Apenas si quedaban coches en al aparcamiento de Pinilla
cubierta por un manto de estrellas relucientes. El sol continuaba su viaje
hacia el Este y por el cielo cruzaban aviones persiguiendo rutas lejanas en
otros continentes. Se aferraba la
noche velando con su bruma la ermita
de la Virgen. Un silencio profundo cubría de misterio los campos
labrados que rodeaban el recinto. Como un labio extraño del entorno, la
carretera de asfalto, despedía a los últimos coches camino de las luces del
pueblo.

Incluso estorbaban las farolas con sus luces rompiendo el
hechizo infinito de una noche distinta. Pasó por las alturas unas aves
nocturnas y algo se rebulló en la hierba con el sentido alerta de preservar la vida.
Adentro la Virgen sonreía como sonríe la
aurora cuando empieza el día. Todavía el verde de las pámpanas no se mecía al
viento pero si acariciaba con sus pasos etéreos las siembras sin bridas ni
relentes. Convergían alrededor del templo incesantes estrellas fugaces que al
desaparecer se convertían en sombras entrando hasta el templo. Los escasos
romeros que se habían quedado a dormir en Pinilla, evocaban en sueños, el
trajín del día y de pasadas romerías.
La noche no impide testificar que, siempre, los romeros,
regresan para entrar al templo y rezar postrados de hinojos ante la madre
eterna que es María Santísima, llamada en este lugar de las viñas. Señora de
los campos de viñas, nimbada por el sol de los campos, por la lluvia que
bautiza cosechas y por la tierra que canta con sus hijos himnos de salutación también,
en los silencios nocturnos de los cielos.
No otra cosa es peregrinar de romería que una confidencia
del alma en su largo peregrinar en pos de todo aquello que es sagrado y se guarda bajo el magma infantil de
los recuerdos.
Rezar es lo que hicieron
ayer los campesinos llevando cogidos de sus manos a los niños nacidos de su
estirpe. Rezar por supuesto, y pedir que la Madre María Santísima de las Viñas,
retomara en sus manos todos los racimos que todavía por abril pueden llegar a
tiritar de frío, y eso representa la ruina de la casa, y de esa catástrofe que pende del cielo los salva
ayer y hoy, aquello que llamamos divino, perdurable por encima de avances y
satélites sabios captadores de nubes y tormentas.
Romerías con romeros que no se cansan de pedir la gracia de
ser hijos protegidos; así, sencillamente, con los labios callados en íntima
oración pidiendo por los hijos y también por la esposa, por el marido y el
hermano que enfermó, por la falta de trabajo que se busca y no llega, por el
que está en el hospital y no mejora, por el que se olvidó de sonreír y se nos
muere lleno de angustia depresiva…
Calla la noche y calla el día en toda romería porque escucha
las múltiples plegarias de todos los romeros que a pesar del jaleo rezan, cada
cual a su manera, pero importa poco como sea la plegaria, lo que importa es
llegar a Pinilla y encender un velón para que esa luz ilumine la vida.
Desde antiguo arranca la costumbre de enseñar a los niños
que hay que salir a la calle del pueblo a esperar a la Virgen. Una calle tan
solo para esperar unidos el paso de la Reina del cielo al son de
campanillas moviéndose a tumbos,
temiendo todos los espectadores, que el niño se le rompa y se caiga el racimo
de sus dedos chiquitos.
Y en medio del jolgorio admirar la esbelta figura de María
de las Viñas, la Santa, la Madre que con leve sonrisa reparte confianza en
todos cuantos miran su rostro tan sereno…
Romeros con la risa pronta en los labios, orgullosos de ser
tan diferentes de otros romeros de los pueblos cercanos o alejados. Romeros
vestidos de domingo para esperar a la Patrona con sus mejores galas, o venir
otros acompañando a pie, a caballo, en
coche o carro detrás de la hermosa Virgen que veneran.
Cortejo de romeros con la filosofía de esconder lo que
sienten entre la broma autóctona, y responder con su presencia, lo que
se lleva en la sangre porque así lo enseñaron todos aquellos que en la noche romera
convertidos en sombras entran en la ermita a rezar a la Virgen.

Romeros de Tomelloso, caricia sin fisuras a la Madre de Dios, cuando en nubes de polvo
recorren la feria de Pinilla llena de chiringuitos, pero siempre ha sido así,
rezar y llegar al lugar de oración para comer en paz. Señales de cualquier
romería que marcan el camino trazado de
la historia y entregan el testigo a los que seguirán portando a la Virgen en los años siguientes. Vinculación vernácula de
un pueblo alegre y fervoroso que ora en medio de la calle y de la plaza, a
su modo y manera, sin ningún artificio.
Natividad Cepeda
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