarma. Sobre el asfalto reina la muerte. Son los verdugos yihadistas los que han matado. Son esos mismos que recibían nuestras ayudas. Los que sin haber cotizado tenían pensiones, y hasta  alquiler pagado de su vivienda. Son los que hablan de paz y amor. Los protegidos de esos políticos que nos denuncian y nos acusan de insolidarios.
Hoy hemos vuelto a verter lágrimas pero cuidado que no se muestren esas imágenes de los que han sido asesinados. No, por favor, que no se muestren. Queden los cuerpos asesinados sin ser mostrados en digitales, en los mensajes. No, por favor es por respeto a los mismos muertos. A esos malos occidentales que han sido asesinados. No, por favor que no se vean, así tapamos los inocentes ajusticiados por los islámicos; pero cuidado que todos ellos matan y matan nombrando a Dios.  Los que yacen caídos y ajusticiados son los infieles. Son esos mismos que los defienden y los acogen cuando entre ellos se odian y matan en sus países. Que no se muestren esas imágenes de nuestros muertos sobre el asfalto: que no se vea el llanto del que ha perdido a los que aman, esos no importan son europeos viven aquí, donde nacieron, pero no hay que mostrar a nuestras víctimas, sí a los otros, a los que mueren en las pateras; yo me pregunto ¿acaso esos cuerpos al ser mostrados no se merecen ser respetados? Porque se muestran y nadie clama por su respeto?
Un niño muerto yace tendido sobre el asfalto y se nos pide no difundir su cuerpo inerme, solo y quebrado. Nada sabemos de él, no tiene nombre, no tiene padres que lo lamenten y griten roncos de llanto y rabia ese desmán. Es europeo y por nacer aquí nada sabemos de ese pequeño asesinado. Pero, recordar, no hay que mostrarlo muerto sobre el asfalto, no por favor, hay que ocultarlo y respetarlo.

Días pasados todos los medios fotografiaron un niño muerto sobre la arena de una playa turca, lloraba el mar sobre su cuerpo, lloraba el padre y al mirarlos todos sentíamos dolor inmenso. Lo ahogó la guerra y al contemplarlo se nos quedó el alma rota. A falta de  respeto sabemos que se llamaba Ailan, y era pequeño. Era un niño que no debió morir así. Pero al mostrarlo tampono Ailan fue respetado.
Yo me pregunto, y como yo, otros muchos ¿acaso somos culpables de esas reyertas de otros países donde la guerra campa entre odios de musulmanes?  ¿Por qué en Europa se nos masacra por los que vienen y alimentamos? ¿Por qué los que predican ser seguidores de una religión de paz y amor, matan cristianos, queman iglesias, y nos injurian por ser nosotros de otra manera? Si somos malos los europeos infieles,  ¿por qué se vienen si no les gusta cómo vivimos y trabajamos?  Lo que logramos ellos no nos lo dieron. Se alzan voces muy lentamente en contra de estas masacres en toda Europa, y se olvida que Occidente es otra Historia.
Ningún extremo  trae paz y amor. Los muertos nuestros, los europeos asesinados claman  justicia y no taparlos para evitar que crezca el odio. Respeto y vida van de la mano. Muerte y violencia crean repulsa. Cuando en las calle quedan los nuestros asesinados, nadie nos diga  que no se muestren, son nuestra carne y es nuestro llanto.

                                                                                                  Natividad Cepeda


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