lunes, 7 de mayo de 2012

Señales para el camino de una romería


                            



         Apenas si quedaban coches en al aparcamiento de Pinilla cubierta por un manto de estrellas relucientes. El sol continuaba su viaje hacia el Este y por el cielo cruzaban aviones persiguiendo rutas lejanas en otros continentes.  Se aferraba la noche  velando con su bruma la ermita de  la Virgen. Un silencio  profundo cubría de misterio los campos labrados que rodeaban el recinto. Como un labio extraño del entorno, la carretera de asfalto, despedía a los últimos coches camino de las luces del pueblo.

La quietud del espacio invitaba a pensar en el hondo misterio de creer en la Virgen que en silencio, callada y en pie, sostenía a un niño con el mismo cuidado que las madres sujetan a sus hijos. Parecía  al mirarla que de un momento a otro caerían de sus manos el niño y el racimo que pendía de la otra Todo era silencio sin brisa, sin estruendo tan sólo roto a veces por los pequeños roces de la tierra al moverse en su girar continúo.
Incluso estorbaban las farolas con sus luces rompiendo el hechizo infinito de una noche distinta. Pasó por las alturas unas aves nocturnas y algo se rebulló en la hierba  con el sentido alerta de preservar la vida. Adentro la Virgen sonreía  como sonríe la aurora cuando empieza el día. Todavía el verde de las pámpanas no se mecía al viento pero si acariciaba con sus pasos etéreos las siembras sin bridas ni relentes. Convergían alrededor del templo incesantes estrellas fugaces que al desaparecer se convertían en sombras entrando hasta el templo. Los escasos romeros que se habían quedado a dormir en Pinilla, evocaban en sueños, el trajín del día y de pasadas romerías.

La noche no impide testificar que, siempre, los romeros, regresan para entrar al templo y rezar postrados de hinojos ante la madre eterna que es María Santísima, llamada en este lugar de las viñas. Señora de los campos de viñas, nimbada por el sol de los campos, por la lluvia que bautiza cosechas y por la tierra que canta con sus hijos himnos de salutación también, en los silencios nocturnos de los cielos.
No otra cosa es peregrinar de romería que una confidencia del alma en su largo peregrinar en pos de todo aquello que es  sagrado y se guarda bajo el magma infantil de los recuerdos.

 Rezar es lo que hicieron ayer los campesinos llevando cogidos de sus manos a los niños nacidos de su estirpe. Rezar por supuesto, y pedir que la Madre María Santísima de las Viñas, retomara en sus manos todos los racimos que todavía por abril pueden llegar a tiritar de frío, y eso representa la ruina de la casa, y de  esa catástrofe que pende del cielo los salva ayer y hoy, aquello que llamamos divino, perdurable por encima de avances y satélites sabios captadores de nubes y tormentas.

Romerías con romeros que no se cansan de pedir la gracia de ser hijos protegidos; así, sencillamente, con los labios callados en íntima oración pidiendo por los hijos y también por la esposa, por el marido y el hermano que enfermó, por la falta de trabajo que se busca y no llega, por el que está en el hospital y no mejora, por el que se olvidó de sonreír y se nos muere lleno de angustia depresiva…
Calla la noche y calla el día en toda romería porque escucha las múltiples plegarias de todos los romeros que a pesar del jaleo rezan, cada cual a su manera, pero importa poco como sea la plegaria, lo que importa es llegar a Pinilla y encender un velón para que esa luz ilumine la vida.
Desde antiguo arranca la costumbre de enseñar a los niños que hay que salir a la calle del pueblo a esperar a la Virgen. Una calle tan solo para esperar unidos el paso de la Reina del cielo al son de campanillas  moviéndose a tumbos, temiendo todos los espectadores, que el niño se le rompa y se caiga el racimo de sus dedos chiquitos.
Y en medio del jolgorio admirar la esbelta figura de María de las Viñas, la Santa, la Madre que con leve sonrisa reparte confianza en todos cuantos miran su rostro tan sereno…

Romeros con la risa pronta en los labios, orgullosos de ser tan diferentes de otros romeros de los pueblos cercanos o alejados. Romeros vestidos de domingo para esperar a la Patrona con sus mejores galas, o venir otros acompañando  a pie, a caballo, en coche o carro detrás de la hermosa Virgen que veneran.
Cortejo de romeros con la filosofía de esconder lo que sienten entre la broma autóctona, y responder con su presencia,  lo  que se lleva en la sangre porque así lo enseñaron todos aquellos que en la noche romera convertidos en sombras entran en la ermita a rezar a la Virgen.

Un gesto de oración en mitad de la calle llamada de Socuéllamos, diferente y festiva esa oración tomellosera,  pero limpia como el agua del bautismo que cae sobre la frente y nos hace sus hijos. Un gesto como emblema de que nada se olvida, vocablo que se nos enseñó en la infancia, invisible como la fe profunda que lismonea ayuda para los que están y para los que nos esperan en el cristal del tiempo.

Romeros de Tomelloso, caricia sin fisuras  a la Madre de Dios, cuando en nubes de polvo recorren la feria de Pinilla llena de chiringuitos, pero siempre ha sido así, rezar y llegar al lugar de oración para comer en paz. Señales de cualquier romería  que marcan el camino trazado de la historia y entregan el testigo a los que seguirán portando a la Virgen  en los años siguientes. Vinculación vernácula de un pueblo alegre y fervoroso   que ora en medio de la calle y de la plaza, a su modo y manera, sin ningún artificio.


                                                                                                             Natividad Cepeda




Fotografías: Paisaje nocturno Inmaculada Lara Cepeda "Maku"
Virgen de las Viñas en la calle Socuéllamos N. Cepeda 

Publicado en El Periódico del Común de La Mancha abril-mayo de 2012 Comarca Tomelloso-La Solana-Manzanares
en Diario Lanza de Ciudad Real abril 2012

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