sábado, 27 de junio de 2015

Cuerpos inertes bajo el sol en la arena de Túnez

                        Cual pájaros heridos  y muertos yacen sobre la arena tunecina los cuerpos inertes bajo el sol cubiertos por el azul limpio de un cielo de verano. Semejan castillos de arena ensangrentados insomnes en su viaje hacia la muerte. Los asesinos se erigen omnipotentes emulando con sus armas a creerse dioses: dioses venidos del averno.
Bajo aromas de sal y vuelo de gaviotas se han quedado varados sus días sin otro horizonte que el desolado llanto de los que los perdieron. Cuando regresen a sus ciudades europeas, a sus pueblos alemanes, belgas y franceses en mitad del silencio lloraran por ellos las campanas de las iglesias de occidente. Y un estilete de amargura, incomprensión y rabia cruzará por el corazón de los que los regresan al dejarlos dormir en su reposo eterno. Será bajo la sombra protectora de cruces y cipreses; allá donde sus antepasados los esperan sin asomo de arena africana. Los que los amaron recordarán su risa, sus caricias, su piel  de arena ensangrentada junto al misterio de morir impunemente con sabor a mar y a muerte.
Y Dios, si de verdad es Dios, llorará por aplicar los terroristas su método de horror.
Todos los que son masacrados en nombre de sanguinaria soflama para engañar a incautos  en cualquier lugar del mundo conocido, son indignos de permanecer entre nosotros. Porque la muerte no construye puentes de convivencia y respeto para los que son verdugos sanguinarios en nombre de creencias e ideales adversos, desfavorables todos ellos para el entendimiento personal. Los tiranos, grandes y pequeños, son los que abusan de su superioridad frente a los confiados e inocentes. También lo son los que quiebran la paz fuera de fronteras y  límites humanos que no comparten mitos ni ofrendas de sangre en nombre da conceptos medievales  en nuestra civilización actual.
La brújula que marca la existencia no pueden manejarla a su antojo salvajes exaltados en nombre de identidades divinas, porque la sangre siempre reclama su venganza y la venganza es sinónimo de guerra y destrucción.
Vertimos lágrimas por todos los que mueren ejecutados en cualquier lugar.
Lloramos con nuestros labios temblorosos porque nos falta percepción para comprender nuestros sentidos tanta muerte inútil.
Y oramos pidiendo paz y perdón para los ejecutores y asesinos porque todavía creemos en el amor a pesar de tanto desamor.
Bajo el aire del verano los cipreses velan el sueño de los muertos, de los que regresan con sus maletas vacías de vida quebradas junto al mar, o en el interior de otros lugares y espacios. Fugacidad de sueños europeos mientras Wolfgang Amadeus Mozart  toca para todos ellos su Réquiem en re menor. Silencio el de todos nosotros. Silencio con preguntas íntimas de las que empiezo a temer su respuesta.
                                                                                                    
                                                                                                              Natividad Cepeda      

 Arte digital: N. Cepeda



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