
Parece, al pasear por ellas, que todo
es esplendor y belleza, tenemos la vana sensación de que salen a nuestro
encuentro para iluminarnos la vida con su luz.
Por lo general la claridad nos
muestra todo, los árboles iluminados y los carteles de los locales donde en
letras grandes leemos que se alquilan, o que hay mucha oferta de locales y
pocas expectativas de ser alquilados. El triunfo de las bombillas dejan al
descubierto los pisos y casas que están a la venta sin que el posible comprador
aparezca. Y también nos dejan ver las ofertas de rebajas en fechas de regalos,
mostrando bajo coste en artículos de consumo barato, algo inusual hace escaso
tiempo.
En las noticias y tertulias siguen
hablando comentaristas de primera línea y de última fila, de las cifras del
paro en España. Y también nos invaden comentaristas deportivos hablando de
futbol y deportes para mitigar con el balón píe el fracaso del derrumbe
económico.
La crisis del desempleo abre brechas oscuras de tristeza que no
pueden ocultar las luces de la ciudad, al tiempo que falta serenidad para
aceptar la derrota y el desamparo, en la que nos han sumido los gobernantes,
guiados por la torre de babel del castillo ambicioso de los constructores y
banqueros sin escrúpulos y sin decencia.
Por las rendijas de las economías más
débiles se desangran los pueblos de España,
de tal manera, que al poner los
pies en la tierra sentimos que se hunden en aguas pantanosas alumbradas por
esas luces que pagamos todos con los impuestos
que nos sacan.
Despedimos al año con la vasija de la esperanza quebrada
y rota por la desesperanza de la ruina moral y económica de nuestra sociedad
vacía de contenidos precisos y preciosos. Y despedimos a los jóvenes
cualificados en los que hemos invertido dinero y renuncias personales a que se
labren un porvenir en otros pueblos lejanos y distantes.
El triunfo de los malos gobernantes nos
ha abocado al suicidio colectivo de la miseria diversa incluso, en las capas
sociales de trabajadores, que, se marchan al toque de trompeta de flautas
extranjeras, que sí supieron ver que no se juega al engaño tocante al trabajo y
a la honradez.
Ahora, cuando el panorama es tan feo, que ni logra tapar el
maquillaje de las luces navideñas su fealdad creciente, las ratas abandonan el
barco que plagaron de peste, huyen a otras latitudes, o se quedan en los feudos conseguidos con las necesidades
y caprichos cubiertas, mientras los demás
naufragan en el barco podrido que va a la deriva. Para los que amasaron
fortuna desde tribunas de poder y especulaciones ilícitas, los que engrosan las
filas del paro son carne de desecho, gente anónima sin triunfos que mostrar,
terrón que voltean los arados: podredumbre de gleba de la Era cristina de
Occidente.
Nos han engañado y nos hemos dejado engañar por luces de colores sin
fundamento en que apoyarnos, de la misma manera que vestimos la Navidad de Dios
con el vestido profano de los ateos. No otra cosa es vestir de luces las ciudades para conmemorar el
nacimiento de Jesús de Nazaret, olvidando a los que pierden casa y trabajo,
junto a las generaciones de nuestros jóvenes mejor formados que emigran a otros
países en busca de la tierra prometida.
A esta sangría de fuga de cerebros
nacionales no se le está dando la importancia que tiene y tendrá en el futuro, a
cambio, nosotros nos quedamos con emigrantes sin formación, o de baja
formación, muchos de los cuales ya han adquirido la nacionalidad española. Las
consecuencias se traducen en este grito callado de las urnas quitando el poder
a un partido para dárselo a otro, en espera de que el milagro de la resurrección
económica nos saque de la muerte.
Olvidando que la agonía que padecemos es la
correspondencia del olvido de los valores personales que son los que hacen
posible la regeneración de una sociedad en declive y enferma de vicios
corruptos.
En la pirámide social desde la base a la cúspide, la mayoría de la
ciudadanía se ha dejado sobornar pervirtiendo todo aquello que se debía haber
evitado, ignorando en su desmedida ambición que los ganadores no han sido las
clases humildes y medias, si no la clase poderosa de banqueros y los que a su
sombra han medrado adquiriendo patrimonios difíciles de calcular por su
cuantía.
Nada de todo esto es nuevo, es repetirse una vez más que la injusticia
se hace ley cuando el pueblo pierde la ética.
Recuerdo que en mi juventud dije
adiós a muchos vecinos que emigraron, ahora despido a mis hijos y a los hijos
de mis amigos, emigrantes en otros países que no llegarán a casa para vivir la
Navidad entre familiares y amigos.
Es una Navidad para los creyentes llena de incertidumbres, pero orante y
esperanzada porque sabemos que desde el belén de casa sigue naciendo Dios para
seguir protegiéndonos hasta de nuestros propios errores, repitiendo confiados
“gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena
voluntad” Ese es el don navideño, no las
luces de colores ni los falsos abetos, ojalá que a pesar de nuestro olvido la
estrella de Belén nos guíe hasta el portal del amor que es el que comparte y da
trabajo a todos cuantos necesitamos seguir viviendo en paz y creyendo en lo
justo y equitativo.
Natividad Cepeda
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