Nadie se atreve a decir el miedo cobarde que nos ata la lengua porque no es
correcto ni tampoco conveniente, por si a los mandatarios se les va con el
chivatazo y nos castigan, sin palos, a
nosotros o a algunos de nuestros hijos y hermanos con esas sutiles y cínicas represalias de no poder acceder a empleo público
porque, por ejemplo, en el examen oral nos restaron la décima que nos dejó sin
esa plaza y qué curiosamente se la dieron a un colega de partido o familiar de
los gobernantes.
No lo denunciamos ni tan siquiera en los pequeños grupos de amigos porque
de nadie nos fiamos. Nos rodea el silencio y la envidia con el miedo a caminar
por la noche porque nos cruzamos con hombres desconocidos que no sabemos de dónde
vienen ni quiénes son. Y tememos que cualquier día nos asalten para robarnos en
la calle o en casa porque a todo se atreven los delincuentes de aquí y allá por
el abandono en la que los ciudadanos que sostenemos el sistema estamos
sometidos.
Y nos arruinamos, ahogados por impuestos injustos y desmedidos en estos
tiempos de bonanza, según nos dicen los medios de comunicación más escuchados y
masivos. Tenemos tanto miedo al descalabro económico y social que nos callamos
ante el abuso del impuesto a las miserable y exiguas casas desparramadas de
nuestro campo agrícola, al que nadie defiende. Vergonzoso impuesto propio de
estafadores y opresores cuando es sabido
por todos los estamentos gubernamentales los masivos robos en el campo español,
los precios calamitosos de los productos agrarios y el envejecimiento de los empresarios autónomos, calificados
continuamente, de explotadores con la
mano de obra en las labores del campo en cualquiera de sus cultivos.
La impotencia nos cose la boca ante vecinos, amigos y oradores de tribuna y
papel, de micrófono de radio, portal de Internet y ventanas televisivas que
manejan la opinión pública para evitar pensar y decidir con plena libertad. Nada que decir ante la
invasión de conejos en los campos comiéndose plantaciones de todo tipo, aún con
los tutores puestos y el coste que esos mismos tutores cuestan al agricultor:
nada. Callados porque enseguida se nos insulta de depredadores u conservadores
malditos como si conservar y hacer crecer el empleo en las zonas rurales no
fuera necesario.
Nada que alegar por las orinas y mierdas de perros amados y cuidados por
veterinarios y dueños que dejan en las vías públicas, aceras y esquinas sin que importe lo que esas defecaciones
contienen para los que pasamos y convivimos día a día en nuestros pueblos y
ciudades. Tampoco se pueden tocar a las palomas que nos destruyen tejados y nos
regalan en demasiadas ocasione sus excrementos en balcones y, también al pasar
por la calle en nuestras cabezas, porque las palomas no tienen servicios para hacer sus necesidades.
Nos callamos porque si opinamos en libertad se nos cierran
la puerta de la sociedad actual tan proclive
a ser buena con los que nos desprecian y someten a este sistema de que
los que estamos aquí no importamos. Si somos
visibles para cargar con impuestos y
dejar al Estado los ahorros de nuestros padres y familiares cuando mueren y,
los heredamos, siendo el Estado, el que hereda sin asomo alguno de ética.
La mudez nos abotarga en otros muchos campos de nuestra
sociedad. Y no es aconsejable decirlo ni escribirlo porque la represalia nos
caerá de la manera más servil e insidiosa que ni podemos imaginar. Pero todo
eso nos está llevando a tener nuestra amada tierra despoblada en municipios
donde solo mueren personas viejas, olvidadas o amontonadas en los guetos de las
residencias geriátricas, porque solo los jóvenes, ricos, guapos y sanos tienen
derecho a la vida.
Natividad Cepeda
Arte digital: N Cepeda
Hay mucha verdad en tus palabras. La despoblación de regiones enteras con la consiguiente pérdida de tradiciones, raíces familiares e idiosincrasia, es una lacra a la que ningún gobernante parece importar. Un saludo, Natividad.
ResponderEliminar