La
recordaré siempre con su sonrisa de
llanura sin límite y con su abrazo suave como si te envolviera en un antiguo
chal de las abuelas: chales de grandes flecos en los que se arrebujaba todo el
frío y los desvelos, junto a las alegrías y las penas ocultas entre los
pliegues de sus grandes y hermosos chales negros.
Nos ha
dejado viajando hacia el cielo frío de enero cuajado de estrellas para ser la
estrella más brillante, la del fulgor sereno que aguarda con su luz encendida
para quitar tinieblas. Y en ese mar de ausencia saludará a los muchos amigos
que con ella se han ido: más hoy te escribo en exclusiva para agradecerte tu
amistad, tu donación de amiga junto a los escritores y poetas que tantas veces
recibiste en Valdepeñas, en la casa de la Cárcel Vieja de Paco Creis y en la
bodega junto a Agustín Moreno y su esposa Cristina…No, no debo enumerar tantos
nombres queridos mi querida Maruja, porque ya fue suficiente que siempre
permanecieras en la sombra brillante de las letras, acogiendo y sirviendo de
perfecta anfitriona, incluso en tu casa de Madrid, junto a Emilio Ruíz Parra y
Franca López Figueroa, amigos de por vida y otros muchos. Me llamó Franca y me
lo dijo a la vuelta de dejarte en tu pueblo, apretujada de nuestra tierra
madre; con su voz medio rota, cargada de cariño, y al oírla sentí que envejecía
como una encina sola en medio de los montes.
Sí,
quisiera ser mañana la tierra de la encina, como tú, como tantos amigos que me
habéis enseñado el amor fraternal abriéndome las puertas del corazón y el alma.
Sí, me duele despediros aunque siempre os recuerdo desde este rincón de mi
pueblo y leo, intentando aprender de los buenos maestros su buen decir y mejor
escribir en tantos libros que me han regalado.
A veces las mujeres como tú pasan inadvertidas entre aplausos y premios,
literatos y artistas, hasta en ocasiones- no siempre- inflados como pavos
reales, sin reconocer el esfuerzo que se hace para que los eventos resulten
exitosos. Lo dije y lo repito también en
este día, en el cielo particular de Julian Creis Córdoba hubo una buena estrella brillando en su
reputación de hombre bueno: María: Maruja Márquez, donde la vecindad de la
tolerancia guardó la compostura para
acoger a todos. Y no siempre se encuentra esa cualidad en las personas.
La
poesía ha sido el eslabón de amor de Maruja Márquez, observaba y callaba
aquella “manijera” –así la llamaba cariñosamente Paco Creis- que desde su
silencio conocía a todos cuantos ella recibía, desde la discreción de quien
sabía lo que no decía a casi nadie, porque de sabios es callar…
El
ayer no regresa, se queda en la retina de los días y en el pasar del tiempo de
la misma manera que se queda la luna mirando las estrellas. Luego cuando se
rebusca en las páginas amarillas de los viejos legajos de los libros antiguos,
los que estudian y escriben sobre épocas y costumbres de ciclos culturales,
rebuscan anécdotas y nombres unidos a la fama del momento fugaz, y como en el
Evangelio de Marta y María, siempre hay una Marta que se ocupa de la casa y de
los invitados y con la que Jesús de Nazaret, conversa. Sí, contigo, Maruja, han
conversado muchos y sólo tú sabrás lo que te han contado.
Vengo
y voy por los días con mi pobre equipaje de pequeños recuerdos. Ignoro si en la
curva del tiempo tú escuchas ahora a los que te queremos. Yo apuesto porque en
el cielo del alma tú estarás sonriendo y por eso escribo mi pequeño homenaje, a
ti, que acudiste a tantos homenajes de
celebres poetas… Sabes, mi querida Maruja, que es en enero cuando se encienden
las hogueras invocando a un anacoreta llamado San Antón; esa noche en Tomelloso
las llamas al elevarse al cielo nos devuelven la magia de los viejos ancestros.
Al ver arder la leña yo recuerdo a mis muertos, sin miedo, sin tristeza porque
siento que junto al fuego ellos también regresan. Y dicen que mientras se
recuerde a los que se marcharon nadie muere del todo. Yo creo en todo eso y por
eso te nombro.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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