viernes, 11 de diciembre de 2020

El silencio ermitaño del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso

Empecé hace doce años junto a Blas Camacho y otros compañeros de viaje a conocer más profundamente el testimonio de vida dejado después de su muerte de Ismael Molinero Novillo, al formar parte de la Junta Directiva de la Asociación para la Beatificación y Canonización de Ismael de Tomelloso, proclamado actualmente Siervo de Dios por la Iglesia Católica. Un viaje que no busqué y en el que solo Dios sabrá  por qué sigo caminando.

Sobre estos años he escrito algunas vivencias y escuchado testimonios, y sobre todo la fe y el entusiasmo de su último biógrafo, Blas Camacho Zancada,  impulsor al devolvernos el testimonio de vida de este joven manchego, al que nunca  se le agradecerá lo suficiente su dedicación constante.

La dimensión de Ismael  de Tomelloso me hace peregrinar a su testimonio de vida para encontrar ese amor universal que él sintió y dio a todos cuantos le conocieron. Todo en Ismael es amor sin mengua. Es tan joven  que parece imposible que un chico que sonríe con la mirada llena de luz no luche por vivir.

Para Ismael vivir es morir en Cristo y resucitar en Él. Esa entrega es tan grandiosa que sigue sorprendiendo en el siglo XXI  su silencio de ermitaño en medio de los que lo rodean por los lugares donde transcurrió su vida. Ismael personifica en su búsqueda de Dios la castidad admirada en el medievo entroncada en la pureza  de los santos reconocidos por la iglesia dentro de su doncellez.

Padecer por los otros no es para él  un dilema, es una apuesta decidida frente al dolor que lo consume y lo rodea en un conocimiento reflexivo sobre el mal de la guerra. Ismael es testigo de la desconfianza que engendra el miedo. Un miedo colectivo que separa y humilla sin asomo de piedad alguna como si lo tenebroso de lo medieval hubiera vuelto en aquella España en guerra, donde  la sangre derramada  por doquier sobrepasa y aniquila cuerpos y almas en ese proceso absurdo y equivocado carente de civilización que es un conflicto bélico.

En medio de esa tragedia inhumana surge para él la grandeza de Cristo; comprueba que unos mueren por su fe, y otros por querer erradicar a Cristo y a los cristianos. Nada nuevo en ese momento histórico, repetido también hoy en la iglesia perseguida de la que la mayoría de los medios de comunicación no se hacen eco ignorando esta cruda realidad.

Dentro de esa anarquía de espanto se forja la voluntad juvenil de Ismael.  Así, de su cruz, hace su aventura. Porque descubre que la cruz no es un símbolo artístico plasmado por pintores y cantada por poetas; no, la cruz es el camino ascendente del alma para encontrar a Dios.

 No se puede separar la vida de Ismael de su despertar juvenil. Porque la juventud es la fuerza arrolladora de la vida. Ser joven es volar e imaginar el futuro para alcanzar los logros soñados. Es ante todo el ímpetu de la vida, de ahí la gran importancia de la inmolación que hizo con su silencio al ofrecerse por la paz. Una paz imposible de imaginar en el año convulso de 1938 en España. 1938 es un año de espadas alzadas donde la ceguera colectiva crea héroes y villanos entre los contendientes.

No existe otro silencio que el de la muerte. El dolor  de las vidas segadas desconcierta emocionalmente hoy, por la sinrazón fratricida de aquellos tres años donde el antes y el después siguen vigentes. Ismael es uno más reclutado por el ejército de la república. Es un número en las filas que sucumbirá en la batalla de Teruel. Uno de los miles de hombres que murieron en los campos de batalla.

Porque se puede estar en desacuerdo con la santidad comprendida desde la dimensión cristiana, pero nadie puede negar que el testimonio de este joven sea válido como testimonio de aceptación para cualquier dolor humano. Dolor por enfermedad del cuerpo y del alma.

Ismael ora entre la fiebre y el dolor amando a todos. Su congoja es ver el desamor  en cualquier sitio, en el pueblo, en el frente, en el campo de concentración y en el hospital. Pero también conoce que el amor  por los demás es ilimitado por eso nada pide y nada exige. Todos sus gestos, todo su silencio lo sitúa en lo más alto de los cerros y collados del espíritu. Ismael ha descubierto que su cuerpo es la materia que lo lleva a conocer a Dios en el total abandono de su ser, para entrar en el conocimiento total. El conocimiento de llegar al Absoluto donde todo queda respondido.

Para Ismael Dios es su espacio y soporte, el centro total del universo. Ismael no teme a la muerte porque siente a Dios por encima de todo cuanto le rodea y su entrega está más allá  de las cosas del mundo. Su  centro es Jesús Sacramentado y en él convergen todas sus aspiraciones y acciones. Por ese amor se licua su alma en el metal precioso de la entrega. Todo su silencio es búsqueda de paz  a pesar de la guerra que lo rodea. En el silencio de la oración encuentra la unidad con los demás: nada pide porque todo él está lleno de luz.  Todo lo sagrado conduce a la perfección. Es la apertura que Ismael conoció.

Al intentar describir la espiritualidad del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso, llamado así por la iglesia católica, no ignoro que sería más comprendido si escribiera sobre espiritualidad por ejemplo, budista o tibetana, o sobre mente y espíritu para conocerse a sí mismo, aceptado por infinidad de seguidores y múltiples publicaciones donde se dan pautas para alcanzar la perfección seguidas y respetadas actualmente.

Escribir sobre la dimensión humana de Ismael Molinero un hombre sencillo que murió hace tiempo es clara señal de que fue alguien extraordinario cuando hoy,  nos seguimos preguntando el ¿por qué? de su silencio.  Y sobre todo porque ese silencio es un camino a seguir por la bondad que al bucear en su testimonio de vida se nos muestra aun sin comprenderlo.

Nos faltan valores humanos. Y nos sobran iconos en las pantallas electrónicas de mitos exentos de cualidades. Y hay muchas antojeras que impiden ver testimonios de vidas ejemplares como la del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso.

 

Natividad Cepeda

 

Resumida biografía del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso.

Ismael de Tomelloso, nació el 1 de mayo de 1917. Joven de buen carácter, simpático y muy humano. Recitaba poesía y organizaba obras teatrales. Católico de profunda vida espiritual. Estudió con las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y Luisa de Marillac, en el colegio de Tomelloso.  En el año1933 integró el primer grupo juvenil de Acción Católica de Tomelloso con el cargo de tesorero. La Guerra Civil lo marcó profundamente por el  asesinato de su director espiritual y la quema de iglesias e imágenes en su pueblo, igual que en toda España. En el año 1937 el ejército republicano lo reclutó y le obligó a participar en la guerra, pero en la batalla de Teruel decidió arrojar su fusil al suelo, se aferró a su medalla de la Milagrosa y dejó de luchar.

Fue hecho prisionero por el ejército nacional  y llevado a un campo de concentración junto a otros prisioneros. El invierno de 1938 fue durísimo se llegó a marcar 20 grados bajo cero por lo que muchos soldados enfermaron: Ismael enfermó de pulmonía siendo trasladado al hospital de Zaragoza. Cuando le preguntaron su nombre y procedencia ocultó pertenecer a Acción Católica para evitar ser tratado de forma diferente a sus compañeros del campo de concentración. 

"No quiero nada con el mundo. Soy de Dios y para Dios; si muero seré totalmente de Dios en el cielo, y si no muero… ¡quiero ser sacerdote!... ¡Hacen falta santos!", dijo desde su lecho de muerte. Murió el 5 de mayo de 1938, tenía 21 años de edad.

 

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