jueves, 10 de diciembre de 2020

Penuria del año que termina

 Si en el año que va terminando escucháramos el gemido de los enfermos por el coronavirus, su grabación nos haría realizar un examen de conciencia que evitaría imprudencias constantes  en todas las ciudades.

Si de pronto se nos mostraran los miles de ataúdes  que han vendido las funerarias junto con el llanto de las miles y miles de familias que los lloran y echan de menos en sus hogares, en los puestos de trabajo, en las reuniones familiares y de amigos probablemente no nos tomaríamos a la ligera  tanto dolor esparcido en el mundo.

Si nos faltara dinero para comprar el sustento diario, pagar electricidad e impuestos, gasolina para el coche y los regalos de Navidad como les falta a tantos miles de personas actualmente, no protestaríamos por no poder viajar.

Si los ecos de tristeza del corazón fueran visibles  ante tanta tragedia, seguramente el vacío existencial de nuestra sociedad hedonista no se multiplicaría.

 Si me concedieran un deseo, pediría que los políticos corruptos ocuparan los puestos de los parados, comieran en comedores de caridad, esperaran  meses en la lista de la Seguridad Social de España, y desaparecieran sus ingresos adquiridos con malas artes de cualquier cuenta bancaria de los paraísos oscuros y privados. Porque cuando se obra en contra del bien común es un mal augurio, no solo para hoy, en este triste presente, también para el futuro inmediato.

 No queremos conocer los niños explotados en nuestra sociedad global, tampoco las cifras de los hambrientos y los miles que carecen de techo. Nos manipulan los negocios vergonzantes de las mafias que acercan a los emigrantes prometiéndoles un mundo soñado y cuando llegan, de pronto, aparecen por calles de ciudades y pueblos vagando sin destino, sin papeles ni techo… Todos nos tememos  y la desconfianza cierra puertas y mata la esperanza. 

  Se habla en  pequeños grupos del desastre económico, de la inseguridad creciente, del tráfico de mujeres que no cesa… La desigualdad marca la diferencia creciendo los pobres y siendo los ricos, más ricos. Crece el atrevimiento de pisotear la libertad al legislar leyes con abuso bajo la potestad del poder. Se ataca la libertad religiosa y civil asfixiando  colegios concertados, y centros de educación especial. Se denigra el idioma español desde donde nació. Se olvida la raíz de Occidente basado en el cristianismo.  Contamos los siglos desde el nacimiento de Cristo. Es nuestra cultura. Y se juega a masacrar la vida desde el principio mismo de la vida y la aberración de adelantar la muerte.

Fracasamos y la vieja Europa languidece olvidando valores esenciales. Diciembre se ilumina de luces multicolores por plazas y calles pero la enfermedad y la miseria se va adentrando imparable.

El virus de la pandemia nos tiene acorralados y queremos olvidarnos de los muertos para engañosamente olvidar la proximidad de la muerte.

De poco sirven los triunfos del pasado si retrocedemos en el presente. Y eso es lo que piensa una gran mayoría. Cerrados cafés y restaurantes, tiendas arruinadas con el cierre porque el autónomo no puede digerir los impuestos… Debajo de las luces brillantes este diciembre esconde demasiadas lágrimas.

 

 

Natividad Cepeda

 

 

 

 

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