Es
tan encantador soñar que al no poder hacerlo es posible que algo se nos haya
roto en la música interior del corazón. Soñar es tocar o percibir la magia de
lo que queremos alcanzar aun sospechando que es casi imposible conseguir. Soñar
es ver la Tabla Redonda rodeada de aquellos puros caballeros con un rey Arturo
justo. Soñar es ver cabalgar al héroe de Mío Cid en pos de la justicia sin
importar perder fortuna y ser lanzado al destierro. Soñar es creer en el
milagro de los gobernantes que prometen paz, prosperidad y respeto por la
justicia sin favoritismos ni cargas sobre la espalda de sus pueblos. Pero
cuando se suman años y conocimientos
diversos los sueños carecen de cielos
azulados y anocheceres de mágicos destellos de las altas estrellas.
Estamos
empezando julio de 2020 entre la
frontera del miedo al contagio y la muerte del Cobit19 y la desazón de cómo
sobrevivir por los corredores de todas las profesiones, salvo la política, que carece de precariedad. Reconozco que
jamás tuve peores pesadillas al imaginar subsistir en esta España de mis
pesares y alegrías. Años atrás el muro
de nuestras lamentaciones no estaba tan poblado y teníamos fe en los partidos
políticos del pasado. La mentira e insidia que nos tiene amargados y
perjudicados a casi todos los niveles, solía desvanecerse con el paso de unas
elecciones a otras, regresando así a recuperar la ilusión en nuestra joven y
querida democracia.
Volver
a soñar ahora es casi imposible porque nuestros sueños son de a ras de tierra;
poder vivir sin ir al comedor social o religioso, cobrar el ERE o ERTE, esa
prestación originada por desempleo porque no hay trabajo; y además que se cobre
de verdad. Soñar así es perder los sueños. Es regresar a un tiempo de miedo
inmisericorde a través de los días actuales.
Andamos
por sendas de soledad absoluta atendiendo con todos los sentidos a la
supervivencia a campo abierto y a ciudad amurallada de inseguridad. No lo
decimos en voz alta pero estamos amedrentados porque la situación actual nos ha
cogido desprevenidos y casi sin esperanza de arreglo. De pronto vivimos una
barbarie inhumana, se ha perdido el respeto a todo aquello que rige la
civilización. Sí, la barbarie se instala cuando se pierde la cultura e ideas
sobre creencias que nos han hecho evolucionar en conocimientos diversos, desde
el pensamiento a los avances científicos; al respeto a toda vida, desde el
nacimiento a la senectud. Y calladamente hay un miedo primario e inconsciente.
Percibimos
que algo no funciona. Se perciben en todas las capas sociales. Es una marabunta que acomete las fibras más
sensibles, no solo de aquellos que están predispuestos a alborotar, animados
por exaltados líderes; no, es ese miedo a la intemperie de perder el techo y la
comida. Traducido a la inestabilidad en sanidad, educación, impuestos y
prestaciones sociales que no pueden paliar
el daño moral que se siente.
Natividad Cepeda
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