martes, 2 de septiembre de 2014

A mi Señor: Don Quijote de la Mancha.



         Mi Señor Don Quijote:
                                             Habéis de saber que jamás tendré otro caballero que no seáis Vos. Lo reitero en ésta carta que comienza sin fecha ni día, porque todo el amor me irrumpe como un campo de amapolas en mayo.
Todos saben que mi nombre es Dulcinea; dama de mi señor, al que también se le conoce como el Caballero de la Triste Figura, el mayor defensor de los oprimidos, el único idealista que no se cansa de cabalgar por encima del tiempo para imponer justicia allá donde no la hay. Vos, no ignoráis que solo nací para amaros y ser amada por vos. Sin vuestro nombre en mis labios mi existencia no tendría razón de ser. Los dos nos hallamos en el espacio sin tiempo terrenal, inermes ante la profunda sed de nuestro amor. Dicen los muchos viajeros que sois un loco echado a los caminos para desfacer entuertos, que de tan locura estáis llenos que se duda de mi existencia. Pero mi señor; los rumores de nuestro amor se extienden como polen y son muchos, -mujeres y hombres- los que nos envidian.

Tú eres para mi distancia y tiempo de geografía dilatada, y se condensa mi amor por detrás de la tarde y, fugitiva de lo que me rodea me interno en tu voz y en tu figura concreta y masculina.  Así, te imagino cansado, detenido al repecho de un derrumbado hastial, mientras nuevos y jóvenes lectores dejan sus libros de texto y leen tus aventuras.
Yo en estos días de comunicación desorbitada y febril, donde la prensa, destaca las muchas muertes de mujeres a manos de malos hombres, me refugio en tu conmovedor amor y cierro mis ojos para guardar dentro de mi soledad vuestra mirada.
enamoré del azul transparente de las tardes manchegas hace ya mucho tiempo: dicen que la Mancha es un mar de llanura por donde los sueños navegan...
Así, como perdida, me quedo desmigando nuestros muchos naufragios, mirando la ciudad con los muchos rostros que en ella deambulan. Todo cabe entre sus paredes y sus calles, el deseo de recibir una caricia sin testigos, así, frente a la tarde que adolece de luz. Y en el juego de luces crepusculares dejar que vuestra ausencia se desvanezca, y me asistan vuestras manos, su tacto  y su temblor sentirlas por mi piel  como una procesión de estrellas primerizas. Por eso ahora turbada, llena de eternidad y de misterio escribo esta carta empapada de tiempo.

Tiempo cosido a tus aventuras, a la inmensidad de tus hazañas, a tu doliente grito enfrentado a tanto malandrín que puebla nuestro mundo, y nos mancha la dignidad, y nos ensucia  la alacena cuando desde la televisión nos dicen que la sangre de un cuerpo de mujer a vuelto a oscurecer el sol.
Yo que solo por vuestro amor fui llamada bella, emperatriz y señora, princesa y dama a la que desde entonces cantan los trovadores y poetas, os escribo desde la niebla de los días, entre este jirón de vida que nos asiste, y nos hace coincidir en este nuevo siglo, para así demostrar que los milagros aún son necesarios y precisos, porque sin ellos el camino al futuro sería un triste funeral, una tumba donde ni la yerba crecería porque se me hiela la sangre ante  tanta miseria y destrucción.

Mi buen amor, mi señor, don Quijote en estos días os digo que me siento como un ángel sin alas, roto, y cubierto de sangre que me llama y reclama, que os suplique, que por Dios, vengáis de donde estéis a defender a tantas pobres mujeres maltratadas, ultrajadas, vejadas, violadas, asesinadas como si el fruto de aquella manzana primigenia aún nos pasara cuentas...
Sé que solo vos, defenderéis a esas damas sin hacerles preguntas, sin repasar sus vidas, sin pensar que alguna se lo tenía merecido. ¡Oh, Dios! no sé,  las que ahora están amenazadas dónde podrán hallar cobijo. No lo sé, y me siento yo misma por ellas perseguida, y me duele la memoria de pensar en tantos nombres olvidados, y me tiemblan las manos cuando rezo por ellas...
Por eso mi señor don Quijote, os escribo esta carta, que sin fecha ni dirección os mando, para así calmar mi dolor y mi impotencia, y siento que por mis venas galopan el miedo y el dolor que junto a mi corazón llora por tanto amor asesinado. Cuando la recibáis, Señor Hidalgo, no dudéis en volver del más allá, las damas de hoy en día os reclamamos vuestra ayuda, y no es que todos los hombres sean malvados y perversos, no señor, pero algo de valentía y de coraje, sí que les falta para de una vez por todas acabar con  tantas muertes y hacer causa común y no mirar para otro lado...


Venir mi amor para que dejen de haber ángeles negros en los labios que hoy, llevan y hay sólo frío. Venir para dejar en las manos de las mujeres ramos de flores. Flores que sean recibidas por ellas, como tributo de amor, y no que sean flores de mortaja y de adiós.
Llegar para que esta arisca realidad termine, para que en la besana de la vida el luto no se convierta en algo cotidiano. De verdad mi Señor, que ahora más que nunca necesito vuestros brazos, dejarme abandonada en vuestro pecho, escucharos, hablar, y comprender, que la nobleza de la estirpe masculina aún persiste, porque quiero volver a amar y en el rellano de mi sangre no sentir la violencia de la muerte; sentir que el amor es poderoso y que gracias a él  los buitres infernales del crimen  se disipan.
                                                                             Al borde de vuestro amor y mi esperanza esta mujer a la que llaman Aldonza y Dulcinea os espera.
                                                                                                          
           
Febrero, mes de la fiesta del amor, del año de gracia de 2004

                                                                                                                 Natividad Cepeda



Hoy a primeros de septiembre del año 2014  las muertes de mujeres asesinadas  en demasiados pueblos y ciudades del mundo conocido continúan. Son asesinadas mujeres en Europa,  América del Norte y del Sur, Asia, África… y  maltratadas, castigadas y ultrajadas en todos los países donde no hay Derechos Humanos amparados sus jueces y gobernantes en leyes inhumanas y fanáticas. Por cada una de esas mujeres asesinadas mi plegaria y mi recuerdo con el dolor de que cuando escribí esa carta que fue premiada en un certamen literario pensé, equivocadamente, que diez años después la muerte de las mujeres asesinadas habría terminado. Por todas y cada una de esas víctimas debería volver mi Caballero para salvarlas del exterminio. Amen.


Arte digital:  N. Cepeda

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