jueves, 27 de junio de 2013

Desde hace tiempo compruebo que las cosas pequeñas carecen de importancia para la mayoría de las personas.  No queda tiempo para admirar como brota un tronco roto en el pequeño habitáculo ordenado en una acera para un árbol urbano.
Ocurrió hace ya un año que de pronto un coche dio marcha atrás y tronchó por la mitad el tronco de un joven árbol. La fotografía del aparatoso suceso se colgó en periódicos y ventanas de ordenadores, al día siguiente unos empleados municipales cortaron a ras de tierra el árbol mutilado y ahí quedo el cuadrado del adoquín en la acera, sólo y silenciado, sin otro elemento que la tierra rodeando al tronco.


Con la llegada de esta primavera preñada de agua, ha brotado el árbol de hojas, el seco tronco,  a diario, al mirarlo, pienso si será posible que vuelva acrecer en paz sin que la barbarie in cívica de los ciudadanos urbanos lo vuelvan a matar.
Es pequeño y frágil, hermoso y verde estirando sus hojas al sol y al aire. Ha brotado a pesar de apenas tener tierra,  si lo dejan los bárbaros actuales, crecerá y volverá a ser un árbol para da sombra y dejar que en sus ramas se posen gorriones y golondrinas y también las palomas que nos destrozan tejados y obstruyen tubos de respiraderos y nos contaminan con sus excesivos excrementos.


Lo miro cada día al amanecer, cuando la calle se despereza de la noche estirando sus brazos llenos de luz por las arterias de la ciudad. Es un pequeño bulto de pequeñas hojas, es un niño-árbol que sueña y lucha por ser mayor si lo dejan crecer. 

Junto a él veo pasar a hombres de piel negra con paso migratorio y a mujeres de paso rápido camino de no sé qué trabajo… y coches, bicicletas y un autobús que llega puntualmente a las siete y veinticinco minutos y se para  hasta que suben trabajadores de una empresa. 
El pequeño arbusto, no otra cosa es por ahora, pasa inadvertido para todos, hasta para los barrenderos municipales que parecen venir derrotados de barrer las últimas estrellas de la noche y barren blandamente y sin brío los excrementos masivos de los perros  que sacan a pasear sus dueños y dueñas, dejando por doquier orinas y suciedad por las calles y plazas sin el menor pudor ni vergüenza.  
Es una moda urbana actual, sacamos a pasear al perro y aparcamos a niños y ancianos en centros para esas edades…  



La brisa del amanecer mueve las ramas de los árboles y despierta a la ciudad derramando sus rosas escarlatas por las pequeñas cosas de cada día.
Miro al árbol resucitado y pienso en mi hija lejana y ausente cuando escucho hablar en otros idiomas a esas gentes que buscan aquí lo que nuestros jóvenes buscan en otras ciudades del mundo.  Árboles pequeños;  ojalá que puedan resucitar y los dejen vivir dentro de la torre de babel en la que convivimos.



                                                                                                                  Natividad Cepeda







Arte digital: N. Cepeda

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