lunes, 16 de septiembre de 2013

Septiembre en el lagar

                                       

 Se despide el verano por las tierras manchegas con sabor a chocolate y buñuelos calientes, de las ferias de pueblos y ciudades de esta región enorme que se mira así misma sin que a nadie le importe demasiado.
Como pájaros del otoño que llama a nuestra puerta vuelven a las aulas los niños arrastrando mochilas con sus risas de vida y sus voces alegres. Los profesores después de los exámenes de septiembre repartiendo aprobados y suspensos, abren agendas y miran el futuro con cierto nerviosismo en palabras y gestos. Y los universitarios comprueban lo escuálido de las rentas paternas sumadas a los conflictos laborables que se han asentado por todos los confines familiares.

En los pueblos con raíces de cepas vitícolas ha empezado a oler a uva trasegada. El ciclo de la vida se cierra en el otoño con la muerte del fruto bendecido por Dios. Las uvas; nuestra ancestral sangre bíblica y milenaria son nuestro particular vellocino de oro, también hoy en tiempos de miseria y crisis añadida. Los campos de La Mancha son campos alzados al sol de la besana, repletos de esmeraldas bruñidas y copiosas de vides muy amadas.
Aquí nada nos ha sobrado nunca. Lo que hemos logrado es gracias al tesón de hombres y mujeres herederos de una casta que se dobla a la tierra, y doblados trabajan sin descanso desde tiempos antiguos. Ignoro, si de verdad las manos, nos nacieron primero en el útero materno o fueron los sarmientos los que nos dieron los dedos y los brazos para atarnos al cuerpo de la madre y la tierra.

Cuando llega septiembre el aroma se adentra en las venas del cuerpo y respiramos mosto en vez de aire y otoño. Escribo lo que siento, lo que llevo en arterias y alma, aquello que he mamado desde antes de ser yo engendrada. Relato la pasión que nos une a esta tierra tan áspera, tan dura y tan esquiva para darnos los frutos con los que hemos de vivir año tras año, siglo tras siglo, siendo todos nosotros anacoretas oriundos  desde un confín eterno.
Y todo se realiza como si fuera tan sencillo como beber un vaso de vino y trajinar con él en la cocina, añadiéndolo a carnes y pescados para darles sabor, y degustar alrededor de la mesa, la comida familiar y fraterna con el bendito néctar arrancado a la tierra.

El vino, nuestro vino, ha sido siempre compañero de la casta familiar. Desde antaño las abuelas, ancianas venerables, nos lo daban mojando una cata de pan blanco de cruz en vino, añadiendo azúcar espolvoreada, sabedoras de que aquél alimento aumentaba la fuerza  y nos daba energía. Jamás nos convertimos en alcohólicos los niños, ni tampoco lo fueron las sabias guisanderas que ablandaban la carne de cordero con vino, dejando en la mesa al mediodía la rica vianda elaborada. Con mosto elaboraban el arrope; postre para el invierno y con mosto la mistela servida en celebraciones festivas… Tiempos de amor a la vendimia de colgar en los porches las uvas doradas para comerlas en las últimas campanadas del año viejo que moría… Tiempos que nos han dado la riqueza de salir adelante con vinos señoriales, ilustres viajeros que nos preceden en tierras lejanas europeas, y de otros países y regiones. Vinos que nos dan cobertura firmando alianzas para continuar apostando por un futuro próximo, incluso cuando otros negocios se han vuelto esquivos  y también fracasados. 


Septiembre en Tomelloso es un lagar inmenso. Grande desde la pequeña extensión de su término. Hermano de otros pueblos que vendimian y viven debajo de este cielo. En el lagar redondo de la cooperativa mayor de nuestra geografía, comí el once de septiembre gachas de titos, o de  almortas, y migas de pastor y gañan, junto al vino, el chorizo y el pan redondo de cruz, ahora pequeño y sibarita, que junto a los cubiertos nos dejaban al lado. Comida de rufianes, que dirían los clásicos del Siglo de Oro español: pintores, músicos, poetas y narradores,  periodistas y fotógrafos de cámara y reportaje gráfico. Sin faltar los que sacan a escena en ventanas de plasma, la vida en tabletas y videos. Afuera el sol de la Bodega  y Almazara Virgen de las Viñas, besaba los lagares abiertos que recibían los primeros remolque de uva de esta cosecha, escasa en dulzor y grande en esperanzas.


El vino, presente, nos unía. Bridábamos, sin saber que lo hacíamos, por la vida y la tierra que guarda a nuestros muertos y nos da abrigo y alimentos. Todo estaba allí; las manos callosas de los agricultores, las de las madres y niños que empuñan lapiceros, también las que crean el arte en los lienzos en blanco. Afuera el Museo Infanta Elena, convivía con el aroma primero de las uvas…Magia o el sueño de un hombre que nos deja su rastro en las cepas y el arte. Confundido entre los últimos días del verano el hombre camina por el pueblo. Es uno más que cruza la vereda de la vida, apenas una sombre del mañana, un suspiro de aroma en la bodega, una gota de aceite en la almazara… Lo contemplo, delgado y enjuto en su envoltura; quijote del siglo XXI: Rafael Torres Ugena, Presidente, de este lagar inmenso que se alarga en la pequeña historia de La Mancha desde la cúpula del cielo de septiembre que envuelve en su abrazo a Tomelloso.  Dios te guarde  y nos guarde a todos. 

                                                                                                                 Natividad Cepeda

Arte digital: N. Cepeda


No hay comentarios:

Publicar un comentario