lunes, 15 de febrero de 2016

Acontecimientos y vanaglorias

No siempre se puede hacer lo que se quiere. Tampoco evitar asistir a ciertos fastos que carecen precisamente  de ser ceremoniosos e interesantes, que es lo que buscan sus protagonistas  esencialmente,  que sea un acontecimiento tan glorioso que se recoja en los anales históricos. Y ocurre que hay ocasiones en los que compruebo  los mojones que crecen en torno a las letras y su ego. Ese exceso de autoestima que discurre por  eventos con tintes académicos y ecos sociales de los que se erigen en profetas del teatro que se crea por ellos y para ellos.  Pero en esas pequeñeces es donde transcurre la vida envuelta en un decálogo  de normas,  incluso para los creadores artísticos tan ufanos de todo cuanto se hace. Y los que asistimos  somos indulgentes ante la mediocridad por si al decir que aquello no nos gusta caemos en el desprestigio social. Y he aquí que aplaudimos lo que no nos gusta y a veces ni entendemos por lo enrevesado del tema expuesto.
Luego al franquear la puerta de salida cuando los focos del evento se apagan sentimos un aguijón de rabia por haber aplaudido, cuando lo que en realidad hubiéramos deseado hacer  era habernos levantado del asiento y salir dando la espalda a los vanidosos necios que nos aburrían con su peyorativa charla.  Tal es lo que a lo largo de mi vida he visto y escuchado.  Porque no hay nada más necio que calificar de bueno lo que no lo es.
Recuerdo que en una presentación de un libro de poemas por su autor el público asistente, al término de la lectura de cada uno de los poemas leídos, aplaudía entusiasmado. Con la máxima discreción indagaba sobre los rostros y los veía casi en éxtasis; en mi interior yo pensaba que aquella lectura era tediosa y exageradamente larga, además de carecer de hallazgos poéticos y belleza emotiva. Y pensaba que yo debía de estar en la oscuridad y ellos, los otros, tan en comunión con el poeta. llenos de luz y felicidad.  Pasados unos días un asistente de reconocido prestigio y que había alabado el buen hacer del poeta, me dijo que aquello le pareció interminable. Yo, escamada de opinar con libertad, le pregunté ¿por qué se inflaban esos actos en vanagloriar a escritores mediocres sin pudor y sin honradez, una veces porque era  hijo de un conocido escritor, muerto o vivo, y otras porque en los datos personales del autor de marras figuraba que tenía licenciaturas y ejercía de profesor, médico o catedrático o cualquier otra profesión que lo avala como eminente poeta o narrador?
La respuesta fue evasiva e indeterminada. Sencillamente aquello era él toma y daca de la correspondencia para ocupar en otras tribunas sillones similares. Volví a comprender que en el teatro del mundo los iguales se ayudan. Y que la virtud y la honradez no tienen cabida  socialmente.
En ese torbellino andamos sometidos. Así en la política, enturbiada y cenagosa donde muchos países se hunden conjurando para conspirar en contra de lo que se prometió a los ciudadanos, porque estar en el poder es manejar la vida de millones de personas.
El universo es inmenso y yo tan pequeña que en él no existo. Tampoco es nadie los que se piensan grandes. Grandes en las letras, en las leyes y en los gobiernos aunque manejen los hilos sociales y se yergan en pedestales ufanos de viejo polvo de barros.
Sí, como antaño la justicia esta amañada y la palabra prostituida de muchos de los que la profanan y arrastran por el cieno de la vanagloria. Debajo de la piel y los huesos hay un hálito que nos dice sin sonidos guturales que sólo lo pequeño es grande. Somos parte de la naturaleza terrestre, olvidarlo es tanto como olvidar que sin las fuentes que manan a lo largo de las peñas y dan su caudal generosamente por recovecos los grandes ríos no serían grandes; y no podrían algunos de ellos llegar a descansar al mar.

                                                                                       Natividad Cepeda  

 Arte digital: N Cepeda

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