viernes, 28 de junio de 2013

Me sorprenden los dibujos de los niños; tienen un secretismo mágico junto a la belleza del silencio del que se nutren las manos de los niños.
Me admiran sus formas universales  sin temor a ser juzgados por críticos de arte.
Cuando dibujan se recogen  íntimamente  exentos de vanidad dejando en los trazos el alma, la vida sin sombras.
En el papel en blanco la vida aparece con las  mismas  líneas  que el  de las cavernas.   Salen de sus manos todo el equipaje de los colores fuertes; rojos y granates, naranjas y verdes, marrones y rosas, azules y malvas…  todo es primitivo esquemas y símbolos que yo reconozco y que ellos transportan desde su ignorancia  nutrida de génesis.
Más allá de del círculo de nuestra cultura emerge el ancestro.
En esos dibujos la creación se muestra y cabe decir que si les dejaran a todos los niños un tiempo  sin televisiones y sin tanto ruido…  entre sus dibujos veríamos las grutas  que ayer habitamos, las que decoramos con trazo emergente.
Respeto su creación desde la distancia con la emoción de quien sabe que asiste a un único momento. Los miro y aunque quiero recordar la niña que ayer fui jamás lo he conseguido.
Dibujan y sobre ellos se proyecta el misterio que envuelve lo que serán mañana.
Ellos lo ignoran y mañana no recordaran cuando dibujaban corazones y árboles con el dominio intacto de quien captura un río sin saber geografía.
Cuando me regalan sus obras llenas de colorido carezco de palabras.  Son obras inigualables lanzadas al infinito de la ilusión primera, sin aristas ni escuelas que les pongan un cero: todavía ante ellos no han llegado los depredadores del arte.

                                                                                                                                                     Natividad Cepeda  

Arte digital: N. Cepeda






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