jueves, 1 de agosto de 2013

Lloran las campanas en Santiago de Compostela

    
        Lloran las campanas, tañen con su voz al aire sin otro mensaje  que su herido  lamento.
Todavía lloran al paso de los días.
Lloran y claman al cielo por los que se han ido… ¿Adónde, Señor, contigo? Se me quiebra la voz en la garganta, me rompo henchida de tristeza mientras manan de mis ojos mares de lágrimas. Siento que el frío de la muerte hila la sangre en mis venas al ver el sueño de los muertos. 
Duermen y lloramos por ellos por los recodos de los valles y las llanuras lejanas de la ciudad santa de Santiago de Compostela. Navega la esperanza en el Dios que yo creo a pesar del ocaso de estos días. Fluye el rumor del mar, ola a ola navegan las almas de los muertos en el poniente de la vida. Se nos rompe el timón cuando perdemos a los que amamos y los perdemos en la corriente de la muerte que no cesa en su constante flujo universal.

Bogo hacia Ti, Dios de la vida, a pesar de los timones rotos. Y siento la amargura de la impotencia y de la pena por tantos muertos en el mundo. Aquellos que se han ido nos esperan en las remotas islas de los cielos y los que conocen el valle de Josafat señalan desde Santiago la senda que nos toca seguir.

Ahora cuando han pasado apenas unos  días de la tragedia del tren Alvia y sobre los raíles vuelven a circular los trenes, seguimos escuchando llorar a las campanas.  Volverán a tañer las campanas en Santiago de Compostela, muchas otras veces, con su llanto fúnebre que nos llama a congregarnos alrededor del Apóstol.  Misterio de misterios, en un campo de estrellas quedose la vida y se labró la tumba. ¿Quién me puede explicar esa incógnita?

Yo estuve en esa ciudad hace unos años, por la noche paseaba por las calles solitarias que son el cinturón de su catedral. La plaza del Obradoiro,  solitaria,  era el eco de los pasos. Pasos que parecían perderse en el infinito recodo del silencio. Apenas si éramos unos cuantos los que andábamos por ella, solos y envueltos en la noche, roto el silencio por el reloj y los sonidos imperceptibles de murmullos que no supe nunca de donde provenían. He vuelto a ese lugar desde la noche del 24 de julio cuando desde la pantalla del televisor vi al tren descarrilar en mitad de la noche. He vuelto a revivir ese extraño misterio que percibí en el mismo corazón de Santiago de Compostela, tan diferente a las horas diurnas.
Y sigo preguntándome  el por qué de ese angosto camino del tren roto a las puertas de una ciudad en fiestas. Y sigo escuchando ese lamento humano en memoria de los que nos dejaron.
Homenajes a los que se han ido y homenajes a los que por caridad ayudaron a muertos y a vivos estas pobres palabras. Homenajes de los pobres humanos que miran a las estrellas sin descifrar su callado mensaje.

Aguantamos el dolor con valor y con tristeza. Nos arrodillamos ante la magnitud de la tragedia y encendemos velas para alumbrar el camino desconocido;  dejamos nuestro presente de flores y lágrimas  junto a la barca del Apóstol, porque también Él, llego hasta nosotros en brazos de la muerte para dormir aquí el sueño de los justos.

Han venido ataviadas de llanto las perseidas de agosto: hay un llanto en las estrellas por los que desde abajo lloramos por los que nos faltan.

Dios consuele a los que los lloran por la ausencia de los que amaron, y cuide a los que luchan por la vida.  Porque los hijos nacidos de mujer y de hombre, siguen siendo pequeños ante las innumerables tragedias de la vida.
La ciudad de Santiago de Compostela todavía sigue sobrecogida por el dolor y con ella lloran las campanas de todas las ciudades de España, porque  la belleza de las estrellas las tapan nuestras lágrimas.

                                                                                                                               Natividad Cepeda  



Arte digital: N. Cepeda

                                                                                       






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