viernes, 25 de febrero de 2022

Ucrania paginas de guerra y muerte de nuevo en Europa

 


No puedo recordar la hora exacta  en la que mi hija residente en Berlín me dijo hace  días que fallaba el Internet a causa de Rusia en ataque de guerra no solo con el armamento también con las comunicaciones. Los corresponsales de las cadenas de radio y televisión  han venido informando de la eminente guerra provocada por Rusia y a la mayoría de nosotros percibía que nos quedaba lejos. No así a las familias que tenemos hijos en el extranjero y por ello si mantenemos mucha atención a la nefasta noticia. Hoy en esa página del día el corazón se ha estremecido ante la cruda realidad de la guerra. Y han ido brotando las palabras desde esas alacenas de las hondas donde casi todos nos sumergimos. Todo ha sucedido rápido y de pronto las imágenes y las voces de nacionalidad ucraniana residentes en España han surgido llenas de angustia por su país y los suyos.


Desde mi soledad he pensado en aquellas palabras escuchadas en mi infancia acerca de las cicatrices dejadas por la guerra, la hambruna y la miseria y el miedo a las bombas con el rastro de muerte y destrucción que dejan. 

De nuevo he creído escuchar  las historias familiares de las personas que convivieron con ellos evacuados de Madrid y acogidos en sus hogares, casi todos madres con niños y abuelos huyendo del Madrid sitiado. Refugiados que fueron acogidos ignorando la palabra solidaridad  incluso cuando en las familias tenían sus hombres en el frente o camino del temido frente. La quinta del biberón y la quinta del saco, llamados los primeros por su juventud y los últimos por haber cruzado la cuarentena. De aquellos hombres movilizados muchos de ellos no regresaron y yo escuchaba como las mujeres contaban su pérdida con una voz de ausencia y viento lejano.


Hoy mi hija me ha llamado y me ha pedido orar por unos amigos residentes en la ciudad de Lutsk. Preocupada y angustiada   me ha referido que la familia, el matrimonio y dos niños de corta edad además de los padres estaban refugiados en el sótano de su casa, que escuchaban el ruido de las bombas y que en las calles había muertos sin poder recogerlos. Que tenían preparado lo imprescindible para ponerse en camino enseguida que cesaran los bombardeos y que les pedían ser recibidos como refugiados de conflicto de guerra. Le suplicaban que lo hicieran oficialmente porque temían que de un momento a otro se quedarán sin poder comunicarse por estar destruyendo las antenas para impedir los contactos con los países libres europeos.  Mi hija me decía que escuchar hablar con ruido de armas y estruendo de paredes caídas a pesar de estar en el sótano ha sido una triste experiencia. Y reconozco que escucharla a ella poniendo nombres a personas determinadas y cercanas no ha sido lo mismo que escucharlo en las noticias dadas por lo medios informativos.


El carnaval se anuncia y se decreta con esas ganas enormes de salir de tanta oscuridad de la muerte y la enfermedad por culpa de la pandemia. Culpa, si. Así lo he escuchado en demasiadas ocasiones como queriendo encontrar una verdad de porqué ha sucedido.


Pero en este tránsito del olvido de lo malo y de lo triste está la muerte en las calles de Ucrania. Viene el dolor, una vez más, de la impotencia de no poder parar la maquinaria de la guerra sintiendo la impotencia de ser ciudadano de a pie, anónimo, asistiendo a ver como la ambición de un tirano destruye la vida inocente de muchos seres humanos que solo quieren vivir en paz.


Metralla y escombros.  Que poco vale una vida cuando las armas escupen muerte. Siento en mi lengua sabor a fracaso.  Hay en el aire de la vieja Europa ese idilio terrible de hacer morder el polvo a los europeos,  cualquier iluminado que  surge con infulas de feudalismo retrogrado, ahora Vladimir Putin y los que lo apoyan. Que se cree invencible, bogado y ex agente de la temible KGB.  Después de convivir con la pandemia a día de hoy también tenemos que soportar la vanidad y ambición de un nuevo Caín  en esta comedia social  atravesada por  el fracaso de Occidente en su economía y en los valores que ha perdido por lo que en demasiadas ocasiones pierde su timón y su norte.


                                                                                            Natividad Cepeda 

    

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