Diciembre
se abre paso con su manto de luces, con plazas que parecen escaparates y calles
que se visten de colores artificiales. Árboles inmensos, sofisticados, que nada
tienen que ver con la sencillez de aquel pesebre donde comenzó todo. Y, sin
embargo, entre tanto brillo, se apaga la llama más importante: la del corazón.
¿Dónde
quedó el portal de Belén? ¿Dónde la Virgen y San José, el Niño Dios arropado
por la mula y el buey? Hemos cambiado el misterio por espectáculo, la oración
por consumo, la esperanza por indiferencia. Nos olvidamos de que la Navidad no
es un estallido eléctrico, sino un susurro divino: Dios bajó a la tierra y fue
uno de nosotros.
La
Navidad es el mensaje más puro: Amaos los unos a los otros como Yo os he amado.
Pero hoy, mientras las luces devoran electricidad y los presupuestos se diluyen
en adornos, faltan manos en hospitales, faltan recursos en escuelas, faltan
oportunidades para nuestros jóvenes. ¿Cómo no dolerse cuando la pobreza
infantil crece y la dignidad se convierte en un lujo?
Y,
sin embargo, la Navidad sigue viva para quien la busca. No en los escaparates,
sino en el silencio de un templo, en el calor de una familia reunida, en el
canto humilde de un villancico que atraviesa el tiempo. Porque la Navidad no es
ruido: es paz. No es consumo: es entrega. No es apariencia: es verdad.
Esta
noche, cuando el mundo corra tras lo efímero, yo me detendré. Rezaré. Cantaré.
Recordaré a quienes me enseñaron que Dios es amor y que amar es nuestra misión.
Porque la Navidad es el regalo más grande: la certeza de que no estamos solos.
Que
volvamos a la sencillez, a la familia, a la fe. Que la Navidad sea luz en el
corazón, no solo brillo en las calles. Que sea esperanza para el que sufre,
abrazo para el que está solo, pan para el que tiene hambre. Porque la Navidad
no se compra: se vive.
Luz en Belén
En la noche clara, la estrella
brilló,
sobre un pesebre humilde, la vida nació.
El frío se aparta, la paz se acercó,
y el mundo entero su canto elevó.
María lo acuna con dulce
ternura,
José lo protege con su fe y amor.
El Niño sonríe, regalo inmortal,
nos trae esperanza, nos da Navidad.
Los ángeles cantan con voz
celestial,
la tierra responde con gozo y bondad.
Que el fuego arda en cada hogar
y que el amor reine sin descansar.
Que el Niño duerma en nuestro
corazón,
que María y José nos den su bendición.
Que su luz eterna sea nuestra canción,
y que en Belén nazca ilusión y amor.
Natividad Cepeda
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