lunes, 23 de noviembre de 2020

Repasando lo acontecido en éste tiempo de pandemia

   

Ayer el sol  calentaba las paredes heladas de un domingo de noviembre de mi pueblo manchego. Aquí no hubo manifestación en contra de la Ley Celaá saliendo caravanas de coches  en contra de esa Ley que agrede el pensar de millones de españoles.

En la capital de mi provincia si salieron los coches a la calle a protestar y me dijeron que se optó por sumarse en la capital para sumar fuerzas. El domingo 22 de noviembre el clamor fue casi unánime  en esta España empobrecida y donde la gente se siente olvidada y arruinada. Nos callamos. Se calla el personal por miedo a la pandemia y a juntarse y contagiarse de este maldito virus que sigue sembrando muerte, no solo de ancianos también de jóvenes y algunos niños. Niños que en estos lares nuestros no podemos perder porque nos faltan en la estadística fría, no solo en España, también en esta Europa acomodada y egoísta que ha tirado por la borda del olvido los valores por lo que fue respetada, admirada y hasta en ocasiones odiada porque denunciaba lo que estaba mal.

Aquí en mi pequeña ciudad, donde casi todos piensan que son el ombligo del mundo, los domingos aún una parte importante asistimos al templo para seguir la misa del domingo. Es casi un milagro que en mitad de esta niebla que nos nubla nos acerquemos a orar comunitariamente sin temor a los reglones que soterradamente persiguen la liturgia de los cristianos de muchos lugares del mundo.

No es levedad acudir a la iglesia, pequeña en dimensiones, si se compara con la catedrales, pero lo maravilloso es que el templo, ahora con un aforo restringido, se llena de creyentes de todas las edades. Buscamos esa gracia que nos deje paz a pesar de tantos desatinos e incertidumbre. El domingo pedimos por  los que nos gobiernan porque esa inhumana Ley de la ministra Celaá, se consiga pararla. No duelen los miles de niños que se quedarán sin la asistencia adecuada si cierran los centros de educación especial… Y los miles de colegios concertados de pueblos y ciudades adonde nuestros niños y jóvenes asisten.

la cuestión elemental es que la mayoría son con ideario católico y son elegidos por familias creyentes por lo que el cierre es cuestión de ideología y no de mejorar la educación, y mucho menos de ahorrarse euros, ya que esa escuela le sale al estado español más económica que la pública.

En esta niebla que nos nubla los ojos está eliminar el castellano como lengua vehicular…Tamaño error  a quienes perjudicará será a las clases más bajas y desfavorecidas de España que residan en las comunidades separatistas, ya que el catalán y el vasco solo lo hablan unos escaso miles de ciudadanos y nadie, fuera de sus territorios, ni lo hablan ni leen. Es más, hace algunos años en una ciudad catalana se quejaban unos jóvenes de ignorar la lengua cervantina por lo que temían salir al extranjero con el equipaje gramatical del catalán.

Cuestiones elementales todo lo expuesto y que sin hacer comparaciones de los millones parlantes en el mundo que hablan español, está visto, en éste momento, que solo las clases pudientes  son las que sí educan a sus hijos en colegios privados y hablando correctamente el español. No así, las clases populares, que les es imposible acceder  por el coste elevado que no pueden pagar. 


 

Precisamos para cruzar por la vida un buen timonel, y ahora vamos a la deriva. Así lo escuché al salir de la misa dominical en un grupo de  gente reunida en la acera del sol.  Una mujer relataba que ella había pasado el coronavirus y  con voz  angustiada decía como en marzo pasado, estando ella ingresada, había visto morir a personas en el pasillo del hospital, sentadas en una silla porque faltaban camas y enfermeros y médicos, para atender a tantos contagiados.

Habíamos rogado por casi todos los problemas acuciantes que estamos padeciendo, el desempleo, la pandemia, por los políticos para que acierten y legislen en favor de nosotros, los de abajo, porque somos como un árbol. Si el árbol carece de raíces fuertes se vendrá abajo, y si las tiene sólidas, el árbol aguantará fríos y tormentas, vendavales y calimas…Escuchado recordé un árbol que hay en un paseo de mi pueblo, grande como una torre y fuerte como un castillo, por la envergadura de su copa. Sus raíces amplísimas asoman afuera y es bello contemplarlas porque  en esas raíces está la sabiduría de la naturaleza.

Fugacidad humana alimentada de soberbia apisonando derechos y libertades en éste principio de siglo XXI donde una vez más la persona  poco importa frente al poder y el dinero.

 

Natividad Cepeda

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