miércoles, 26 de noviembre de 2025

Surcos de Esperanza

 



Hoy vuelve a lucir el sol,
el aire viene helado,
porque allá, en las montañas del norte,
la nieve ha dejado su manto callado.

Mientras el sol calienta,
el hombre prepara la tierra,
abre surcos en la llanura manchega,
solitario, entre viento y besana.

Sabe que poco valdrá su trigo mañana,
pero siembra,
y en silencio suplica:
ven, lluvia, cuando acabe de sembrar,
humedece el grano,
haz que dé pan mañana.

Ya no son sus manos como antaño,
ahora guía la sembradora mecánica,
desde el tractor traza líneas,
igual que hicieron sus padres,
igual que soñaron sus antepasados.



Pasan las horas, el otoño sereno lo acompaña,
y él, muy solo, sigue sembrando esperanza
en cada grano, en cada surco,
para el pan de mañana.

 

Natividad Cepeda

lunes, 24 de noviembre de 2025

25 de noviembre: No basta con recordar las mujeres merecen justicia y memoria viva



Nos hemos acostumbrado a vivir rodeados de celebraciones. Cada día parece haber una fecha especial, un motivo para llenar las redes de mensajes y las calles de luces ahora en noviembre anunciando una navidad profana. Pero tanta celebración ha perdido su esencia: se ha vuelto ruido. Entre ese ruido, olvidamos los llantos que no aparecen en los titulares, las tragedias que se diluyen en la avalancha de noticias que nos bombardea sin descanso.

El 25 de noviembre, se recuerda a las mujeres asesinadas por la violencia machista. Mujeres que un día confiaron en quienes les prometieron amor y terminaron siendo víctimas de odio y brutalidad. Sin embargo, ¿qué hacemos realmente por ellas? Las convertimos en cifras, en estadísticas que se exhiben en discursos políticos, en pancartas que reclaman leyes que nunca llegan. Y mientras tanto, los homicidios continúan.

Vivimos en una sociedad que ampara delincuentes, que teme denunciar por miedo a represalias, por miedo a ser señalados. Ese miedo se ha instalado en nuestra médula, nos ha silenciado. Callamos lo que nos duele, lo que nos indigna, porque tememos ser clasificados, etiquetados, perseguidos. Como llevar una marca que nos condena.

No solo callamos ante la violencia contra las mujeres. Callamos ante la persecución religiosa en otros países, ante la injusticia que se extiende más allá de nuestras fronteras. Callamos mientras acogemos a quienes llegan buscando refugio, lo cual es justo y humano, pero seguimos ignorando las raíces de los problemas que nos rodean. Ese silencio, tarde o temprano, se convertirá en un grito, y no será bueno.

El 25 de noviembre no debería ser solo una fecha en el calendario. No debería ser un día para publicar mensajes vacíos ni para sumar números en listas oficiales. Debería ser un día para reflexionar, para exigir cambios reales, para recordar que detrás de cada cifra hay una vida arrebatada, una historia truncada, unos hijos huérfanos. Debería ser un día para recuperar valores, amor y lógica en una sociedad que parece haberlos perdido.

No basta con hablar. Hay que actuar. Porque si seguimos callando, si seguimos tratando la tragedia como un espectáculo pasajero, estaremos condenados a repetirla.

Olvidamos que hay millones de mujeres sometidas en países donde la igualdad no existe, donde la libertad es un sueño imposible. Lo sabemos, lo vemos, y aun así callamos. Callamos porque no es cómodo denunciar, porque no es políticamente correcto señalar que en muchos lugares la mujer no vale nada. Allí se la esclaviza, se la vende, se la mata. Y aquí, en Europa, donde las leyes deberían proteger, también hay mujeres que mueren, que viven con miedo, que son perseguidas por quienes nunca aceptaron la igualdad.

No basta con encender luces ni con pronunciar discursos. No basta con convertir el dolor en estadísticas. Cada mujer asesinada deja hijos huérfanos, familias rotas, sueños truncados. Cada silencio es una traición. Cada indiferencia, una complicidad.

Las democracias nacieron para garantizar justicia y libertad. Pero sin valores, sin leyes firmes, sin valentía para defender la dignidad humana, esas palabras se vacían. Necesitamos más que memoria: necesitamos acción. Necesitamos que la voz de las víctimas no se pierda entre titulares fugaces, que su ausencia no se trate como un espectáculo pasajero.

Hoy no basta con recordar. Hoy toca llorar por ellas, exigir justicia por ellas, y comprometernos a que ninguna mujer vuelva a ser un número en una lista. Porque detrás de cada cifra hay un nombre, un rostro, una vida que merecía vivir.

 

Natividad Cepeda

jueves, 13 de noviembre de 2025

Noviembre: Entre la rutina y la realidad que no queremos ver



 

Noviembre avanza con sus días grises y nos envuelve en una rutina que parece anestesiarnos. Mientras tanto, los medios nos bombardean con escándalos políticos, con dirigentes que manejan el poder sin ética, y nosotros, acostumbrados, seguimos callando. Solo importamos cuando hay elecciones, cuando nuestros votos son la moneda de cambio.

La subida de los alimentos es colosal, pero preferimos mirar hacia otro lado. Nos hemos olvidado de protestar. Y, como si nada, noviembre se convierte en la antesala de una Navidad que ha perdido su espíritu: una fiesta reducida al consumo, a cenas imposibles, a regalos que desafían economías recortadas.

 

En cada municipio se organizan actos y más actos, como si la sociedad necesitara estar ocupada para no pensar en la cruda realidad. Pero de lo verdaderamente importante apenas se habla: enfermedades venéreas, drogas que se venden en cualquier esquina, jóvenes y mayores atrapados en papelinas. Todo se normaliza, todo se silencia.

 


Mientras tanto, la falta de lluvia amenaza los campos manchegos y la gripe aviar encarece hasta la humilde tortilla de patatas, convertida en un lujo. Y en las ciudades, las palomas invaden tejados y plazas aceras, los perros y sus dueños ensucian calles, y nosotros seguimos practicando un “buenismo” que endulza lo que no debería ser normal. Pero lo más doloroso está en las residencias: lugares donde los mayores esperan la muerte, cuidados en el cuerpo, pero abandonados en el alma. Nadie quiere hablar de ello. No hay tiempo para los viejos; hay que atender al gimnasio, a las carreras, a los clubes. Cuando nos toque, ya sabemos dónde iremos: a morir bien cuidados, pero solos.

 

Esta es la sociedad que hemos construido: llena de palabras bonitas y vacía de humanidad. Noviembre nos lo recuerda, aunque no queramos verlo.

Noviembre: entre la luz y la sombra de nuestros deseos

Los días soleados de noviembre nos hacen esperar el frío, las nubes y, por qué no, la nieve. Soñamos con que caiga, porque sabemos que “año de nieves, año de bienes”, y lo necesitamos para compensar tantos silencios y dificultades acumuladas.

Sin embargo, mientras miramos al cielo, también miramos hacia dentro y descubrimos una inquietud: buscamos la felicidad y parece que nunca la encontramos. Lo conseguido no nos basta. Queremos más y más, como si la vida fuera una película y nosotros actores empeñados en interpretar un papel que no nos pertenece.

Nos resistimos a aceptar el paso del tiempo. Pagamos para no parecer mayores, aunque los años se sumen. Buscamos nuevas sensaciones porque lo que tenemos no nos llena. Hay una anomalía que nos impide ver lo que somos: personas con carencias, con necesidad de ser amadas, más allá de brillar socialmente o lucir un físico perfecto.

Vivimos corriendo tras guiones que no son verdaderos. Y noviembre, con sus flecos de tristeza, nos recuerda que estamos hechos para el amor. Amar es darse y comprender, aunque eso nos obligue a vivir de otra manera.

Los niños y los mayores deberían recuperar su lugar en las familias. Necesitan tiempo, atención y generosidad, porque son etapas donde la humanidad se muestra en su esencia y construye civilizaciones estables. Quizá ahí esté la clave: volver a lo simple, a lo auténtico, a lo que realmente importa.

 

                                                                                Natividad Cepeda

 

sábado, 8 de noviembre de 2025

Sedientos montes manchegos

 


 

Por fin cayó la lluvia anhelada, y la tierra,

sedienta, bebió cada gota como un milagro.

Llovió, y nosotros, con los paraguas

abiertos, parecíamos invocar al agua

para que no nos abandonara.

Dicen que en el monte los colores han mudado,

aunque los humedales y los ríos

siguen sin despertar de su letargo.

Nos faltan lluvias, y sentimos en la piel

la misma aridez que oprime nuestros campos.

Llovió, sí, pero hoy el sol regresa altivo,

coronando el cielo, y apenas quedan nubes

que prometan nuevas caricias de agua.

Es noviembre, otoño en mi tierra manchega:

pobre en agua, rica en belleza,

exultante en su desnuda verdad de siglos.


Natividad Cepeda