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martes, 1 de agosto de 2023

Al abrigo de una torre cristiana se asentaron los primeros pobladores de Torre de Juan Abad

 

 


 

 


Iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Olmos, Torre de Juan Abad

 

 

31 de julio de 2023Natividad Cepeda /

La Historia de los pueblos  es tan necesaria conocerla como el mismo yantar. Conocerla en todas esas andaduras que van desde la religión y la espiritualidad a sus dispares avatares por las que han pasado. Olvidar esa trayectoria humana es prescindir del latido permanente  de su existir. Porque todo es interesante, y saberlo, es  hurgar en las raíces en eso que llamamos tradiciones, al tiempo de recobrar las vernáculas leyendas contadas oralmente generación tras generación.

En mi temprana infancia escuché a mi abuelo materno, Juan José Serrano y Córdoba, relatar el robo al señor de la Torre de Juan Abad. Contaba, pausadamente, como el oro fue cargado en mulas y jumentos asegurando que de aquél robo muchas familias de pueblos distintos se habían enriquecido. Lo escuchaba embelesada imaginando la casa señorial asaltada y viendo el miedo de sus habitantes reflejado en sus ojos. Aquella torre lejana debería ser una gran fortaleza por donde damas y caballeros, escuderos y doncellas irían recorriendo estancias y caballerizas viviendo gestas guerreras incontables.

El lugar de la Torre de Juan Abad era emocionante y cargado de misterio alimentado por lo excepcional de la leyenda y lo lejos que se encontraba de mi pueblo, Tomelloso. Después aquél pueblo soñado se fue diluyendo  restando importancia en mis años juveniles. El mito desapareció hasta que llegó a mi parroquia un sacerdote que dijo ser de la Torre de Juan Abad, don Leopoldo Lozano Rivas. Y con él llegaron  su hermana Pepa, y su padre, que se hizo amigo de mi abuelo  materno y juntos los veía paseando y asistiendo a misa. Años después vino su hermano Tomás, sacerdote también, que venía algo delicado por haber estado en Cali, allá en Colombia. La familia Lozano Rivas  fue desde su llegada una familia amiga, querida y respetada.

Olvidé aquellas leyendas porque las personas de aquella  población residentes en mi pueblo eran mucho más interesantes e importantes que lo que había escuchado en mi infancia. En otras ocasiones conocí a Juliana y a José María, dos hermanos más de la misma familia y con ellos a algunos de sus hijos. Nos invitaban a ir a “la Torre”, como ellos la llamaban, pero el viaje no se hizo hasta un fatídico día en el que se nos comunicó el fallecimiento de José María Lozano Rivas. Fue la primera vez que cargada de tristeza pasé a la imponente iglesia de  Nuestra Señora de los Olmos para rezar y despedir al amigo. Desde entonces la Torre de Juan Abad tuvo alma propia porque ese lugar me había dado a mis amigos.

Escribe Inocente Hervás y Buendía en su Diccionario Histórico, Geográfico, Biográfico y Bibliográfico, lo siguiente: “¿A quién debió  su nombre? Difícil es el conocerlo y peligroso el conjurarlo. Su justicia decía en 1575, que tomó su nombre de un  alcaide de la fortaleza, que se decía  Juan Abad; pero falta el probar, el que existiera  en algún tiempo tal alcaide, y este cargo en la Orden de Santiago; más próximo a la verdad es, que alguno de sus caballeros llamado Juan Abad consiguiera de la Orden esta torre,  para de ella hacer una puebla, pues ya dejamos dicho y probado por Actas Capitulares y Cartas de los Reyes de Castilla,  que este fué el sistema, que planteó la Orden al hacer suyo el Campo de Montiel y merced al que consiguió en brevísimo plazo su repoblación.”

Y de nuevo la Historia me volvió a ese ancestro antiguo por el que venimos, quizás ignorando el largo equipaje de los lugares y de las gentes que dieron lugar a ellos. Es por esta razón que cuando he vuelto a caminar por las calles y plazas de la Torre de Juan Abad, he sentido en mi interior el carácter milenario alojado en ella. Porque los mitos no abandonan los lugares y permanecen en sus símbolos, ocultados, para protegerse de tanta ignorancia alojada en nuestras mentes.

Y he aquí que según describe Inocente Hervás y Buendía, dice: “Tiene este pueblo buena iglesia parroquial clasificada de segundo ascenso. Media legua al O. la capáz y  bien trazada  ermita de Ntra. Sra. de la Vega, monasterio antes de frailes, según manifiesta su justicia  en 1575 y cuyo retablo fue obra del celebrado poeta D. Jorge Manrique.” Historia y fe a la Señora de la fértil vega que los vecino desbrozaron e hicieron fértil campo, para así pagar diezmos y deudas a poderosos e ilustres caballeros con bolsas de ducados, y vasallos que vendían o cambiaban… Se extinguieron fortalezas y  Mesas Maestrales; quedaron sé los vecinos recopilando pliegos y leyendas. De todo eso acontecido sabe  e investiga, José María Lozano Cabezuelo, conocedor y relator de obra y vida de Don Francisco de Quevedo y Villegas: y de esos míticos lugares donde mora la Patrona de Torre de Juan Abad, María Santísima de la Vega. Y porque nadie puede ocultar lo sagrado y misterioso quedan entre sus piedras el sigilo de los pasos de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón: los templarios. El temple y la custodia de los caminos de peregrinos, a la vez que investigadores de lugares santos, esotéricos. Esos sitios naturales asequibles solamente a los iniciados. A todo aquél que percibe y siente lo que las piedras guardan.

Quedan en Torre de Juan Abad, los vasallos. Perduramos y vamos y venimos por estos Campos de Montiel y de La Mancha castellana, vecinos que abrimos las puertas de nuestras moradas sin escudos nobiliarios; si con puertas de corazón abierto de par en par a los que hasta aquí llegan. Gracias a los amigos que se fueron, y a los que conocí a través de ellos, vine a esta noble y hermosa Villa de Torre de Juan Abad.

 

 

 

https://www.lanzadigital.com/opinion/al-abrigo-de-una-torre-cristiana-se-asentaron-los-primeros-pobladores-de-torre-de-juan-abad/

 

 https://www.miciudadreal.es/2023/07/31/al-abrigo-de-una-torre-cristiana-se-asentaron-los-primeros-pobladores-de-torre-de-juan-abad/

 

viernes, 29 de octubre de 2021

La sonrisa de Leopoldo Lozano peregrino de amor hacia la paz de Dios


Mi  bueno y entrañable Leopoldo Lozano, si alguien sabe de renuncias y entregas fuertemente ceñidas a la piel y a los años, ese, fuiste tú. Perenne bosque de esperanza fuiste en todos tus pasos recorridos en la desvencijada bruma sin ánimo, de los tristes del mundo. Tus ojos por el trigal de calles recorridas buscaban mitigar tragedias cada día. Buscar en tu recuerdo un pedazo de tu vida, es rebuscar  en mis recuerdos, aquellos de mi adolescencia y juventud por las piedras sillares de mi iglesia, por la comida compartida y los sueños de hacer que todos, todos, fueran mejores y no sufrieran carencias de lo más necesario.

Amigo inolvidable ya no escucharé tu voz por el teléfono, tu voz campechana y leal que sin predicar a Dios me lo hacías sentir por tu anhelo de amor y fe imperturbable. Siempre lo buscaste en nosotros y sabíamos que era tan cierto como tu incansable razón de ayuda sin pedir nada para ti. Hablabas de los otros alabando sus quehaceres y sonreías humildemente repitiendo que tú eras un cura sin importancia, como si ser cura no fuera importante y hasta difícil en demasiadas ocasiones.

Te recuerdo y te quiero, como quiero a tu  hermana Pepa que de pronto se ha quedado muy sola sin vosotros; definitivamente sola en mitad de la vida sin Tomás y Leopoldo, sacerdotes de Dios y hermanos de los hombres. Y de tantas mujeres que ayudan en parroquias de cualquier diócesis católica. Definitivamente te has ido a bendecir el vino nuevo de este otoño a la vera de Cristo. A pedirle por los pobres del mundo igual que tú lo hiciste sin cámaras ni pódium que mostrara tus obras, con ese anonimato de quien sabe que todo se lo debemos a nuestro Creador, y que todo lo demás sobra.

En Tomelloso fuiste luz y alegría de proyectos que todavía perduran. Fuiste tan amigo del pueblo que se te nombro Hijo Adoptivo, y aún con ese nombramiento no te pagamos nada. Una noche llovía y llovía,  parecía que el diluvio bíblico se había desatado; era invierno, el viento azotaba los cristales y puertas de las calles y de pronto sonó el llamador de la puerta de casa atronando el espacio en medio de la lluvia. Bajé corriendo porque supuse que algo ocurría y al abrir allí estabas tú, mojado, chorreando, limpiándote las gafas y sonriendo como si la noche fuera una noche estrellada. Sin dilación alguna me urgiste a buscar ropa de mis hijas, coche de bebé, mantas, leche… porque habías descubierto a una familia que no tenía nada y sus niños necesitaban de todo…

Y allí estabas tú, y yo, desorientada me puse a buscar y a darte todo lo que salía. El coche era un Janet, precioso, regalo de mi padres con su silla también para el verano y… dije muy despacio aquello de; con tanto frío y viento el coche no lo podría sacar a pasear al niño. Sonreíste y dijiste, pero dormirá un bebé que ahora está en el suelo.

Fuiste un hombre sin rencor a los otros. Desde el altar mayo bendecías la vida y pedías por los cristos sangrantes y el llanto de las madres. Iniciaste la defensa de la mujer antes de que el feminismo se diera a conocer abriendo talleres para chicas que tenían que ganar el pan de cada día. Por eso en tu cáliz estaban todas las alboradas y al bendecir el pan Jesús de Nazaret resucitaba. 


Yo te ruego, mi ejemplar sacerdote, que pidas por nosotros en ese litoral donde ahora has llegado y que en este otoño de dormidos paisajes, sin fronteras ni limites, le pidas al Altísimo por este mundo ciego. Te emplazo,  a pesar de tu pérdida, a que pidas a Santa María, Madre de Jesucristo y de todo mortal, que nos ayude porque todavía, este valle nuestro, es un valle de lágrimas. Te emplazo por todas las laderas y montes y caminos, por ciudades y pueblos y aldeas deshabitadas a que reces por nos, Leopoldo Lozano, cuando veas a Dios. Tierra eres, tierra soy, polvo extinto, aún así duerme el sueño de los justos, duerme bajo la paz de Dios.

 

                                                                                               Natividad Cepeda

 

Fotografia1ª recibiendo el nombramiento  del nombre de una calle de Almodóvar del Campo de manos del alcalde en gratitud a  don Leopoldo Lozano y a su hermano el sacerdote don Tomas Lozano fallecido con el nombre "Parrocos  Hermanos Lozano" ya en su silla de ruedas. En presencia de su hermana Pepa Lozano y amigos y autoridades. 

La segunda fotografía al termino del funeral de su hermano don Tomás Lozano.