martes, 6 de octubre de 2015

Es vendimia y sobran brazos para cortar las uvas

                   
Se quedaron calladas las fábricas de alcohol de Tomelloso. Se callaron y el susurro del tiempo despeino, partícula a partícula su envoltura. Se marcharon, como se marcha la memoria de los muertos que nadie recuerda. Quedan algunos esqueletos de ellas. Quedan porque la piqueta de la locura colectiva de construir pisos las dejó por falta de recursos. Entre sus paredes hay cicatrices del esplendor de antaño. Perdieron el olor a vinazas y el olor del sudor de los que en ellas trabajaban. Primero fue el silencio, después las telarañas, el polvo, las hormigas, las moscas en verano y sin que nadie lo impidiera crecieron arbustos, hierbas, flores silvestres y yedra sempiterna tiritando de frío en los inviernos. Se desconchó la cal de las paredes y el tapial marrón y mágico se mostró en toda su belleza. Al pasar a su lado mirábamos sus torres de ladrillo alzadas a la altura de las nubes: aquellas chimeneas solitarias sin humo brotando por sus bocas. Las mirábamos como se miran las nubes y sin palabras después nos alejábamos sintiendo algo extraño en el fondo íntimo de las entrañas. Y de pronto se dijo que a las chimeneas había que protegerlas, igual que se protegen los retratos viejos de los museos nuevos a los que nadie va.  Nostalgia de la nada que sólo sirve para presumir de lo que ayer dio trabajo y se dejó extinguir.
Perdimos por ignorantes un sustento de sueldos de hombres y mujeres. Un ejercito de bodegueros, carretoneros, lieras, escribientes… Luego, hace escasamente poco, cuatro, tres, dos años   dieron cobijo a extranjeros, pobres emigrantes de escaso equipaje y bolsillos vacios de billetes. Eran un hervidero humano que entraban y salían por paredes caídas, por puertas achacosas y hasta por enormes agujeros en sus paredes que ellos, los emigrantes hacían cuando los desalojaban la policía, porque aseguraban  que era un foco de vender droga. Al final se demolió la fábrica y quedaron los muñones de las solitarias chimeneas, testigos mudos de un pasado que ya no volverá.

Ahora no sirven nada más que para mirarlas desde lejos: mudas, estáticas. Agujas de ladrillo varadas en el tiempo. Algunas de esas torres se han habilitado para que aniden las cigüeñas, tiene suerte; más suerte que los parias extranjeros.  ¿Y ellos?, aquellos que vinieron y los que han seguido llegando atraídos por la riqueza de los campos – falacia de mafias - ¿dónde cobijan sus huesos? Hay otros esqueletos de  cemento que  les sirven para  guarecerse del miedo de carecer de todo. Son naves industriales, abandonadas  por no estar terminadas, expropiadas por bancos con atroces hipotecas… En todas esas moles de castillos preñados de ambición inconclusa, duermen los emigrantes.
 Es vendimia y sobran brazos para cortar las uvas. Y hay necesidad en los de dentro y en los de fuera. Las gentes al verlos pasar se preguntan, ¿dé qué comen, de qué viven? Despacio, como a escondidas murmuran que de los robos en viviendas y campos. Sí, es una realidad que envuelve al pueblo y hace mirar desconfiadamente, y hasta  con miedo, a los que han llegado. Y no creo, que las chimeneas con trazas de obeliscos, les indiquen que han de regresar a sus hogares cuando el invierno les haga tiritar de frío en las naves industriales sin dueño y sin calor.        

                                                                                                                       
                                                                                                       Natividad Cepeda


Arte digital: N Cepeda
Publicado en Diario Lanza de Ciudad Real España


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