lunes, 16 de febrero de 2015

Ninguna guerra es santa

                                          
¿Quién se ha manifestado en contra de los asesinados cristianos en Libia? Coptos egipcios son asesinados sólo y exclusivamente porque son cristianos y casi nadie se ha manifestado en denunciar esta brutal matanza, además proclamada por los asesinos como un éxito de su  fuerza brutal, trágica y deshumanizada.
¿Acaso estas muertes no merecen ser denunciadas precisamente porque los ejecutados son cristianos?
¿Y esa vorágine de sangre demostrada  cual estandarte feroz de asesinatos, no merece que la sociedad, esta sociedad nuestra, tan proclive a opinar y seguir estupideces multitudinarias, que no enumero, porque me niego a darles a todos los payasos que entretienen en cadenas televisivas,  ni una sola de mis líneas, se queda inmutable ante estos horribles asesinatos? 

Tan horribles como los niños soldados, presentes en nuestra Historia actual. Igual que la esclavitud lo fue hace apenas dos siglos: Esclavitud tolerada y amparada bajo leyes injustas dictadas por legisladores eminentes, a los que nadie, o casi nadie, se atrevía a poner en duda esos principios legales que se demostraron después de muchos llantos y sufrimientos, que eran erróneos y exentos de humanidad.

Nos hundimos en nuestra propia devastación de estereotipos que urge cambiar por inútiles y pérfidos. Nos traicionamos, poniendo como excusa la banalidad de  respeto ante situaciones insustanciales que repercuten en el bien social.
El filósofo alemán  Hermann Cohen que murió en Berlín  en 1918 escribe “El hombre es plural. Tiene muchas sendas a su disposición, y formará muchas naciones que contribuyen con su color específico a la policromía humana, y conocerá muchas religiones que forjan un mosaico que debería ser de mutuo respeto y enriquecimiento, y no de “salvación” por la espada o guerras curiosamente “santas” 

Cuando se lee a los escritores que antes de serlo han pensado y buscado en las fuentes del pensamiento  la realidad que les rodea, y las lecciones de la Historia, se descubre la grandeza de esos pensadores que después han escrito, y la bajeza de los que esgrimiendo la leyes llamadas, santas o civilizadas, han sido, y lo son, crueles y sanguinarios.  Y obviar la maldad es tanto como querer tapar al sol con nuestras manos. 
Es lo que nos ocurre ahora, cuando taponamos la inmoralidad porque nos quedan lejos esas acciones violentas. La gente juega conscientemente a mirar hacia otro lado para no ver el horror. Una veces porque se es agnóstico y no se ha vivido, ni se siente la trascendencia. Otras escudadas en la no existencia de Dios. Y también porque su fe de creyente, no es la misma fe de otras creencias. De ahí se derivan la guerra, no santa de hoy, y todas las guerras del pasado.

Los escritores tienen el deber moral de escribir lo que ocurre, no otro es su oficio. Aunque esa escritura denuncia les cierre puertas y les obstruya que su pensamiento hecho palabra, vea la luz. Pero hay que escribirlo, porque de no hacerlo ese tesoro  inmaterial no será conducto del pensamiento;  si eso ocurre, es porque no existe el narrador fidedigno de la realidad social de su momento, y por supuesto,  tampoco hay un legado de su existencia humana y filosófica.

Y no vale argumentar que hay hechos que no atañen, porque toda violencia y atentado en contra de la vida, de cualquier vida, hay que defenderla y denunciar a quienes cometen esos atropellos injustos e inhumanos.
Hoy escribo por esos cristianos asesinados porque son parte de mi momento histórico, y nadie en nombre de ideas religiosas o civiles tiene derecho a arrebatar la vida y a torturar a otras personas. Porque no todas las  conciencias  saben discernir sobre el bien y el mal;  ante esa incertidumbre  hay que regresar al principio del amor. Al sentimiento universal del encuentro con todos los moradores de la tierra, y defender ese derecho, como lo han venido haciendo muchos otros antes que nosotros.


                                                                                                  Natividad Cepeda                                                     



 Arte digital: N. Cepeda

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