miércoles, 1 de agosto de 2018

La tierra despoblada y olvidada



No escucho en los diálogos  quejarse de la despoblación de esta callada tierra en la que me cobijo. Parece que somos inmensamente felices y despreocupados como si el comer de cada día fuera fácil y sin problemas. Ni siento que se manejen datos del deterioro de pueblos grandes y pequeños. Nada se habla de la despoblación ni de la vejez de los que la habitamos ni tampoco de la ausencia de niños en familias propias y ajenas. Nadie, absolutamente nadie se interesa por los datos publicados de nuestra población actual como si estuviéramos caminando por caminos de pétalos de rosas. Y ante esta tragicomedia  me siento impotente  por todos los pueblos que se mueren y se olvidan.
Nadie se atreve a decir el miedo cobarde que nos ata la lengua porque no es correcto ni tampoco conveniente, por si a los mandatarios se les va con el chivatazo y nos castigan, sin palos,  a nosotros o a algunos de nuestros hijos y hermanos con esas sutiles y cínicas  represalias de no poder acceder a empleo público porque, por ejemplo, en el examen oral nos restaron la décima que nos dejó sin esa plaza y qué curiosamente se la dieron a un colega de partido o familiar de los gobernantes.
No lo denunciamos ni tan siquiera en los pequeños grupos de amigos porque de nadie nos fiamos. Nos rodea el silencio y la envidia con el miedo a caminar por la noche porque nos cruzamos con hombres desconocidos que no sabemos de dónde vienen ni quiénes son. Y tememos que cualquier día nos asalten para robarnos en la calle o en casa porque a todo se atreven los delincuentes de aquí y allá por el abandono en la que los ciudadanos que sostenemos el sistema estamos sometidos.
Y nos arruinamos, ahogados por impuestos injustos y desmedidos en estos tiempos de bonanza, según nos dicen los medios de comunicación más escuchados y masivos. Tenemos tanto miedo al descalabro económico y social que nos callamos ante el abuso del impuesto a las miserable y exiguas casas desparramadas de nuestro campo agrícola, al que nadie defiende. Vergonzoso impuesto propio de estafadores y opresores cuando es  sabido por todos los estamentos gubernamentales los masivos robos en el campo español, los precios calamitosos de los productos agrarios y el envejecimiento de  los empresarios autónomos, calificados continuamente, de explotadores  con la mano de obra en las labores del campo en cualquiera de sus cultivos.
La impotencia nos cose la boca ante vecinos, amigos y oradores de tribuna y papel, de micrófono de radio, portal de Internet y ventanas televisivas que manejan la opinión pública para evitar pensar y decidir  con plena libertad. Nada que decir ante la invasión de conejos en los campos comiéndose plantaciones de todo tipo, aún con los tutores puestos y el coste que esos mismos tutores cuestan al agricultor: nada. Callados porque enseguida se nos insulta de depredadores u conservadores malditos como si conservar y hacer crecer el empleo en las zonas rurales no fuera necesario.
Nada que alegar por las orinas y mierdas de perros amados y cuidados por veterinarios y dueños que dejan en las vías públicas, aceras  y esquinas sin que importe lo que esas defecaciones contienen para los que pasamos y convivimos día a día en nuestros pueblos y ciudades. Tampoco se pueden tocar a las palomas que nos destruyen tejados y nos regalan en demasiadas ocasione sus excrementos en balcones y, también al pasar por la calle en nuestras cabezas, porque las palomas no tienen  servicios para hacer sus necesidades.
Nos callamos porque si opinamos en libertad se nos cierran la puerta de la sociedad actual tan proclive  a ser buena con los que nos desprecian y someten a este sistema de que los que estamos aquí no importamos.  Si somos visibles  para cargar con impuestos y dejar al Estado los ahorros de nuestros padres y familiares cuando mueren y, los heredamos, siendo el Estado, el que hereda sin asomo alguno de ética.
La mudez nos abotarga en otros muchos campos de nuestra sociedad. Y no es aconsejable decirlo ni escribirlo porque la represalia nos caerá de la manera más servil e insidiosa que ni podemos imaginar. Pero todo eso nos está llevando a tener nuestra amada tierra despoblada en municipios donde solo mueren personas viejas, olvidadas o amontonadas en los guetos de las residencias geriátricas, porque solo los jóvenes, ricos, guapos y sanos tienen derecho a la vida.                      

                                                                                                                

                                                                              Natividad Cepeda


           Arte digital: N Cepeda              

1 comentario:

  1. Hay mucha verdad en tus palabras. La despoblación de regiones enteras con la consiguiente pérdida de tradiciones, raíces familiares e idiosincrasia, es una lacra a la que ningún gobernante parece importar. Un saludo, Natividad.

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