Te
pido un hijo, escribes Juan Alcaide, y no escribes mi nombre de
mujer. Me pides que le diga cómo me llamas tú, y también como escuchas mi voz
dentro de ti constantemente.
Anegado
de fiebre me pides, sin hacerlo, que me deje sembrar como la tierra deja caer el
grano en su vientre fecundo. Ya sé que en tu fiebre permanezco, igual que la
abrasadora sed de julio te ciñó y te amó por encima de tú llamada y tú deseo.
Anegado de fiebre me pides, sin hacerlo, que me deje sembrar como la tierra deja caer el grano en su vientre fecundo. Ya sé que en tu fiebre permanezco, igual que la abrasadora sed de julio te ciñó y te amó por encima de tú llamada y tú deseo.
Veinte años después me sigues deseando como el sol a la aurora cada día, y me pides un
hijo que te quiera por encima del tiempo. Un hijo tuyo y mío sin nieblas de
llantos y penurias, sin mordazas oprimiendo los labios sedientos y llagados, llenos
de amor y vida: que sobre mucha vida, para que el hijo que ansias y me debes,
veinte años después de habernos conocido, el me quiera lo mismo que yo te sigo
amando sin contar los días que nos han precedido.

Y yo
sigo esperando tu aliento legendario que lo siento en el viento cuando trae en
sus brazos el olor de los campos segados; segados, que no muertos.
Pasan,
Juan, los ganados por la tierra abrasada buscando lo que falta para calmar el
hambre, cuando la Mancha se alza fuerte,
sin una queja, soportando en su espalda el abrazo del sol. Y yo sigo sumando décadas de alegrías, porque
de cada verso que recibí de ti me ha nacido ese hijo que tú siempre pedías.
Porque
un hijo no otra cosa es, que una prenda de amor.
Seguimos
arrastrando la miseria de antaño, el dolor de buscar vivir de nuestro esfuerzo
y salir a los campos crucificados siempre por el inmisericorde
destino de los débiles. Pero toda mi carne grita junto a la tuya, y con nosotros, todos los hijos que tuvimos
desquitando a la muerte su sentencia de olvido.
Porque
Juan, veinte años, tres veces, yo
desquito, tú muerte con los hijos que de ti han salido. Y te juro por Dios, que
todos, sin resquicio, todos, todos te quieren. Y es cierto que mi risa disipa
las tinieblas porque he caminado buscando tu alegría. Con tu aliento en mis
labios yo escribo esta misiva y mi sangre rubrica que un poeta no muere
mientras sus versos hablen por las bocas de otros.
Un hijo
me has pedido y yo a ti te pregunto, ¿cuántos hijos te nombran?

Porque
yo amo al hombre que no teme al estío y sobre la llanura se mantiene erguido, y
aunque para otros sea un perdedor, para mi es vencedor y de él he tenido mis hijos.
Un
hombre como tú, valiente y decidido que deja testamento escrito en un libro de
la Cardencha en
flor; tu flor de espina y fuego, Dedicatoria final, y
cuando todo fueron lágrimas tu
escribiste “Por este
libro que aguardo tu beso; /que espero inútilmente tu llegada;/ que quiso de ti
todo y no halló nada,/como quien busca herida y queda ileso”… Por esos versos y otros muchos, Juan Alcaide, te otorgo el beso que
aguardabas.
Natividad Cepeda
Invitada por el Escritor Juan José Guardia Polaino: Gran Mayoral del Grupo Artístico y Literario El Trascacho de
Valdepeñas (Ciudad Real) leí la carta aquí publicada, junto con otros once
poetas y escritores; bajo el título Cartas
a Juan desde la noria del agua muerta, se celebró el 14 de julio de 2012 en el Museo
del Vino de Valdepeñas la XXXVIII limoná de versos alcaidianos, coincidiendo
con el 61 aniversario de la muerte del poeta Juan Alcaide (12 de julio de
1951).
Arte digital; N. Cepeda
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