martes, 10 de septiembre de 2019

Francisco García Pavón pluralidad en el devenir del tiempo


 El tiempo desdibuja  lo que fue real, similar a los castillos de arena de la playa que el mar borra quedando lo que capto una fotografía sin esa instantánea nadie lo recordaría. El aliento de los creadores en su faceta personal se olvida quedando para el gran público sus obras. Ha vuelto a los medios de comunicación y culturales el escritor Francisco García Pavón, en la conmemoración del centenario de su nacimiento por la celebración de esta efemérides se escribe y dan conferencias sobre su personalidad y obra literaria. Se han vuelto a reeditan sus obras completas. Dentro de la espiral de ese recordatorio todo es válido. Y todos aseguran haber leído al escritor tomellosero, nacional e internacional por lo que escribir sobre él y su legado literario es bien recibido.
La primera novela que leí a mis once años en las horas de siesta fue, Cerca de Oviedo, de Francisco García Pavón; libro que figuraba en el armario biblioteca del despacho de mi padre. Un libro  que me hizo preguntar por el autor al que conocí en el Casino de San Fernando de Tomelloso, situado junto a la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora: Casino adonde los domingos iba con mis padres por ser lugar de reunión con los amigos y centro de la sociedad rural de Tomelloso. Allí los niños jugábamos al parchís automático, comíamos cortezas y patatas fritas,  bacalao rebozado recién hecho en la cocina del casino. En verano mientras los mayores hablaban sentados en los veladores de la terraza del casino, los niños correteábamos por entre mesas,  sillas y la explanada de la iglesia. Fue allí donde mis padres me dijeron quién era el escritor de la novela que yo había leído…
La vida es un bulevar increíble que desborda por los personajes que desfilan por él. Y en ese bulevar tomellosero  vi pasar los años al escritor  con el que jamás hablé, porque a pesar de que me encontraba con su mirada penetrante al coincidir comprando el periódico en la tienda popular de Quinito, los que comprábamos prensa, y en la plaza bulevar del casino y la iglesia, donde él paseaba solo, al caer la tarde y llegar la noche, mi respeto hacia el personaje y mi timidez me lo impidió. También muchas noches, a través de los años,  lo vi con su  amigo Manolo Perona, camarero del casino, al que yo saludaba porque lo conocía desde la infancia; hombre educado y culto, amigo de mi padre y de Francisco García Pavón. Los dos  paseaban en la plaza solitaria dialogando pausadamente y con los que al cruzarme, alguna vez Manolo, me preguntaba por mi padre, cuando llevaba algún tiempo sin verlo por el casino. Con ellos me paraba unos minutos y en la mirada de Paco García Pavón, siempre había destellos de sonrisa  a la manera de la Mona Lisa. Los dos nos conocíamos. Y es que a  veces el lenguaje de los gestos dice mucho más que las palabras. El tiempo  nos devuelve la memoria al socaire de los recuerdo. Son tantos nombres los que han pasado y tantas las bajezas y grandezas las que se han vivido… Tantas las que no se cuentan y las que se exageran, omiten y se inventan…
Se celebra un centenario y en el oleaje de las pequeñas historias todos se apuntan alardeando de conocer al escritor y su obra. En esas acechanzas todos son versados sobre los libros publicados del escritor. Y todos, viejos y jóvenes presumen de haberle conocido. Los que compraban el periódico en la “tienda de Quinito” repleta de prensa y coincidían con el escritor con los que hacían cola para sellar las quinielas del futbol, jamás intercambiaron palabra alguna con él. Ni él con ellos.
Mientras el rodaje de la serie de Plinio por las calles de Tomelloso, en las idas y venidas de los actores y figurantes locales tampoco levantó demasiada expectación. Recuerdo que en la calle Belén – llamada ahora, Rvdo. D. Eliseo Ramírez -  en frente de la calle Galileo, había un estanco: el estanco de Pedro Borlas, donde además de tabacos se vendían sobres, cartas, lapiceros, borradores, sellos de correos y algunas otras cosas que la vecindad de esas calles solíamos adquirir con asiduidad. Entre descanso de rodajes era normal ver paseando tranquilamente  a los actores Antonio Casal (Plinio) y Alfonso del Real (Don Lotario), incluso pasar a comprar al pequeño estanco donde coincidíamos con ellos y donde de la manera más natural intercambiaban algunas frases con el estanquero y  los parroquianos; sin fotos ni aspavientos. En la misma acera, fachadas después  había una tienda donde se vendían hilos, cremalleras, medias, calcetines y se cogían puntos a las medias por las dependientas de Lola Merlo. Tienda de clientela femenina y donde cuando el rodaje se iniciaba molestaba un tanto a los dueños de las tiendas porque se cortaba el tráfico y  bajito y a regañadientes musitaban que ya podrían rodar cuando no molestaran a las horas de trabajo. Y curiosamente casi nadie había leído los libros de Francisco García Pavón, confesándolo sin culpa alguna. Los más viejos referían que su familia  habían tenido la fábrica de muebles del Infierno, y que su mujer era hija de Angelito Soubriet, que había tenido una ferretería y vivía junto a la iglesia enfrente de la farmacia de doña Luisa: y el personal miraba al vacío como haciendo memoria de todo aquello y alzaban las cejas o subían los hombros en silencio con lo que con aquella explicación quedaba todo aclarado.
Fue después cuando la televisión empezó a emitir la serie Plinio que algunas gentes empezaron a buscar libros del autor del pueblo y a presumir de conocerlo. Luego pasó  la serie y salvo los intelectuales del pueblo casi nadie hablaba de él. Es tan cierto como que cuando paseaba por la plaza o compraba la prensa nadie le decía nada. Recuerdo que en un almuerzo en Madrid  en homenaje al poeta Leopoldo de Luis, al despedirme y felicitarlo me sonrío y dándome los gracias me dijo; “En la escalera de mi piso casi nadie sabe de mí, y en mi calle nadie me conoce”. Desde aquél lejano día pienso que  es triste que a los muertos se les conozca y no a los vivos. Porque el novelista García Pavón  amaba su lugar manchego: Y así quedó plasmado en la entrevista que le hizo José Vicente Ávila en Madrid  en febrero de 1973. Dijo:
“Mira, ya empiezo a estar cansado yo de tanto Quijote, de tanto Sancho y de tanta Dulcinea. Esto ya es un abuso y un folklore. Ahora todos los pueblos de la Región dicen: “Esta es la tierra de Cervantes. Por aquí pasó y tal y cual. Me gusta “El Quijote”, claro. Pero le doy más importancia a la manera de ser de la gente, su sencillez, el paisaje, esa condición de tierra inocente y descentrada y quizá un tanto humillada. A la Mancha nadie le ha hecho caso.”
Dolor expresado del hombre definido por el extraordinario escritor.
 Pues sí, es tierra donde no se queda nadie. No se quedaba nadie antes,  ni se queda ahora tampoco. El turismo va a Andalucía, Madrid o Levante. La Mancha la utilizan para mirarla con la mano encima de la frente, para echar un sueño hasta llegar al paisaje más ameno a las ciudades más divertidas. Somos la tierra más universal de España, pero donde nadie se para.  A la Mancha va el que tiene una curiosidad intelectual o por cuestiones de “El Quijote”. Es una tierra difícil para irse allí a darse la vida bomba.”
Cierto que es duro vivir aquí, ayer, y también hoy, con la despoblación actual.
Se le quedó sin cumplir el sueño de la película sobre su personaje Plinio para sacarse la agridulce herida de los comentarios que sus paisanos hicieron sobre la serie, al verse reflejados y no gustarse. Ocurrió, aunque ahora pasados los años nadie lo recuerde ni quieran sacarse a la luz.  Libros, crónicas, artículos y algunas definiciones escritas que lo definían como un señorito de pueblo; fue un intelectual estudioso de lo que le rodeaba y veía. Un escritor y notario de una época y un pueblo. Hijo de la Mancha geográfica, conocedor de que la Mancha política no era la real. Cuando se lee con parsimonia su legado literario sin otra búsqueda que el encuentro con el creador y su idiosincrasia,  se atisba  el alma que subyace en todo los que nos dejó. Madrid fue su otro lugar, la corte de los cafés y las conferencias, de las editoriales y los contactos donde darse a conocer para ser respetado y admirado entre los paisanos porque ser profeta en la tierra de uno no es fácil ni regalado. Con la celebración del centenario de su nacimiento a Francisco García Pavón se le devuelve su notoriedad y las generaciones de niños y jóvenes escuchan y escriben sobre el escritor desaparecido, aunque lo verdaderamente importante es obligar a leer su obra en las aulas.
La pluralidad de García Pavón es magnitud por la extensión de su obra por lo que no se le puede sintetizar de forma breve. Su capacidad literaria trasciende el límite de definirle como novelista ya que abarcó géneros literarios diversos. Tampoco el lector que escrudiña al autor le es ajena su personalidad, atrae porque define sus ideas y el marco histórico donde transcurrió su vida. Y es entonces cuando el carácter  del escritor se nos revela sin artificio encontrando en sus libros retazos biográficos donde, Francisco García Pavón, es narrador universal en el devenir del tiempo donde todo fluye dándose el encuentro entre el lector con el autor sin límites de fechas.


                                                                            Natividad Cepeda
Escritor: Francisco García Pavón nace en Tomelloso (Ciudad Real España) el 24 de septiembre de 1919 fallece en Madrid el 18 de marzo de  1989. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid. Profesor en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Novela, Ensayo, Cuentos, Crítica Teatral, Crítico Literario. Novela Policiaca  y Ciencia Ficción.   Premio Nadal y de la Crítica entre otros premios.


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