Desde hace tiempo compruebo que las cosas pequeñas
carecen de importancia para la mayoría de las personas. No queda tiempo para admirar como brota un
tronco roto en el pequeño habitáculo ordenado en una acera para un árbol
urbano.
Ocurrió hace ya un año que de pronto un coche dio marcha
atrás y tronchó por la mitad el tronco de un joven árbol. La fotografía del
aparatoso suceso se colgó en periódicos y ventanas de ordenadores, al día
siguiente unos empleados municipales cortaron a ras de tierra el árbol mutilado
y ahí quedo el cuadrado del adoquín en la acera, sólo y silenciado, sin otro
elemento que la tierra rodeando al tronco.
Con la llegada de esta primavera preñada de agua, ha
brotado el árbol de hojas, el seco tronco, a diario, al mirarlo, pienso si será posible
que vuelva acrecer en paz sin que la barbarie in cívica de los ciudadanos
urbanos lo vuelvan a matar.
Es pequeño y frágil, hermoso y verde estirando sus
hojas al sol y al aire. Ha brotado a pesar de apenas tener tierra, si lo dejan los bárbaros actuales, crecerá y
volverá a ser un árbol para da sombra y dejar que en sus ramas se posen
gorriones y golondrinas y también las palomas que nos destrozan tejados y
obstruyen tubos de respiraderos y nos contaminan con sus excesivos excrementos.
Lo miro cada día al amanecer, cuando la calle se
despereza de la noche estirando sus brazos llenos de luz por las arterias de la
ciudad. Es un pequeño bulto de pequeñas hojas, es un niño-árbol que sueña y
lucha por ser mayor si lo dejan crecer.
Junto a él veo pasar a hombres de piel
negra con paso migratorio y a mujeres de paso rápido camino de no sé qué
trabajo… y coches, bicicletas y un autobús que llega puntualmente a las siete y
veinticinco minutos y se para hasta que
suben trabajadores de una empresa.
El pequeño arbusto, no otra cosa es por
ahora, pasa inadvertido para todos, hasta para los barrenderos municipales que
parecen venir derrotados de barrer las últimas estrellas de la noche y barren
blandamente y sin brío los excrementos masivos de los perros que sacan a pasear sus dueños y dueñas, dejando
por doquier orinas y suciedad por las calles y plazas sin el menor pudor ni vergüenza.
Es una moda urbana actual, sacamos a pasear
al perro y aparcamos a niños y ancianos en centros para esas edades…
La brisa del amanecer mueve las ramas de los árboles
y despierta a la ciudad derramando sus rosas escarlatas por las pequeñas cosas
de cada día.
Miro al árbol resucitado y pienso en mi hija lejana y
ausente cuando escucho hablar en otros idiomas a esas gentes que buscan aquí lo
que nuestros jóvenes buscan en otras ciudades del mundo. Árboles pequeños; ojalá que puedan resucitar y
los dejen vivir dentro de la torre de babel en la que convivimos.
Natividad Cepeda
Arte digital: N. Cepeda
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