Hace once, doce días…
que el barro es una elegía de montón de escombros y nosotros, las gentes del
pueblo, seguimos escuchando las penurias de los afectados y las zancadillas
injustas de las primeras autoridades del país. Algunos opinan que es lo
frecuente y que lo prometido no llegará con la celeridad debida. Los cadáveres de
los desaparecidos siguen sin aparecer y el llanto por los fallecidos ha pasado a
un segundo o tercer lugar Las calles están devastadas y las casas y
establecimientos partidas en múltiples pedazos semejan ruinas de una batalla
sin cuartel. Entre los coches agolpados hay una pequeña luz de esperanza a
pesar de la derrota humana de quienes han perdido enseres y familiares porque
está escrito en la Genesis humana que hay que continuar.
Lentamente se van
dictando normas para pedir ayuda y sin embargo en el alma de la desolación el
horror sigue presente porque es largo el viaje de carecer de todo. Los datos
recogidos por los medios de comunicación muestran y explican retazos de vidas y
no es cuestión de novedad, lo cruel, es que nos acostumbraremos a pensar que se
les solucionarán las vidas desde los planteamientos legales y será mucho más
penoso que lo que nos imaginamos.
Y es que la omisión de
ayuda es grave falta por lo que se dejó de hacer y eso debería de angustiar a
quienes lo hicieron.
El que se ahoga no
puede demandar ayuda, tampoco el que se queda en mitad de la tragedia sin
comprender porque le ha sucedido. Pedir, demandar auxilio, no es posible cuando
faltan las fuerzas y hasta la voz, porque los sollozos ahogan la ahogan. Hay
veces que dejar abandonados a su suerte es condenar a la muerte a los inocentes
Nos lo seguimos preguntando muchos, muchísimos de nosotros dónde están
nuestros derechos constitucionales? Y hasta hoy nadie nos ha contestado esa
pregunta. Los voluntarios siguen estando, y ayudando dando ejemplo a quienes no
lo quieren ver. Hoy en día los desaparecidos son cifras terribles, personas con
nombres y apellidos y con familiares en espera de que se les encuentren.
Tenemos la sensación de que no importan, que el pueblo llano no importamos.
Valencia nos duele y nos importa a pesar de sentirnos impotentes ante las culpas y disculpas vanas de las autoridades. A fecha de hoy son escasas las fuerzas enviadas parece que hemos ido hacia atrás en décadas. Es como si tanta comunicación actual no sirviere para nada. Es sentir que el pulso de la vida se ha dejado de escuchar. Y sin embargo si se escuchan los latidos de cientos, de miles de personas voluntarias echando un pulso en ayuda de ellos, de los que necesitan ayuda y se les dijo aquello de que, si la necesitan que la pidan.
Lacerante frase que se
nos ha clavado en el corazón entre el oleaje embarrado de las calles de los
pueblos destruidos. Porque no hay licencia alguna para desatender corazones
rotos, como tampoco lo hay para un alto al trabajo de descombrar cuando después
de días sentimos la derrota en el solar del cuerpo. Ni tampoco pasar por alto la tragedia que
estamos viviendo, aun persiste, no es pasado, es presente.
Deambulamos buscando
explicaciones en los medios informativos, en los mensajes individuales, en los
telediarios manipulados de falsedades y falacias mientras siguen a la deriva
cuerpos sepultados de desaparecidos. Las márgenes del dolor no son solo de barro
es de ese silencio de los muertos que nos interpela a los que estamos vivos. La
indignidad no puede esconderse entre paredes de despachos oficiales porque a
pesar de nuestra ignorancia todavía nos estremecemos ante tanto daño humano. El
horizonte para miles de personas es un horizonte oscuro, hasta de exclusión por
los vienes perdidos. Paso a paso tienen que volver a empezar con necesidad de
hacer lo que se ha deshecho y solo ellos sabrán lo que les costará recuperarlo.
Sin olvidar que la vida es única e irrepetible.
Por supuesto no es un frío número en mesas de despachos. Y no vale
resignarse porque la vida es persistente y un privilegio recibido generación
tras generación. Y porque es un llanto nuestro; es
El
llanto trágico de noviembre en España
Noviembre tiene ojos de
tristeza
y un préstamo de horror
en las miradas
trenes sin vías ni
equipajes
porque la muerte a
embarrado la vida.
Se cruzan en el espejo
de los días
lagrimas infinitas de
pesares
ante un lugar de
escombros apoyados
en esqueletos de coches
desahuciados.
Caminan por las calles
sombras fantasmales en
busca de cobijo
son corazones rotos,
masacrados,
entre barro, desaliento
y sollozos;
en desorden, detrás del
miedo
hay miles de pupilas
perseguidas por jinetes
apocalípticos entre
hileras de muertos.
Descansar los muertos,
los que fuisteis
perseguidos por turbulencias de aguas
desatadas sin piedad
para los pueblos
que yacen abrumados de
dolor inmenso.
Es tiempo de llorar y
volver a empezar
por la lluvia caída a
destiempo y extender
las manos para
construir esperanza.
Sobre tanto dolor
redivivo el deseo
tenaz de sentirnos
unidos para volver a nacer
sin borrar la tragedia ni las vidas perdidas.
Natividad Cepeda