lunes, 13 de enero de 2014

A Maruja Márquez de Julian Creis Córdoba: homenaje en enero

        
 Se ha marchado cuando todavía teníamos en los labios el sabor del brindis por el año nuevo recién estrenado, sin ruido, sin llanto como se marchan las flores en otoño y nacen las hojas rojas de la flor de pascua en el invierno.
La recordaré  siempre con su sonrisa de llanura sin límite y con su abrazo suave como si te envolviera en un antiguo chal de las abuelas: chales de grandes flecos en los que se arrebujaba todo el frío y los desvelos, junto a las alegrías y las penas ocultas entre los pliegues de sus grandes y hermosos chales negros.

Nos ha dejado viajando hacia el cielo frío de enero cuajado de estrellas para ser la estrella más brillante, la del fulgor sereno que aguarda con su luz encendida para quitar tinieblas. Y en ese mar de ausencia saludará a los muchos amigos que con ella se han ido: más hoy te escribo en exclusiva para agradecerte tu amistad, tu donación de amiga junto a los escritores y poetas que tantas veces recibiste en Valdepeñas, en la casa de la Cárcel Vieja de Paco Creis y en la bodega junto a Agustín Moreno y su esposa Cristina…No, no debo enumerar tantos nombres queridos mi querida Maruja, porque ya fue suficiente que siempre permanecieras en la sombra brillante de las letras, acogiendo y sirviendo de perfecta anfitriona, incluso en tu casa de Madrid, junto a Emilio Ruíz Parra y Franca López Figueroa, amigos de por vida y otros muchos. Me llamó Franca y me lo dijo a la vuelta de dejarte en tu pueblo, apretujada de nuestra tierra madre; con su voz medio rota, cargada de cariño, y al oírla sentí que envejecía como una encina sola en medio de los montes.

Sí, quisiera ser mañana la tierra de la encina, como tú, como tantos amigos que me habéis enseñado el amor fraternal abriéndome las puertas del corazón y el alma. Sí, me duele despediros aunque siempre os recuerdo desde este rincón de mi pueblo y leo, intentando aprender de los buenos maestros su buen decir y mejor escribir en tantos libros que me han regalado.  A veces las mujeres como tú pasan inadvertidas entre aplausos y premios, literatos y artistas, hasta en ocasiones- no siempre- inflados como pavos reales, sin reconocer el esfuerzo que se hace para que los eventos resulten exitosos.  Lo dije y lo repito también en este día, en el cielo particular de Julian Creis Córdoba  hubo una buena estrella brillando en su reputación de hombre bueno: María: Maruja Márquez, donde la vecindad de la tolerancia  guardó la compostura para acoger a todos. Y no siempre se encuentra esa cualidad en las personas.
La poesía ha sido el eslabón de amor de Maruja Márquez, observaba y callaba aquella “manijera” –así la llamaba cariñosamente Paco Creis- que desde su silencio conocía a todos cuantos ella recibía, desde la discreción de quien sabía lo que no decía a casi nadie, porque de sabios es callar…
El ayer no regresa, se queda en la retina de los días y en el pasar del tiempo de la misma manera que se queda la luna mirando las estrellas. Luego cuando se rebusca en las páginas amarillas de los viejos legajos de los libros antiguos, los que estudian y escriben sobre épocas y costumbres de ciclos culturales, rebuscan anécdotas y nombres unidos a la fama del momento fugaz, y como en el Evangelio de Marta y María, siempre hay una Marta que se ocupa de la casa y de los invitados y con la que Jesús de Nazaret, conversa. Sí, contigo, Maruja, han conversado muchos y sólo tú sabrás lo que te han contado.


Vengo y voy por los días con mi pobre equipaje de pequeños recuerdos. Ignoro si en la curva del tiempo tú escuchas ahora a los que te queremos. Yo apuesto porque en el cielo del alma tú estarás sonriendo y por eso escribo mi pequeño homenaje, a ti, que acudiste a tantos homenajes  de celebres poetas… Sabes, mi querida Maruja, que es en enero cuando se encienden las hogueras invocando a un anacoreta llamado San Antón; esa noche en Tomelloso las llamas al elevarse al cielo nos devuelven la magia de los viejos ancestros. Al ver arder la leña yo recuerdo a mis muertos, sin miedo, sin tristeza porque siento que junto al fuego ellos también regresan. Y dicen que mientras se recuerde a los que se marcharon nadie muere del todo. Yo creo en todo eso y por eso te nombro.



                                                                                            Natividad Cepeda

Arte digital: N. Cepeda

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