martes, 25 de octubre de 2011

Para qué la belleza si matamos a Dios


Me enseñaron a compartir el pan. A bendecir la comida al sentarnos a la mesa. Luego ví pedir pan a otros con la mano extendida. Eran hombres muy tristes que no alzaban la mirada del suelo. Tenían su territorio en la esquina del cine, y tirados en la tierra dormían en el parque. Pregunté, como todos los niños, qué porque esos hombres carecían de techo y de pan. Pregunté, y me explicaron el valor del trabajo. De que para vivir, y no ser pobre, había que estudiar o aprender un oficio. Pensé que todo eso era sencillo, que si cumplías las tareas al final sumabas y las cuentas salían. Y todo estaba claro, por lo que sí había pobres la culpa no era mía.
Pasados algunos años, comprendí que mi credo no era válido, que de poco servía querer trabajar si no había trabajo para todos. Contemplé las cosechas pérdidas en los campos, los niños desnutridos y moribundos, y aquellos otros que sus padres vendían para calmar el hambre. Y supe que hay cosas llamadas cataclismos que atraen la hambruna, y gobiernos corruptos que matan a los pueblos que los hacen esclavos del hambre, que los arrojan al mar de la desesperación, y al mar de la patera. Que los dejan instalarse en chabolas bajo el pretexto de su inutilidad, sin que sientan pudor ni merme su prestigio político. Y nunca son juzgados por los que legislan las leyes de los países.
Obra de Inmaculada Lara Cepeda "Maku"
Y comprendí que la tierra es de todos. Y que nadie es su dueño.
También que la guerra es un torvo guiño de la avaricia, y que Dios no acepta el perdón cuando al hambriento le negamos el pan. Y pide, y suplica un trabajo, un médico, leña para el fuego, agua que no esté corrompida, ropa, semillas, un lugar para el hijo en la escuela. Pero todo eso tiene un conste, es mucho lo que pide ese desheredado, total para que sigan naciendo pobres y más pobres... Porque hay que saber que los pobres suelen ser bastante irresponsables.
El hambre a los pobres del mundo los ha dejado sin llanto, sin fuerza para protestar. Agonizan los hambrientos y en sus miradas está la pregunta -¿Por qué ese reparto injusto y desmedido del fruto de la tierra?
No quiero saber, nada cuando tratan de recordármelo, miro para otro lado y así, aprendo a ignorar el genocidio. Ahogo, comprándome caprichos, la voz de mi conciencia. Algunas veces, esa voz me llama y me despierta de mi sopor, cuando no puedo acallarla me quedo en silencio cargando con mi culpa.

Silencio. Silencio de los miles de muertos. Silencio.
La tragedia prosigue. Ya no es noticia que vende, ni conmueve el hambre de los otros. La muerte de los pobres es viento. La vida de esa gente no vale ni un mensaje en el móvil. Si el terror es flexible y el hambre es un caballo apocalíptico y un niño moribundo no conmueve conciencias, ¿para qué hablar de Dios un día, y otro también? Cristo muere en la cruz. Seguimos en el siglo XXI crucificándole, le ponemos la corona de espinas, le flagelamos, lo vestimos de púrpura cada vez que los ricos del mundo damos nuestros vestidos pasados de moda para esos otros seres humanos que no tienen túnica. Cristo Jesús sale a la calle arrastrando el madero de la cruz todos los días.
Sale en los cuatro puntos cardinales del mundo, y en todos los lugares de las aldeas y de los pueblos hay fariseos hipócritas, y orgullosos romanos imperialistas que reparten prebendas y dan al pueblo circo y escaso pan.
Sale Jesús de Nazaret con su amor, sin pedir otra cosa que amor para los unos y los otros. Camina en medio de la gente y lo mismo que ayer, no lo reconocemos.
Y nadie limpia las lágrimas en el rostro manchado y dolorido de ese ser humano humillado y explotado de muchas y diferentes maneras.
Entonces ¿para qué la belleza de un poema en los labios? si hay labios lacerados
¿Para qué la emoción al escuchar un aria, contemplar una obra de arte o proteger los museos del mundo si todavía seguimos matando la belleza del amor?
¿Para qué pregonar que somos seres cultos y civilizados, si seguimos siendo verdugos de Dios en cada uno de nuestros hermanos, más pobres y vencidos?
Para qué tanto avance tecnológico si Cristo se nos desangra entre las manos. Y no es culpa tan solo de los católicos, ni de los ortodoxos, ni de los coptos, ni de los judíos, ni de los agnósticos y ateos… Es culpa de todos.
Habitamos la tierra y en su seno materno, nacemos desnudos y después nos morimos solos para regresar a ella. Y nos vamos sin ningún equipaje material, sin títulos y favores. Si es cierto que Dios es Cristo, y yo así lo creo, sólo nos acompañan nuestras obras, y como ya aseguraban los antiguos egipcios, en la balanza de la vida nos pesaran el alma, y con ella, las buenas y malas obras de lo que aquí hayamos hecho. Pero antes de ese trance, en la antesala de la muerte (que no es otra cosa que la vida) hay pupilas que saben del horror y del dolor letal de carecer de todo.
Y no es verdad que la tierra es un hermoso paraíso de nobles compañeros. Ni una pinacoteca alzada en la muerte de millones de seres. Ni un museo de vanidad para ser visitado por los ricos.
Sí el amor no quita el hambre de las bocas para qué la belleza de los labios, ni el calor pasional de los besos.
Si el amor no rompe las fronteras donde los niños agonizan, y las madres, casi niñas, perecen con sus pechos vacíos escupiendo la muerte en un último resuello de agonía y nadie las ampara ¿para qué los derechos humanos?
¿Dónde esta la decencia, dónde está la nobleza de esta raza de hombres? De esta raza orgullosa descendiente de Dios. De esta raza que quiere conquistar las estrellas y ha hecho de la tierra el mayor cementerio. De esta raza de dioses que tiene pies de barro y de cieno.
Para qué la belleza de las cosas más cultas si seguimos matando a Dios sin volver la cabeza.

                                                                                                            Natividad Cepeda


  Publicado en Lanza: DIARIO DIGITAL de la MANCHA 

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