sábado, 28 de febrero de 2015

Día a día

                                                                                   Lo he visto esta mañana esperando el tranvía, quieto y erguido aguantando el cuerpo envejecido con su pañuelo anudado al cuello y su chaqueta impecable muy pasada de moda cruzando un pie encima del otro como si quisiera demostrar que todavía es fácil para él hacerlo. Lo he mirado sin que se diera cuenta con pena y con tristeza.
Casi todos los días llega muy temprano a la parada y espera pacientemente frunciendo los labios en un mohín a veces, y otras pasando su mano derecha sobre el pelo engominado y brillante de color negro, tan oscuro que delata sus arrugas y su flacidez restirada artificialmente.  Se sube y recorre la ciudad mirándose en los cristales o se quedan sus ojos prendidos de un viandante soñando en sueños que alimenta y le hacen alzar su cabeza como si acabara de tocarle un premio de rejuvenecida adolescencia.  
Ya no cumplirá los sesenta años, ojalá que así fuera, pero al mirarse en su espejo cada día sólo ve al joven que ayer fue. Cuando se cansa de ir sentado en el tranvía se baja en la estación por la que ya no pasan trenes y apoyado en sus viejas paredes espera que pase el tren que perdió antes de nacer. Mira las nubes y sueña lo que solo él sabe.  Cuando vuelve el tranvía, sube de nuevo y se baja en el hospital, dentro pregunta en diferentes salas a los hombres quien es el último, pide la vez y con la excusa de que tiene prisa se marcha dando las gracias educadamente por la información. Cerca del mediodía sale y espera al tranvía, sube y se baja en la primera parada de donde se subió. 
A veces coincidimos y lo veo bajarse y alejarse andando como si fuera desfilando por una pasarela de moda… Así,  día tras día con sus anillos de oro relucientes y sus gafas de sol oscuras imitando a los galanes de cine de hace cuarenta años.
Un día cualquiera él o yo nos marcharemos para no regresar al tranvía y a la calle y los espejos lo echarán de menos al perder su reflejo en el cristal. Sí, nos marcharemos por ese lado inescrutable de la eternidad  en la que creo, y entonces espero volver a encontrarnos para seguir subiendo al tranvía de las energías que no se pierden jamás. Probablemente seamos unas nubes que van y vienen, o el motor de un viejo tranvía recogiendo los sueños imposibles de algunos pasajeros.


                                                                                                      Natividad Cepeda

Arte digital: N.Cepeda

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