lunes, 9 de junio de 2025

Los juglares, poetas y trovadores, hombres y mujeres, son necesarios porque son testamentarios de su momento.

 

 

Sin amor no hay poesía. Sin juglares enamorados de cuanto les rodea no hay poetas.

Tampoco son poetas los que escriben sin sentir. Ni los que ignoran la pasión de cuanto les rodea. No lo son, aquellos que someten su escritura al gusto del momento impuesto en ocasiones, por banales artistas que por circunstancias tiene cotas de poder e imponen su criterio sobre la misma poesía. Como si escribir del alma y de lo que esta siente en su interior se aprendiera en las aulas magnas oficiales. Hay poetas que sufren el olvido, otros la indiferencia, y muchos los halagos de los que  buscan por ese camino llegar al éxito. Como si escribir poesía fuera racionalizar la belleza. 

Pero los poetas forman parte de la vida y la vida no siempre es fácil.

Algunos de nosotros llevamos heridas  por ser poetas; sobre todo si se es poeta y además mujer. Porque los hombres no envejecen y las mujeres sí.

Un poeta masculino presenta un nuevo libro de poemas y es exultante en toda la presentación y su entusiasmo es compartido por compañeros poetas y, en las revistas y periódicos cercanos se escriben comentarios literarios elogiando el nuevo poemario. Es la actitud esperada porque el grupo de escritores y poetas masculinos se ayudan y respetan a pesar de que el autor no guste a todos.

Un poeta masculino si es autodidacta se le reconoce su obra porque ha luchado y formado en la soledad de su entrega no reglada y se le galardona y admite en tertulias y foros… Pero si es poeta femenina, o sea mujer, la cuestión cambia. La poesía de esa poeta se juzgará con lupa y los viejos dictámenes sobre estilos y decálogos se le aplicarán a toda su poesía. Lo terrible de esta realidad es que no es una ensoñación si no una repetida actualidad.



Las poetas mujeres tienden a estar protegidas por la sombra protectora de los hombres, jamás se reconocerá, ni se hablará de ello. Las mujeres poetas libres y no demasiado asistentes a círculos de poder donde se reconocen las obras leídas en tertulias y foros carecen de reconocimiento. Son silenciadas por no acudir a esos escenarios donde se intercambian pareceres y se dialoga sobre lo ultimo que se ha escrito y publicado. Las mujeres que escribimos en pequeñas ciudades y no hacemos demasiada vida social somos ignoradas. Y es que la libertad tiene un precio quizá demasiado alto.

Escribir y crear requiere espacios de silencio. Leer un libro también. Y no venderse en aras de la popularidad mediocre no se le perdona a quienes no lo ejercitamos. Personalmente me causa estupor y cierta dosis de tristeza ver como poemas escasos de hallazgos poéticos, por no decir que en ellos no hay poesía, son alabados en los medios digitales donde se publican. Porque hay que reconocer que no todo lo publicado tiene calidad.

Las mujeres escritoras carecemos de visibilidad en muchos casos.

Del mismo modo en los jurados importantes apenas si hay mujeres y por lo mismo en los múltiples certámenes la mayoría de premiados son hombres. Es éste un tema silenciado porque ¿quién se atreve a ponerle el cascabel al gato? Nadie. Las mujeres mayoritariamente no son apoyadas por las mujeres más aún si no son proclives al alago y a estar continuamente en sesiones continuas de promoción mediática. Las mujeres escritoras que no pertenecemos a círculos determinados somos una especie de parias donde nadie, absolutamente nadie, incluidas otras mujeres de la sociedad, somos invisibles.



No hace mucho en una conferencia que impartí denuncie lo importante que es no residir en el mismo lugar de nacimiento, porque cruzarte con la gente, con vecinos y conocidos en el día a día no crea ese misterio que todo artista debe tener para ser admirado.

Tampoco crea admiración que no te quejes de la vida, que sonrías y animes a la gente a vivir feliz con las cosas pequeñas, los amigos, la familia, el tendero que te atiende desde hace años, la peluquera que te corta el pelo, el panadero que se le comprar el pan… al vecino que acompañas en un funeral y al que acompañas a tomarse un café o un vino si petulancia alguna. Actuar así, vivir de esta manera no abre puertas en los pueblos nuestros a las mujeres escritoras.

Y hasta el alcalde y concejales te ignoran invitando a pregonar fiestas y a ser jurados de certámenes a otras mujeres que no residen en estos mismos lugares, e incluso jamás han escrito un poema, un ensayo o un artículo periodístico. Se cumple con creces aquello de “Nadie es profeta en su tierra”.

Mujeres poetas hay muchas: somos muchas las que componemos un verso pero muy pocas las que se nos reconoce como tales. Hay ocasiones que se nos dan unas migajas y con eso nos pagan años de vida dedicadas a ser escritoras. Me pregunto ¿si ha merecido la pena dedicarme durante décadas a escribir en soledad? Lo que si puedo afirmar es que escribir para mi es tan necesario como beber agua o respirar aun sabiendo que no ganaré dinero ni mis libros estarán en las mejores librerías de los países.

Todo esto es el tormento y el éxtasis de la creación; de todo creador incluso siendo mujer.

Si, los poetas masculinos frecuentan lugares y espacios desde antiguo. El pasado está plagado de todos ellos al igual que el presente. Las poetas femeninas hace poco que se incorporaron a esos círculos y son admitidas con reservas disimuladas.  En ese espejo la corriente admite la ambición de los poetas y aunque sus libros sean aburridos por estar los poemas saturados de tecnicismos y exentos de emoción se admiran y aplauden. Las movidas  literarias son así un malecón donde hay que defenderse de las turbulencias ajenas. Por las que a veces el vacío de la poesía es un vacío de triste soledad.

Los libros, esos tesoros que se acarician con el alma cuando se leen quedan solos, muy solos, entre las manos y los ojos de quien los lee; es entonces cuando inunda el espíritu del lector la trova.  Se hace presente  y única quedando la sensibilidad poética en las páginas del libro olvidando quien la escribió.

Publicar hoy está al alcance de casi todos  pero no lo es llegar a romper el silencio de las presentaciones que se quedan en eso, meras reuniones de conocidos si el libro de poesía no rompe los pequeños reductos donde se da a conocer. Los juglares, poetas y trovadores, hombres y mujeres, son necesarios porque son testamentarios de su momento. Y también ahora se recorren los  castillos ofreciendo su palabra en las diputaciones y ayuntamientos, fundaciones y cafés como se hacían en las tabernas y salones  de antaño.

Juglares y juglaresas de amor de todos los tiempos seguimos siendo los que en los papeles escribimos retazos del corazón hecho pedazos. O de esa naturaleza viva y cambiante que no fascina y emociona, o de esa injusticia latente en cualquier rincón del mundo porque la poesía también es fuerza renovadora para cambiar hoy lo que está mal.

 

Natividad Cepeda

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