Nos hemos acostumbrado a vivir
rodeados de celebraciones. Cada día parece haber una fecha especial, un motivo
para llenar las redes de mensajes y las calles de luces ahora en noviembre
anunciando una navidad profana. Pero tanta celebración ha perdido su esencia:
se ha vuelto ruido. Entre ese ruido, olvidamos los llantos que no aparecen en
los titulares, las tragedias que se diluyen en la avalancha de noticias que nos
bombardea sin descanso.
El 25 de noviembre, se
recuerda a las mujeres asesinadas por la violencia machista. Mujeres que un día
confiaron en quienes les prometieron amor y terminaron siendo víctimas de odio
y brutalidad. Sin embargo, ¿qué hacemos realmente por ellas? Las convertimos en
cifras, en estadísticas que se exhiben en discursos políticos, en pancartas que
reclaman leyes que nunca llegan. Y mientras tanto, los homicidios continúan.
Vivimos en una sociedad que
ampara delincuentes, que teme denunciar por miedo a represalias, por miedo a
ser señalados. Ese miedo se ha instalado en nuestra médula, nos ha silenciado.
Callamos lo que nos duele, lo que nos indigna, porque tememos ser clasificados,
etiquetados, perseguidos. Como llevar una marca que nos condena.
No solo callamos ante la
violencia contra las mujeres. Callamos ante la persecución religiosa en otros
países, ante la injusticia que se extiende más allá de nuestras fronteras.
Callamos mientras acogemos a quienes llegan buscando refugio, lo cual es justo
y humano, pero seguimos ignorando las raíces de los problemas que nos rodean.
Ese silencio, tarde o temprano, se convertirá en un grito, y no será bueno.
El 25 de noviembre no debería
ser solo una fecha en el calendario. No debería ser un día para publicar
mensajes vacíos ni para sumar números en listas oficiales. Debería ser un día
para reflexionar, para exigir cambios reales, para recordar que detrás de cada
cifra hay una vida arrebatada, una historia truncada, unos hijos huérfanos.
Debería ser un día para recuperar valores, amor y lógica en una sociedad que
parece haberlos perdido.
No basta con hablar. Hay que
actuar. Porque si seguimos callando, si seguimos tratando la tragedia como un
espectáculo pasajero, estaremos condenados a repetirla.
Olvidamos que hay millones de
mujeres sometidas en países donde la igualdad no existe, donde la libertad es
un sueño imposible. Lo sabemos, lo vemos, y aun así callamos. Callamos porque
no es cómodo denunciar, porque no es políticamente correcto señalar que en
muchos lugares la mujer no vale nada. Allí se la esclaviza, se la vende, se la
mata. Y aquí, en Europa, donde las leyes deberían proteger, también hay mujeres
que mueren, que viven con miedo, que son perseguidas por quienes nunca
aceptaron la igualdad.
No basta con encender luces ni
con pronunciar discursos. No basta con convertir el dolor en estadísticas. Cada
mujer asesinada deja hijos huérfanos, familias rotas, sueños truncados. Cada
silencio es una traición. Cada indiferencia, una complicidad.
Las democracias nacieron para
garantizar justicia y libertad. Pero sin valores, sin leyes firmes, sin
valentía para defender la dignidad humana, esas palabras se vacían. Necesitamos
más que memoria: necesitamos acción. Necesitamos que la voz de las víctimas no
se pierda entre titulares fugaces, que su ausencia no se trate como un
espectáculo pasajero.
Hoy no basta con recordar. Hoy
toca llorar por ellas, exigir justicia por ellas, y comprometernos a que
ninguna mujer vuelva a ser un número en una lista. Porque detrás de cada cifra
hay un nombre, un rostro, una vida que merecía vivir.
Natividad Cepeda
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