Estamos en junio y en mi
tierra ya han granado los trigos y las cebadas. Y también han llegado las
tormentas arrasando con el granizo toda serie de cultivos; viñas, árboles
frutales y los sembrados que se están recolectando con las segadoras. El calor
llega a treinta y siete y treinta y nueve grados lo que hace que el cielo
retumbe y las nubes aparezcan descargando no solo agua, que nos hace falta, también
el temido granizo arruinando las economías agrícolas.
Cuando la lluvia deja de caer
el campo aparece bellísimo y las encinas que están junto a los campos sembrados
son espectaculares por su color verde y su belleza agreste. Pero en muchos
pueblos hay esa tristeza soterrada por las bolas del hielo caído. Siempre ha
sido así y siempre las gentes de esta tierra dura y luchadora ha continuado
viviendo de su trabajo y de sus pérdidas.
Los seguros agrarios cubren un poco, solo un poco, esas grandes pérdidas, pero no hay otra cosa que hacer y seguimos generación tras generación recogiendo el legado de nuestros ancestros y sembrando los campos con la esperanza de recoger la cosecha. Aunque eso no siempre es posible.
Suelo escuchar que, ante lo malo,
no es esto lo peor que hay, porque gracias a Dios no tenemos guerra y aunque la
cesta de la compra esta muy alta de precios no podemos compararnos con los que
sufren la guerra en una parte de Europa y la otra guerra de Israel y Palestina.
Nos callamos y sentimos temor ante la invasión continua de la emigración.
Porque Occidente y Europa es Occidente no comulga con esa otra cultura de
mujeres tapadas de pies a cabeza. Nos callamos, pero no hay convivencia.
Junio nos está dejando agua y
granizo y una especie de tristeza e impotencia mezclada con esas otras
impotencias que vivimos cada día por imposición de los otros y tememos que ese
equilibrio se nos rompa en algún momento.
Natividad Cepeda
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