Hoy el día está nublado y no hay clamor
de lluvia y si lo hay de voces repetidas
hablando de vacunas y fin de restricciones
para salir del pueblo y también abrir
puertas de bares y cafeterías.
Las voces se multiplican en tertulias y vídeos
aunque en las tiendas de ropas
y complementos apenas si hay clientes.
Tampoco se supera el paro masivo
que suma millones de parados;
dicen que sobre todo de mujeres y jóvenes.
Por las compuertas de los grupos de Whatsapp
se repiten hasta el infinito consignas
de libertad manipulada, a favor unos y otros
de políticos que hurgan en el intelecto
colectivo para, acusándose, los unos y los otros
llenar sus bolsas de sumisos votantes
y seguidores fieles.
Son puertas de atrás y de servicio
para los que sin verjas ni guardianes
en sus casas tiene que servir al señor
de turno, tan déspotas y barbaros
como aquellos de antaño a los que nada
importaba la vida de los inferiores.
Soportamos estos días vándalos callejeros
jaleados por el poder constituido
que dejan que la anarquía campe a su placer
en ciudades desprovistas de quienes les defiendan
porque a ellos, los poderosos políticos,
no están expuestos a su brutal hazaña
de destrucción masiva.
Marzo ha llegado con la misma inclemencia
de hace unos días, unos meses, un año…
Con el desamparo que nos deja la muerte
de la maldita pandemia del coronavirus
que es la peste del siglo veintiuno
sin cantos gregorianos, sin besos ni abrazos.
Y poco importan los poetas que se afanan
por las callejuelas del mundo
en recitar sus poemas y presentar sus libros
para apaciguar tanta tristeza marcada
en la comisura de los labios.
Un año llevamos arrastrando este amargo
trago de morirnos con el fantasma
del miedo en las almas.
Nos hemos convertido en sauces llorones
sin lágrimas en esta primavera enfangados,
ahora, en la celebración de ese 8 de marzo
que resuena a podrido mensaje
en favor de millones y millones de desamparadas
mujeres a lo largo y ancho de aldeas y ciudades,
de grandes urbes y escondidos reductos
donde todavía se venden niñas
y se explota a niños en inmundos trabajos
sin que les importe a nadie; sin nadie,
absolutamente sin nadie que los defiendan.
Y mi cabeza de poeta y de mujer
no comprende ya nada porque apenas
hemos avanzado en la justicia humana
tan cacareada con días señalados en los inútiles
calendarios de nuestra sociedad
vacía de valores auténticos.
Un año llevamos viendo en nuestra mesa
sitios vacíos, puertas cerradas,
zapatos y calcetines sin pies para usarlos,
vestidos sin mujeres a quien ponérselos.
Un año subiendo por estos meses
con la boca tapada con mascarillas
y sin palabras para delatar y denunciar
el horror que nos ha convertido en muñecos
de viejo cartón abandonados a nuestra escasa
suerte de parias pagadores de tributos.
¿Para qué reunirnos en esa marcha
reivindicativa del 8 de marzo?
¿Para qué?
No tenemos ni tiempo ni fuerzas para marchar
en pos de nada.
Yo escribo un poema al abrigo de mis paredes
sin ignorar que de nada sirve
porque hasta por ser mujer mi poema
no será valorado como el de un poeta hombre.
Escribo en soledad y no me rindo
a pesar de haber cumplido muchos marzos
y de saber que mi poema no tendrá repercusión
en sagrados ámbitos culturales.
Ahí donde las computadoras del saber
apenas si apuestan por la mujer, también ahora.
Contemplo la vaguedad
de tantas sombras que trae la primavera
y continuo escribiendo sin que nadie me pague
por ser juglar y escribidora de versos.
Hoy está nublado y no llueve,
que tristeza tiene el viento soplando en los tejados.
Enfrente de mis ojos han cruzado bandadas
de palomas y por un instante quiero
tener alas y volar y volar en libertad
para perderme en ese cielo nublado de marzo
que presagia lluvia y no llueve.
Pienso, si este largo poema verá la luz
de otras miradas desdoblándose
en las mañanas de marzo sin necesidad
de taponar su palabra con bozales de miedo…
Pienso…
Lo dejo caminar en marzo a pesar de la pandemia
y de ser una mujer quien lo firma y escribe.
Natividad Cepeda
Fotografía realizada por el fotógrafo Pepe J. Galanes.
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