martes, 3 de marzo de 2020

Hallar a Dios en la gente


En medio de la gente a veces no sé muy bien quien soy. Cuando intento comprender algunas opiniones escuchadas en medios de información con el afán absoluto de manejar mi opinión, me pregunto para qué, si las soluciones más sencillas no se resuelven nunca. Si tuviéramos conciencia probablemente acertaríamos para bien de todos. Pero parece ser que la conciencia es mera herramienta para alcanzar los propios fines sin pensar en los ajenos.

La desdicha del ser humano es ignorar nuestra propia vulnerabilidad tan evidente cuando se nos presenta lo inesperado, por ejemplo el coronavirus. De pronto los planes se han abandonado y el miedo a morir nos hace pequeños y frágiles en este mundo globalizado tan poderoso y lógico.

ajenos Y de pronto recuerdo una afirmación de Stepen W. Hawking, cuando escribe: “Dios eligió la configuración inicial del universo por razones que nosotros no podemos esperar comprender”. Afirmación bien planteada porque si a fecha de hoy no se he resuelto el hambre que extermina a millones de personas a pesar de mostrarnos, ahora en imágenes esos niños famélicos, cómo vamos a comprender eso otros espacios  científicos, salvo que la fe, de los creyentes, admita que Dios es mucho más que cualquier ecuación.

La tragedia, nuestra tragedia humana es no saber desarrollar el bien común para lograr ese beneficio autentico para así evitar situaciones siniestras y antagónicas. Con bellos razonamientos se nos explica el beneficio de la muerte voluntaria, tan fácil como tomarnos una pastilla y partir sin dolor ni sufrimiento. Y ante esa nueva vereda por donde  caminar la polémica inicia su camino de desacuerdos. Y, ante las críticas en contra de la muerte programada, se suceden opiniones radicales, casi siempre, exentas de amor hacia nosotros mismos.
Porque si es tan maravilloso morir  para evitar sufrir ¿para qué soliviantarnos ante el coronavirus o cualquier otra pandemia que nos evitará problemas de convivencia?

No es lo mismo llamar que salir a abrir, nos dice el refrán.  La vida de los otros no importa, sobre todo cuando hay que cuidarlo y protegerlo porque ha envejecido o porque desgraciadamente está enfermo. Motivaciones éstas, exentas de humanidad. El dialogo en torno a este tema está en punto muerto. Tan muerto como el aborto que ha conseguido que tengamos una Europa vieja, egoísta, caduca y enfrentada a los problemas de hace un siglo, extremismo ideológico que no es el mejor camino.

La vida es pluralidad desde su comienzo hasta su final y solo Dios, es quien la regula, nos guste o nos enfurezca. Todos nos olvidamos de lo extraordinario que es la vida en cada una de sus manifestaciones. La vida creada para respetarla, desde un grano germinado de trigo hasta el aliento del que lucha por vivir. Y nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a mancillar y destruir ese derecho de la Creación. Y si los matices son creer en Dios o en negarlo, en ese dualismo solo queda respetarnos, porque si yo como creyente no puedo demostrar que a Dios lo siento y creo en su existencia, el ateísmo, no puede demostrar su no existencia en la creencia de la divinidad.

Toda vida es un eslabón en medio del universo. Yo creo en Dios porque así me lo trasmitieron mis antepasados y con esa creencia el respeto al mundo conocido. Promocionar la muerte es talar el futuro de los que nos precederán. Franquear la convivencia se hace cuando miramos a la gente y en ellos nos vemos reflejados. Yo he hallado a Dios en gente desconocida que me tendieron su mano sin yo pedirla.


                                                                               Natividad Cepeda


                   Publicado en Cuadernos manchegos    Natividad  Cepeda | Tomelloso | Sociedad | 27-02-2020

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